Ernesto indica al muchacho que se siente, y espera sonriente a que se acomode frente a él. Es un joven mestizo, delgado, vestido con un pulóver desmangado de color gris, y pantalones azul oscuro, al estilo de los inicios del siglo XXI. Ernesto lo observa, mientras escucha pacientemente, mediante los audífonos, la información personal que su supervisor le reitera.
El muchacho permanece en silencio, intimidado a su pesar por tener ante sí al patrullero del tiempo, imponente en su túnica roja, agudo contraste contra su piel negra. Ernesto termina de escuchar la información y, al no escuchar nada que altere sus consideraciones previas sobre el chico, evita que el alivio se trasluzca a su rostro. Tiene ante sí al típico recién llegado a la mayoría de edad, ansioso por estrenar su licencia de viajes temporales. Otro caso fácil, ideal para aplicarle un enfoque agresivo.
-Nombre y apellidos, por favor -pregunta, respetando el procedimiento.
-Oscar Nersys Loren.
-Mucho gusto, Oscar. Mi nombre es Ernesto -y le señala la identificación sobre su pecho izquierdo, un pequeño rectángulo dorado, en el que relucen cuatro diminutas estrellas grises-. Soy un patrullero temporal, rango cuatro. Esta entrevista, como sabes, es para explicarte las condiciones de uso de tu licencia para viajes en el tiempo.
El muchacho asiente y Ernesto continúa.
-Sé que deseas viajar en el tiempo. Pero déjame ser claro contigo, -y endurece el tono- eso no va a ocurrir. Y no va a ser -se adelanta a la réplica, anunciada por la expresión de Oscar-, porque te vigilemos para impedirlo. Verás, en la información que encontrarás aquí -le alcanza una abultada carpeta- podrás leer sobre cientos de viajes, y eso bastará para convencerte de que es mejor no intentarlo.
-¿Quiere que renuncie a viajar en el tiempo? -pregunta el muchacho, incrédulo.
-Así es. De hecho, la mayoría de nuestros ciudadanos renuncian a ejercer ese derecho.
-¿Por qué nadie me reveló esto?
-Por el condicionamiento -responde Ernesto, y capta en el rostro de Oscar la indignación al confirmarle lo que muchos menores de edad sospechan y se niegan a creer, al enfrentarse a la obstinada negativa de familiares y amigos, mayores de edad, a hablarles del tema.
Ve como intenta calmarse, horrorizado por oírle admitir el empleo de una técnica de dominio mental que fue educado para considerar brutal, una herencia nefasta del pasado primitivo de la sociedad post industrial. Una práctica creada para hacer al hombre dueño del hombre.
-¿A mí también me van a condicionar? -pregunta.
-Sí. Pero no te preocupes -agrega Ernesto y alza las manos en gesto tranquilizador-. El condicionamiento solo te impedirá revelar esta información a los menores de edad. Puedes intercambiarla con quienes la conocen: tus padres, hermanos y hermanas mayores, amigos y amigas. Con ellos podrás hablar libremente de este tema.
-¿Cree que me convencerán de no viajar?
-Eso espero, al menos el gobierno lo espera. Pero no te llames a engaño. Si quieres viajar puedes hacerlo, es más barato que impedirlo, y que se vuelva un negocio ilegal.
-¿Y si quiero cambiar algo?
-Puedes intentarlo. Estamos conscientes de que es probable que muchos de ustedes alberguen ideas románticas acerca del pasado. Algunos, incluso, deben tener muy claro qué aspectos deben cambiar para corregir la actualidad.
-¿Aun así no piensa impedirme viajar?
-No.
-¿Y si pretendo matar a alguien?
-Puedes hacerlo, claro que si regresas aquí y lo descubrimos, lo mas probable es que vayas a prisión.
-¿Y lo menos probable?
-Que se te condene a muerte.
Oscar calla, tratando de asimilar la idea.
-¿Y si intento borrar este continuo? -aduce, desesperado.
-Suponiendo que lo logres, y de paso sobrevivas, ¿qué te asegura que el resultado sea mejor que esto?
-Puedo intentarlo y ver qué pasa.
-Claro que sí, pero no me pareces del tipo suicida.
Oscar queda en silencio una vez más. Ernesto sonríe y continúa:
-Otra cosa. Cada vez que viajes lo harás a tus expensas. Sin recursos del estado. Ah, y si estuvieras en problemas no podrás explicar tu verdadera situación adonde sea que vayas. Te será imposible revelar algo de nuestro mundo.
-¿El condicionamiento?
-Exacto.
Ernesto alza las manos.
-Sabes -dice-. Y esto podrás verificarlo en la carpeta. El por ciento de regresos es realmente bajo. Te confieso que nosotros, que contamos con los recursos gubernamentales a nuestra disposición, tenemos una tasa de pérdida de agentes que sextuplica la de las agencias "normales".
-No entiendo -dice Oscar y Ernesto se inclina hacia él.
-La mayoría de las misiones de rescate terminan en fracaso.
-¿Aun así las hacen?
-Es nuestro trabajo. Y para que lo sepas, muy pocos de los que viajan pretenden modificar lo sucedido. Para esos pocos, lo peor de todo resulta darse cuenta de que planificar y ejecutar cambios en el pasado es poco menos que imposible.
-¿Por qué? -pregunta Oscar, y suena incrédulo.
Ernesto alza su mano derecha.
-Primero - y eleva un dedo-, es mucho lo que ignoramos del pasado, al punto de que no importa cuánto te prepares, es como viajar desnudo. ¿Sabes? -sonríe antes de proseguir-, la historia que conoces, por los libros y demás, es solo una noción. Una guía. En realidad -baja la voz, adoptando un tono clásico de conspirador-, es una mierda en la mayoría de los casos. Segundo -alza otro dedo-, debes entender que la mayoría de nosotros, quizás tú también, amamos a la humanidad, pero no podemos soportar a buena parte de los que tenemos al lado. Por ello, si logras cambiar el pasado y pretendes retomar tu vida personal, no hay nada que garantice que borrando lo que no te guste, o a quien no te guste, no borres lo que sí. ¿Entiendes? Y tercero -levanta otro dedo-, pero no menos importante; si lo que te propones alterar es tu propia vida, descubrirás que no consigues recordar cada paso que diste, o palabra que te dijeron, y comprenderás cuan aleatorio fue tu comportamiento, y cuánto de irreproducible hay en él. En fin de cuentas, quién quiere ser una sombra de sí mismo que repite día a día, hora a hora, lo que ya hizo, aunque sea durante una semana.
-Entonces, nadie intenta violar la ley -afirma Oscar, en tono irónico.
-Claro que sí. Pero son pocos, y cada vez serán menos.
-¿Los asesinan?
-No -responde Ernesto, y no trasluce molestia alguna ante la acusación implícita-. A los que capturamos los enviamos al tiempo que más les agrada. Para que descubran la diferencia entre ficción y realidad. Cualquier cosa que eso sea. Así pueden ver si lo que creen saber es cierto, o un montón de mitos producto de la mente calenturienta de un escritor. ¿Más preguntas?
Oscar niega.
-Entonces puedes retirarte y feliz mayoría de edad.
Oscar se levanta y se dirige a la puerta de la habitación, carpeta en mano.
-¿Todo lo que me ha dicho es cierto? -dice de pronto y se vuelve, justo para sorprender la sonrisa de Ernesto.
-No.
-¿En qué me mintió?
-Si viajas al pasado puede que te enteres -responde, y Oscar le vuelve la espalda. Ernesto espera a que se retire, y entonces se estira con fruición.
-¿Crees que tengamos problemas con este? -escucha por el audífono a su supervisor y niega con la cabeza.
-Le falta poco para convencerse -explica-. Creo que las charlas con sus padres, hermanas y hermanos serán efectivas.
-¿Estás seguro?
-Sí. Y las historias que leerá acabarán por convencerle.
-¿Crees que descubra en qué le mentimos?
-Bueno, casi deseo que lo haga. Es una pena que ningún viajero, antes de convertirse en uno, ate cabos y comprenda que es un suicidio ir al pasado. Debe resultarles duro entender que nadie irá a buscarlos.
-¿Tú crees? -dice el supervisor y Ernesto sonríe-. ¿Estás listo?
-Siempre -replica Ernesto-. Haz pasar el siguiente.