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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Martes, 16 de abril de 2024

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El bautismo de Pater Operator

 

La embarcación remontó el vuelo, envuelta en humo y llamas, sorteó una duna con una rápida maniobra y saltó en dirección a otro tiempo. Vista la urgencia del escape y el posible mal funcionamiento de los servomotores, a no más de quince minutos en el futuro, distancia indeterminada. Donde hacía un parpadeo se quebraba el casco por un impacto  de cañón, tan sólo restaba la nube de agente gris y su peste a azufre quemado. Malkiel contrajo el catalejo, se lo colgó del cuello y descendió por el mástil mayor haciendo uso de pies y manos.

 

 

En cubierta el paisaje era desolador. No quedaba un centímetro libre de sangre o pólvora.    El equipo técnico inspeccionaba los daños en la proa. Un disparo láser había destruido el mascarón casi por completo, por lo que en el rostro de madera de la Tejedora ya no descollaba una langosta dragón de expresión firme sino más bien una cicatriz rota en astillas y con toda la pintura levantada. Malkiel recordaba haber barnizado él mismo la superficie la última vez que pararon para reformas, la última primavera.

Malkiel corrió por el castillo, y al moverse notó la herida en la pierna. Un pinchazo agudo, persistente, martirizaba su cadera. Se palpó los pantalones y miró su mano ensangrentada. La pernera, negra, dejaba un rastro terroso y húmedo por el camino. Solo halló confusión en el trasiego de la proa. El cadáver del piloto se aferraba al timón, como si este fuera el amuleto que garantizara el gozo eterno en las doradas praderas de Aliis. Nevin, oficial de cubierta en el momento de la escaramuza, daba las órdenes para el desalojo de los muertos y orientaba el rumbo de la Tejedora hacia una explanada que ofreciera protección hasta el cambio de los vientos. No vio a su padre por ningún lado.

 * * *

—Así que eso es lo que hiciste. —Gran Yrram hablaba sin emoción, balanceando su estructura metálica a derecha e izquierda para que el sol jugara con los destellos en sus extremidades. 

—Sí señor explicó Malkiel—. Me encontraba herido y vagué por el castillo de proa confuso y mareado hasta que llamaron al médico.

—No es lo que me han contado a mí. —El androide propulsó las palabras extendiendo las vocales con una inflexión grave, modificada con su aparato de vocoder, recurso típico en casos de intimidación—. Has oído bien. Teníamos un topo entre vosotros. Alguien que apreciaba los placeres de la vida antes que tener que esperar a la otra. Él nos indicó vuestras coordenadas espacio-tiempo con el sistema de telégrafo. Por desgracia cayó durante la batalla.

—Entonces llegó a Aliis antes que ninguno.

—Supongo que sí. El caso es que me dijo que antes de morir te vio buscando a tu padre y que hablaste con él. ¿Hay algo de cierto en su testimonio?

—Nada en absoluto, Gran Yrram —mintió Malkiel.

 * * *

Después de un rato de espera en una hamaca, Neguina se acercó a él con sus útiles de reconocimiento. No le saludó, fue directa a rasgar la tela de su pantalón para observar con detenimiento. Se entretuvo en roer el cálamo mientras observaba su pierna. La tez del chico era pálida como el fluido de los cactus.

—¿Caminaré de nuevo, Jefa Sanadora?

—Acaso necesites muletas, Malkiel. Tus nervios están muy perjudicados. Da gracias de que no hará falta amputar.

Malkiel asintió. El resto de consejos de Neguina se difuminaron en las nieblas del sueño. Mantuvo la cabeza erguida, pero, al notar los dedos amables de la Jefa Sanadora en su pelo, relajó los hombros y durmió. No fue una inconsciencia total, ya que escuchaba los lamentos de los demás defenestrados, el ruido de las poleas y el viento en las velas cuadradas de la aeronave. El olor de la pipa de Nevin le avisó de su presencia.

—Joven Malkiel, preparaos. Necesito que retoméis vuestras clases lo antes posible. Elair no pasará de mañana. Ya hemos dispuesto su entierro para que lo acoja la próxima tormenta de arena. Cuando se marche asumiréis las funciones de contramaestre de manera oficial. Roguemos a los Dioses de Aliis que no sea demasiado pronto.

—¿Qué hay de mi padre? ¿Por qué no me da él esta noticia?

Nevin aspiró con su pipa y le acunó en la hamaca con la otra mano.

—El capitán recibió un corte profundo con un arma empaladora de punta de sierra. Sus órganos internos están seriamente lesionados y pierde sangre con profusión. Él mismo ha dictado su última voluntad y ordenado los preparativos para su despedida. Ahora está en manos de lo sobrenatural. Es cuestión de tiempo. Dormid.

—¡Pero hay esperanza para él si arribamos pronto a alguna ciudad aliada! Yo mismo introduciré las coordenadas espacio-tiempo, lo he hecho cantidad de veces. Os lo ruego, permitidme intentarlo. Además, hablé con él durante la batalla. Estaba lastimado, es verdad, pero no herido de muerte.

—Con uno de los Seletiste que perdamos es suficiente, señor. Disculpadme pero no debo entretenerme más. Tratad de reposar. Necesitaremos esas fuerzas que ahora estáis demostrando para el próximo encuentro con el ejército de Yrram.

* * *

—Luego planeabais plantarnos cara, eventualmente. Sigo sin entender que os lanzarais a tal locura sin un capitán adulto. Una lástima para vosotros que os hayamos encontrado primero.

Malkiel escupió al suelo y cuando los ojos de todo el mundo siguieron la trayectoria de su saliva y cómo el precioso líquido se secaba en la arena, pisoteó el pequeño charco con su bota de cuero. Los androides fijaron su atención un buen rato en su pie. Sin duda estaban grabando lo ocurrido. Le alegró que lo hicieran; así les quedaría constancia de lo que era capaz.

—El mundo es un lugar muy grande pero las coincidencias existen. No íbamos a dejar que nuestras piedras perdieran su filo.

Yrram emitió un bufido molesto.

—Habéis entrado en nuestro territorio. Con intenciones agresivas, no hace falta decirlo.

—Vosotros atacasteis primero un convoy que nosotros ya estábamos asediando.

—Las leyes existen para saltárselas. ¿Somos piratas o hermanas de la caridad? Pero has entrado en dominios privados y faltándonos al respeto. Por esta intromisión nos traeréis una joya de almas de un peso mínimo de un kilo. En una semana.

—No eres más que un montón de chatarra oxidada. Un día te veré en el vertedero.

—Niño, entiendo que hables con tan poca educación, ahora que no tienes padres a tu cargo. Tendré que encargarme yo de que lamentes esas palabras.

Desenfundó más rápido de lo esperado para una máquina de dos metros y medio y cuatrocientos kilos de peso. De la palma de su mano brotó un rayo de color rojizo que atravesó el tórax de Isajar, el oficial de telecomunicaciones, que miró con asombro el boquete, cauterizado al instante a causa de la alta temperatura, por el que cabía ampliamente un puño. Mientras el hombre se encogía de hombros, perplejo aún por su propia y fulminante muerte, Yrram devolvió su brazo a su posición original. En todo momento había mantenido lo que parecían unos sensores en su cabeza enfocados en Malkiel.

Nadie respondió a la amenaza del líder del clan de los androides, y el niño reparó en su soledad mientras él aún encaraba al monstruo mecánico. Cuando todos le dieron la espalda, empezó a retroceder; los primeros pasos aún sin darse la vuelta.

—No te tengo miedo.

—¿Sigues sin aprender? Muy bien, que sean cuatro días. Hasta pronto, Malkiel. Suerte en la búsqueda de la joya.

 * * *

 Desde la embarcación, los tres soles se alineaban en su anochecer progresivo, en diferentes tonalidades rojizas y terracota. Al despacho de su padre llegaba la música de los instrumentos de cuerda de unos marineros, pero él sólo tenía oídos para el  sonido del viento al ser cortado por el bauprés.

Le acompañaban Nevin, y Sodi y Mevaser, los otros dos oficiales de puente.

—Vemos que vuestra recuperación progresa. Seguro que os reconfortará comenzar vuestras funciones de contramaestre cuanto antes. Hay mucho que aprender y falta mano de obra.

—No pienso ejercer de contramaestre, Nevin.

—¿Consideráis una ocupación mejor?

—Lo hago por los jardines de Aliis. Voy a ser capitán.

—Pero señor, vuestro padre aún vive y puede recuperarse. Además, sois menor de edad.

Malkiel depositó los pies en el suelo al recolocarse en la silla. No se le escapó que los tres hombres le acorralaban en el camarote de manera que no había camino a la puerta más que a través de ellos. Se alegró de tener los cajones de la mesa cerrados sin llave.

—Mi padre morirá en menos de una semana; habéis oído tan bien como yo sus gritos por las noches, cuando la fiebre es más fuerte y delira como un moribundo. Es algo que  asumo. Mantenemos guerra con un clan, por lo que me acojo a las tradiciones y tomo el mando.

—Eso no va a ser posible, hijo.

Casi tenía a los oficiales encima, aunque el tono de la conversación seguía tan informal y anodino como en una charla sobre una tarde de caza de aves. Fuera era noche cerrada y nada interrumpía la calma del desierto, cuyos valles y cordilleras recordaban el lomo de una serpiente al ondularse contra el cielo.

—Nevin, soy el hijo del capitán. Si me pones un dedo encima lo consideraré un motín.

No hubo tiempo para respuestas. Antes de que Malkiel terminara la frase Sodi y Mevaser descubrieron sendas cimitarras, que resplandecieron al cálido son de las velas. Nevin negaba con la cabeza, cruzado de brazos en un segundo plano.

Rodearon el escritorio de su padre con las armas en alto a la vez que Malkiel extraía del cajón una vieja pistola de pestillo de la que ignoraba si conservaba o no munición. Optó por cargar contra Sodi que, robusto como un bloque de lonsdalita, era el que más le intimidaba. De un rápido culatazo se coló en un hueco en su defensa antes de que blandiera la cimitarra contra él, y martilleó su frente dos veces, de derecha a izquierda y al contrario. Un grueso chorro de sangre negra y densa le impregnó la cara, y Mevaser titubeó. Hacia la mitad de la sala, Nevin seguía paralizado. Malkiel aprovechó la ventaja, levantó el seguro a la pistola y apuntó a Sodi, que enarbolaba su filo con más desconcierto que ímpetu. Se concedió el lujo de apuntar bien, aun a sabiendas de que Mevaser estaba a medio metro. Notó arder la herida de su pierna mientras el dedo índice resbalaba por el percutor.

La detonación retumbó con un estallido espeluznante y los oídos de los cuatro quedaron inutilizados por un pitido insidioso que les quemó la parte trasera de la cabeza. Mevaser, asustado pero incapaz de frenar, cayó sobre Malkiel, pero ensartó la espada en el brazo de madera del sillón y se obcecó en tirar para conseguir de nuevo su arma. Malkiel sonrió y apretó de nuevo el gatillo, pero solo disparó una bocanada floja de humo. Mevaser continuaba agarrado a la empuñadura con ambas manos, seguro de ganar la iniciativa. El niño evitó caer bajo el peso de Sodi, cuyo cuerpo inconsciente se había tambaleado como un pelele hasta aterrizar sobre la mesa; llegó hasta el asiento de la silla de un salto y al tener la cabeza de Mevaser justo a la altura del brazo, la amartilló furioso con cuatro golpes certeros. Nevin no salía de su estupor. Malkiel, consciente de ello, no paró hasta notar que el cráneo del oficial se rompía bajo sus empellones. Cuando su enemigo fue a parar al suelo, saltó sobre la mesa y se lanzó a por Nevin.

—Cuidado, hijo, piensa lo que dirán...

Malkiel no escuchaba, solo veía un color rojo que lo cegaba todo. Después del dolor de la primera detonación Malkiel no podía escuchar nada más, como si sus oídos estuvieran taponados por una gruesa manta. Nevin retrocedió con rapidez, sin quitarle ojo, y tanteando a los lados en busca de protección. No fue capaz. Malkiel, con la cara hinchada, sudoroso y respirando como un animal acorralado, lo agarró del cuello, lo empujó contra la pared y encañonó su pistola, introduciéndosela en la boca.

—Albergo mis dudas sobre ti, Nevin. No tenemos laboratorio químico así que no son factibles los análisis tóxicos, una oportunidad fantástica para envenenar sin dejar pruebas a un herido grave pero no de muerte, como mi padre. Ahora puedes despedirte, si te apetece, antes de volver al infierno de Aliis.

El oficial tembló de terror y bizqueó en un intento de ver el final del cañón de su arma, y a pesar de medir dos cabezas más que el chico, no consiguió más que babear como un bebé y gimotear algo que sonó a una súplica. Malkiel empujó la pistola hasta notar la campanilla de Nevin.

—¡Motín!

Apretó el gatillo.

La sangre le corrió por manos y cara, provocándole escozores. Aún estaba sordo y un súbito mareo le llegó por oleadas. Malkiel dejó caer la pistola y, aunque sería incapaz de recordarlo más adelante, debió caminar a lo largo del camarote y esquivar los otros dos cuerpos porque el resto de la tripulación lo encontró en la silla de su padre, llorando.

Trataron de consolarle pero él rechazó la ayuda de un manotazo. Se supo rodeado de la tripulación, mujeres, hombres y niños. Utilizó la camisa para limpiarse la cara y sonarse la nariz, luego se la quitó y la arrojó al suelo.

—Desde ahora ocupo el cargo de capitán hasta que mi padre fallezca. Neguina, me contarás en todo momento lo que pase con él. Adriel, Kadmiel, sois los nuevos oficiales de puente. Vuestra primera tarea es encontrar al viejo Tockold. Necesitamos comprar una joya de almas de un kilo a cualquier precio.

 *  * *

La nave tomó forma y color sobre una explanada de arena blanca, a un minuto y mil kilómetros de casa, y planeó con cuidado antes de posarse, una maniobra habitual en desplazamientos temporales en los que se desconocía la presencia de objetos extraños en la trayectoria. Los guardias de la fortaleza, avisados de la llegada, guiaron el aterrizaje con señales lumínicas.

Entraron en el salón del pueblo de Yrram con un escalofrío. Las construcciones creadas por inteligencias artificiales siempre resultaban enormes, oscuras y frías. La eventualidad de necesitar calefacción era remota, más bien al contrario, solían incorporar un buen sistema de ventilación para evitar sobrecargas.

Cuando las sombras se retiraron gracias a las antorchas de dos criados Malkiel, ayudado de muletas, y su escolta distinguieron al líder del clan inmóvil, inexpresivo, como si se le hubiera agotado la batería. A su espalda reconocieron una gran silla de madera, el material más valioso del planeta, y una mera cuestión de protocolo y presunción por parte de una máquina que no precisaba de asiento. 

A pocos metros de alcanzarle, Yrram giró los mecanismos de su cuello y les siguió con la mirada. Unas lanzas, esgrimidas por los guardias, les impidieron aproximarse. Yrram extendió su mano de cuatro dedos plateados en forma de pinza.

—Veo que guardas la joya en esa bolsa. Entrégamela, Malkiel.

El niño alargó la mano hasta donde le permitieron los androides. Yrram apartó las lanzas y agarró el saco de tela ocre por los cordeles que lo cerraban. Lo subió hasta la altura de sus sensores, a tres largos metros del suelo y su efigie se congeló como una estatua.

El tiempo mismo parecía haberse interrumpido como en manos de un escultor indeciso. Malkiel receló si se trataba de un truco y lamentó haber cedido sus armas a la entrada del fortín.

Un nuevo crujido de los servomotores del androide en su dirección. Yrram abrió el saco y extrajo la gema, que brilló con luces verdosas, el color de los bosques tal y como los antepasados cronistas hacían constar en las Tablas de Memoria. Las cuatro pinzas aplicaron una ligera presión. La piedra aguantó sin quebrarse.

—Es una joya notable, sin duda. ¿Dónde está el truco, chico? ¿Has vendido a tu madre para conseguir una tan cara?

—Mi madre murió en una emboscada hace mucho. He pedido un préstamo al viejo Tockold. No ha sido difícil.

—¿A ese abuelo avaro? No mientas, ese usurero sangraría a cualquiera por una miga de pan.

—Esta vez quedará complacido con el pago. Voy a darle tu tesoro, Yrram. Todo lo que posees acabará en el cosechador de basuras.

Yrram detuvo el escrutinio de la alhaja para enfocar sus lentes en él. Malkiel no podía evitar tratarle de ese modo. Los programas de lenguajes de los androides eran avanzados pero siempre sufrían dificultades al interpretar sarcasmos, faroles y el resto de detalles y dobles sentidos tan netamente humanos.

—Has cometido una estupidez al decirle eso. Dentro de dos días lo verás llamando a tu puerta con un trabuco y toda su progenie con él. Pero es tu funeral, no el mío. Parece que la joya no lleva trampas en su circuitería. Has hecho un buen trabajo, chaval. Ahora comprobaremos si funciona como es debido.

*  * *

—Malkiel, no te comprendo. El capitán está en su lecho de muerte, llevamos un mes sin interceptar ninguna embarcación y tú insistes en visitar al viejo Tockold. ¿Has visto la cara que ha puesto cuando le has prometido quinientas unidades de oro a cambio de la joya de almas?

Atravesaron una cortina de esmeraldas falsas y el olor a aceite, a maquinaria vieja y a  cerrado quedó atrás. Kadmiel, Adriel y Benshem, su nuevo lugarteniente y guardaespaldas, le seguían por el corredor de la tienda de curiosidades y préstamos del viejo Tockold, en la que nunca faltaban los odres de agua ni los centinelas armados. El último sacerdote mercante les despidió con una sonrisa plácida. Malkiel llevaba en su macuto una joya de almas del peso necesario.

—Eso déjalo de mi cuenta. Tockold quedará más que complacido.

—¿Le tomas por tonto? Cuando se cumpla el plazo vendrá a buscarnos, y sabes que nos detectará aunque huyamos a otra época. Perdemos el tiempo.

—Ya te digo que conseguiremos eso y mucho más. Ahora debemos volver a la nave. No quiero permanecer lejos de mi padre.

El navío, atracado en el fondeadero de los territorios de Tockold, uno de los escasos y mejor vigilados vergeles del planeta, abrió sus puertas a los cuatro y a una orden de Malkiel ganó altura y saltó a un día de distancia, la medida habitual de seguridad. Dentro, la tripulación se dedicaba a sus tareas rutinarias sin mirarle dos veces. A su señal, los oficiales le abandonaron para ocupar sus puestos. En la cubierta principal le esperaba Neguina, ataviada con su mandil de cirujano. Intercambiaron una reverencia y accedieron al interior.

—¿Cómo se encuentra?

—Se nos está yendo, capitán.

Todos los heridos del camarote de cuidados enmudecieron al oír el tratamiento a Malkiel. Un niño tan sólo tres años menor y con la cabeza vendada se incorporó a duras penas y lo saludó con un gesto militar. El resto de pacientes guardaron el aliento y clavaron sus uñas en los tabiques. Separado de los demás, oculto tras una mampara opaca, su padre yacía en una poltrona boca arriba y con los ojos en blanco.

—Ha luchado más tiempo que ninguna otra persona. Su valor es la envidia de los Dioses, pero éstos ya lo reclaman. No te vayas lejos, capitán, va a entregar su vida.

Malkiel cogió de la mano a su padre y se mantuvo de pie junto a la cabecera. Musitaba algún tipo de plegaria que no pudo reconocer. De pronto la luz volvió a sus ojos, apretó los dedos de su hijo, le miró con la barbilla alzada y asintió una sola vez, lentamente. Luego un último espasmo le sacudió y terminó de apagarse. El rostro de su padre había conservado hasta el final una expresión de paz y nobleza. Malkiel acarició su cabello y tragó saliva sin permitirse derramar una lágrima, luego cubrió el cuerpo con una mortaja y abandonó el camarote antes de que Neguina se le acercara.

Recorrió la cubierta y llamó al último camarote de proa, a una puerta de gruesa madera veteada de manchas negras que ascendían, cada vez más diminutas, hasta el techo, como volutas de humo. Abrió un anciano de pelo canoso y cejas pobladas como ramas de escoba.

—Pasa, Malkiel. Gracias por venir.

El anciano iluminó la estancia con un candelabro y las paredes se llenaron de mapas y diagramas, cubriendo casi por completo un panel de operaciones que incluía una pantalla color aceitunada y fluorescente, un teclado alfanumérico y tres filas de conmutadores. Varios cuencos de cerámica llenos de agua mantenían la humedad en el ambiente.

—Vengo a ti como creyente en los Dioses y en la promesa de Aliis más que como científico. He venido a confesarme, Ovadia.

—De acuerdo. Dime qué es lo que te preocupa y aliviaré tu carga, si puedo.

—He matado a gente, Ovadia. Tripulantes de esta casa en los que mi padre confió. He desecado vidas, he derramado sangre. Necesito expiar este pecado de alguna manera, pero sé que nunca voy a pagarlo.

—Yo entendí que se habían amotinado y que te faltaron al respeto, Malkiel. No veo pecado en defenderse.

Malkiel negó con la cabeza y la hundió entre sus manos. No había planeado la conversación pero ahora era incapaz de detenerse. Ovadia lo acogió en su regazo y dejó de retener los sollozos que pugnaban por salir desde la primera vez que vio a su padre herido.

—¡Los podía haber mandado a la cárcel! Para eso está, ¿no? Además me he burlado de la ley. Soy demasiado pequeño para ser capitán y he tomado el cargo por mi cuenta.

—Según la tradición, si el patrón de una nave muere, le sucede el oficial de más edad. Como en este caso trataron de asesinarte para que no opusieras resistencia, perdieron todo derecho. Sigo sin ver tu falta, hijo, y nadie de la Tejedora dirá lo contrario.

—Sí, la hay. Ovadia, fue una cuestión de orgullo. Desde siempre he querido ser mejor que los demás. Me da tanta rabia que me llamen crío, me fastidia muchísimo. He causado daño. He hecho mal a la prole.

—Está bien. Arrodíllate ante el panel de mandos y pide perdón. Con eso puedes ir en paz.

Malkiel obedeció y se postró de hinojos frente al viejo indicador de saltos temporales. Una red de coordenadas marcaba su posición en las cuatro dimensiones, presente y anteriores, en forma de gráfico. El punto verde, icono de la Tejedora, avanzaba con parsimonia hacia un futuro incierto, en el que se precisaba comparecer ante el clan de Yrram.

—Una última cosa, Ovadia. Recuerdo que lo hablamos muchas veces en clase. Se lo he oído decir a mi padre, también, pero te pido que me lo confirmes como tu nuevo capitán. Quiero ir hacia atrás. Quiero salvar a mi padre.

—Lo siento, Malkiel. Sabes que el fundamento del salto es la hiperaceleración en el tiempo. El flujo natural de las partículas es siempre hacia el futuro. Lo hecho no se puede corregir.

—Ya, ya lo sé. Pero tenía que preguntarlo. Gracias, Ovadia.

El anciano lo miró ponerse de pie y dejar el camarote. Luego apagó la luz y volvieron las tinieblas, jaspeadas tan solo por el rumbo constante de la Tejedora por el tiempo en el monitor.

*  * *

Del pecho del androide surgió un ronco zumbido, que precedió a la apertura de unas pequeñas compuertas, que ocultaban un depósito del tamaño de un corazón. Malkiel nunca había visto las entrañas de un ser artificial tan de cerca y no perdía detalle, pero si conocía lo suficiente el concepto de sus mecanismos, en concreto de su tolerancia, no tenía nada que temer.

Yrram introdujo la joya de almas en la cavidad, que al notar el nuevo peso en su bandeja se cerró, y con ella las pequeñas compuertas que formaban su tórax. A Malkiel le quemaban las manos en los bolsillos. El silencio de los dos bandos, reverente en el clan robótico, temeroso en su tripulación, resultaba insoportable. Desde que abandonaron su último emplazamiento, el viaje había replicado en cada aspecto el de un camino al cadalso. Las madres consolaban a los hijos, las esposan lloraban en brazos de sus maridos y sus oficiales acataban sus mandatos sin objeciones pero con la moral baja.

Una fría carga eléctrica flotó en el aire y la sala de asambleas del palacio se estampó de azul inerte. A la llamada del tono puro de un kilohercio, el ejército mecánico en su totalidad extendió sus salidas de corriente; se conectaron a la toma de la espalda de Yrram. 

—Has hecho un buen trabajo, niño. Todavía sigo sin comprender cómo has logrado engañar al viejo Tockold, pero eso asunto tuyo, supongo. Si cumples mis próximos encargos con la misma diligencia tal vez os permita ser mis esclavos y sobreviviréis a la próxima tormenta de arena.

—Para eso tendrás que sobrevivir tú primero.

En el clan enemigo se oyó una exclamación de incredulidad. Los modelos de guerra alzaron sus armas y los encañonaron. La familia de Malkiel se dispuso también en actitud de combate, sorprendidos al ver que su capitán, de lejos el más pequeño de los congregados, se mantenía con los brazos en jarras, como a la espera.

—Entiendo que los primeros años de los de tu especie se caracterizan por una cierta arrogancia y egocentrismo. Te aconsejo que seas consciente de esos rasgos y los moderes en casos...

Los androides eran un producto escaso en el mundo, por ello su comportamiento conllevaba escenas de desconcierto. Nadie estaba avisado de que pudieran pausar su diálogo, como un humano que, presa de las dudas, balbucea. Pero así sucedió; Yrram dobló su espalda hacia el frente, dejó los brazos flácidos, sin energía, y su módulo vocal se ralentizó hasta no pronunciar palabra. De pronto, recompuso su postura y el tono de su voz resucitó para elevarse al volumen acostumbrado.

— ...de inferiori...

Esta vez el corte de voz fue más violento y solo un pitido anunció el fin de sus comunicaciones. La cohorte de Yrram levantó el seguro de sus armas pero la homilía de las escopetas no llegó a comenzar; antes los tumbó un zarpazo luminoso que cercenó los miembros a unos, arrojó contra la pared a otros y fundió el pecho a todos. Los seguidores de Malkiel retrocedieron en busca de una buena cobertura desde la que defenderse de los pocos que conseguían arrastrarse, sus manos útiles empuñando todavía sus armas. No hizo falta, tan sólo tres tiros perdidos fueron al techo, disparados por un modelo enorme que parecía estar siendo torturado por los espasmos eléctricos que venían del cable que lo unía a Yrram.

El líder del clan, en cambio, se mantenía inmóvil en el centro de la sala. Resistía mejor los calambrazos y hasta pareció que iba a ser capaz de articular el resto de la frase. Alzó la pinza derecha, pero sólo para abrir las cavidades de su pecho. De él cayó la joya de almas, embadurnada en aceite, aunque también de un líquido pastoso y negruzco que el pueblo de Malkiel identificó como sangre. Sólo él y Neguina pudieron precisar más: sangre de su padre, extraída en el primer minuto de muerte e inyectada en los circuitos de la joya. Material orgánico, imposible de detectar por rayos X, que ahora brotaba a borbotones de las junturas de las extremidades de Yrram, que invirtió un último esfuerzo en vomitar y, acto seguido, limpiar de plasma su aparato fonador.

—...dad.

Malkiel no esperó. Agarró una espada empaladora, la misma que terminara con su padre y que había sido hallada en los restos del combate en cubierta. La arrastró, rechinando contra el suelo, pues no podía con su peso, pero cuando tuvo frente a sí a Yrram logró alzarla con un gran resoplido, coger impulso y propinarle un sonoro mandoble, que seccionó parte de la cintura del robot y lo derribó con estrépito. De un salto se posó encima del droide, ya una cáscara metálica, y con repetidos golpes amputó en dos mitades el cuerpo de acero. A un gesto con la mano, sus guardaespaldas le ayudaron a elevar la mitad inferior hasta ponerla de pie. Ascendió por el cuerpo hasta ganar la cima de la cintura. Desde allí dirigió a los suyos una mirada firme pero satisfecha. El aceite había ennegrecido su piel.

—Soy Malkiel Seletiste, el sucesor de Pater Astronomer. Con ésta mi primera victoria me bautizo como Pater Operator. Neguina, las piernas de Yrram serán las mías de aquí en adelante, debes implantármelas. Ovadia, aprovecharás los recursos del clan que sean adecuados para la Tejedora. El resto del tesoro será para el viejo Tockold. Kadmiel, Adriel, le ayudaréis a explorar el palacio. En una semana exacta saltaremos a otro tiempo, los Dioses lo quieran lluvioso. Hablad. Vamos, hablad.

La familia de Malkiel obedeció al capitán y por primera vez en siglos la ciudadela del clan androide, dueña y señora de la mayor y más fértil provincia del planeta, se colmó de voces humanas.

 

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Comentarios - 2

José Luis

2
José Luis - 5-06-2012 - 11:56:59h

Gracias por tu comentario, Geoffrey. Acabo de publicar la secuela a esta historia. Es una novela corta llamada "Tres pares de botas sacudieron el polvo" y la publica la revista Futuroscopias. Puedes leerla aquí: http:\www.futuroscopias.com

 

Un saludo.

Geoffrey

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Geoffrey - 11-03-2012 - 07:12:30h

Por favor, escribe más historias en este universo; es sumamente fascinante.

 

¿Has publicado una novela más grande del tema?


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