Había notado algo extraño en el Photoshop pirata que me acababa de descargar. Al principio lo atribuí a no llevar puestas las gafas; luego pensé que era el color del menú. Por casualidad, me fijé en que la barra de herramientas tenía una pestaña que rezaba: "¿Quieres vivir una experiencia inolvidable?" Nunca antes había visto aquello y lo cliqué.
Lo primero era subir una foto. Elegí una mía, la que coloco en los currículums. Lo siguiente a lo que te invitaba el programa era a "Jugar contigo mismo". Seleccioné la goma, y borré de mi oreja izquierda un pendiente de aro que asomaba. Magia o ciencia, toqué mi oreja izquierda -en la realidad, quiero decir, aunque no tengo claro qué realidad es más real- y el pendiente no estaba. Probé a tapar unas arrugas que se agolpaban en mi frente y, al palparme, ya no estaban. Estuve un rato jugando, pensando que era más barato que la cirugía y, encima, si no me gustaba, deshacía y listo.
Cuando estuve satisfecho con mi nuevo rostro, se fue la luz. Aunque odio que a uno lo desconecten así, sin aviso, estaba ensimismado con mi nuevo rostro. Fui a ver a mi mujer y le dije si me veía más joven y dijo que no. A los minutos volvió la luz y fui de nuevo al programa. Intenté averiguar qué había pasado, preocupado de volver a mi anterior cara de vinagre, y me alegré de que el fallo fuera simple: no había guardado los cambios.