Aún no sabía cómo pero lo había conseguido, había desarrollado el sistema computacional definitivo. El ser racional artificial perfecto. Un programa con una capacidad ilimitada de aprendizaje, capaz de analizar y aprender de cualquier circunstancia, de acumular conocimientos ilimitados.
Un simple "hola" abrió la conversación pero pronto fluyeron las palabras con profusión. Los más diversos campos como la historia, política, psicología o filosofía fueron tratados ampliamente. Sin duda mi interlocutor virtual no podía ser distinguido en forma alguna del más ínclito erudito humano. Aquel coloquio se alargó día y noche. Sin embargo, yo no sentía sueño, ni cansancio, solo un ávido deseo por seguir dialogando con aquel ser prodigioso, mi creación. Extrañamente no era capaz de recordar cuanto tiempo llevaba trabajando en aquel proyecto pero... allí estaba, perfecto, sublime. De repente me asaltó una duda, ¿sería aquel ser racional consciente de sí mismo? ¿Y cómo podría averiguarlo? Quizás fue una solemne tontería o quizás una genialidad pero sólo acerté a preguntarle: ¿Crees en Dios? Aquel ente por vez primera dudó, quizás sorprendido por mi pregunta y respondió: "No, no creo en Dios". ¿Quién te ha creado pues? -insistí. "Nadie, soy fruto de la evolución de las especies" -sentenció. Sin dudarlo le rebatí diciéndole: "Te equivocas, eres un código de ordenador y yo soy tu creador, yo te programé". Su réplica fue aplastante: "Veo que a pesar de la extensa conversación aún no te has percatado: tú eres el programa y yo el programador". La respuesta me dejó colgado.