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Sábado, 2 de noviembre de 2024

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Planeta de los simios

Pocas obras en la historia del cine han sido lo suficientemente impactantes como para que se rodaran cuatro filmes consecutivos, dos series de televisión, un montón de productos de consumo y acabara convirtiéndose en un icono cultural. Ese logro le corresponde a Planeta de los Simios (1968) un largometraje lleno de ricos contenidos sociales, además de una lúcida indagación sobre la naturaleza humana y el empleo de la ciencia.

Como casi todas las grandes obras cinematográficas, Planeta de los Simios se basa en una novela. Su autor, el francés Pierre Boulle, tuvo una azarosa vida. Hijo de abogado amante de la literatura, desde niño sintió fascinación por la aventura. En la década de 1930 viajó a Kuala Lumpur en Malasia para trabajar en una plantación de caucho. La Segunda Guerra mundial no tardó en hacer su aparición y Boulle, fiel a su espíritu audaz, optó por ser un agente infiltrado en Indochina. Actuando bajo el seudónimo de Peter John Rule, ayudó a organizar el movimiento de resistencia en Myanmar y China.

En 1943 partió hacia la capital vietnamita de Hanoi a través del río Mekong, pero fue capturado en ruta por el gobierno fiel a Vichy y entregado a los japoneses. Sentenciado a trabajos forzados en un campo de prisioneros, mantendría un diario sobre las situaciones y anécdotas que acontecieron. Todas estas experiencias sirvieron de base para su segunda novela, El puente sobre el río Kwai (1952), que fue llevada a la gran pantalla con sonado éxito. Tras otros trabajos, escribe en 1963 El Planeta de los Simios que desborda fantasía filosófica.

La transición de su novela futurística en hito de la gran pantalla, se debe al esfuerzo encomiable del productor hollywoodiense Arthur P. Jacobs. Mientras producía un musical, Jacobs partió a Paris para contactar con agentes literarios que le ofrecieran nuevas propuestas. Buscaba un material "tipo King Kong" que le asegurara otro gran éxito. Meses más tarde, uno de los agentes le envió una copia de la novela de Boulle y Jacobs se enamoró de la historia. Para sorpresa del propio Boulle, que la consideraba una obra menor, Jacobs compró los derechos para el cine.

Para adaptar el guión, Jacobs contactó con Rod Sterling, un prolífico escritor especializado en temas de ciencia ficción. La novela de Boulle era muy rica en contenido y adaptarla a un guión cinematográfico se iba a convertir en una labor formidable. El texto de Boulle narra cómo dos viajeros interestelares encuentran un mensaje en una botella flotando en la inmensidad del espacio. En él, los viajeros descubren asombrados un largo relato escrito por un periodista llamado Ulises Mérou, que acompañaba a un grupo de astronautas en una expedición en el año 2500. La misiva relata sus experiencias en un planeta donde los humanos son tratados como animales por simios altamente civilizados y capaces de hablar. Mérou es capturado y llevado a una ciudad futurista. Allí descubre con horror que los humanos se cazan por deporte, se exhiben en zoológicos y son diseccionados en laboratorios para el bien de la comunidad. Un planeta donde todo parece estar al revés y en el que hubo antes una civilización humana pero sus decadentes artífices fueron reemplazados por antropoides mucho más enérgicos y cohesionados, que ahora emplean a las personas como esclavos sirvientes.

Serling hizo algunos cambios fundamentales en el inicio de la trama. Cambió el escenario de "mensaje en una botella" por un grupo de astronautas que se estrellan en un planeta aparentemente desolado, hasta que son atacados por simios soldados y comienza su debacle. El resto del script mantenía los personajes e ideas de la novela original

Con el guión terminado y un detallado cuaderno de ilustraciones sobre cómo podría ser la escenografía del film, Jacobs buscó un estudio que lo financiara, pero nadie le tomó en serio. Por entonces las películas sobre simios eran relegadas a la serie B, nadie invertiría en una pantomima de monos que hablan y naves espaciales. La reticencia de los estudios de Hollywood reflejaba en el fondo una idea peyorativa de la sociedad de entonces hacia los primates. Se les había mostrado como monstruos (King Kong) o como payasos (el caso de Chita en las secuelas de Tarzán), sin tener en cuenta su complejidad social, su habilidad cultural y el cercano parentesco evolutivo con los humanos. Al final Jacobs consiguió el apoyo del  jefe de los estudios Twentieth Century-Fox, Richard Zanuck.

En el script original Serling concibió la civilización simia como la descrita por Boulle, con una avanzada tecnología. Pero el estudio de producción pensó que sería demasiado caro filmar una ciudad futurista con helicópteros y coches voladores. Para compensar el gasto, Arthur P. Jacobs propuso recrear una sociedad con un entorno mucho más primitivo y rústico. Lo nuevos retoques del guión fueron efectuados por el escritor Michael Wilson. Mientras tanto, el escenógrafo William Creber comenzó a diseñar los decorados de una comunidad simia más rudimentaria, imaginando una ciudad con una arquitectura de otro mundo. Por entonces, el departamento de escenografía de la Twentieth Century-Fox estaba experimentando con un tipo especial de espuma de poliuretano que podía extenderse con una pistola y modelarse fácilmente. Los edificios se construían con un armazón metálico que se cubría con cartones que prefiguraban la forma deseada, y luego se rociaba la espuma sobre el cartón. Después se dejaba secar, se retiraba el cartonaje y se obtenían las extrañas viviendas que parecen hechas de piedra. Un año después de construir los decorados, Creber vio un artículo del Instituto de Tecnología de Massachusetts, donde los autores afirmaban haber inventado el sistema, ¡cuando él mismo ya lo había empleado en el cine!

Otro gran logro de la película es su excelente maquillaje. Para que la trama resultara realista al espectador, los actores caracterizados de simios debían tener un aspecto creíble, o de lo contrario el dramatismo de la historia parecería una pantomima. El encargado de la formidable tarea de dar un realismo inusitado a los protagonistas antropoides fue John Chambers. Tenía innovadores conocimientos de maquillaje gracias a su experiencia en un hospital de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, diseñando prótesis y arreglos faciales para soldados desfigurados. Chambers obtuvo el fantástico presupuesto de 1 millón de dólares para crear las máscaras de los simios en menos de cuatro meses. Consciente del problema de la transpiración, diseñó una goma espumosa con poros que impedía, tan solo en parte, que los actores acabaran bañados en sudor dentro de la máscara. Se aplicó pelo importado de la Península de Corea a las prótesis por su textura. Solamente el pelo aplicado a los rostros, manos y brazos simios alcanzó los 75.000 dólares de costo. Todos los antropoides debían tener ojos marrones -los actores de ojos azules llevaron lentes de contacto, exceptuando la doctora chimpancé Zira (interpretada por Kim Hunter) que conservó sus bellos ojos azules. En opinión de Chambers, era un detalle "que le añadía un toque humano".

El maquillaje infundía, además, sutiles destellos de personalidad a los protagonistas. Los chimpancés, que se muestran compasivos con el hombre, deberían parecer inteligentes y de aspecto más humanitario. Los gorilas, que representan la casta militar, llevarían rostros mucho más fieros que en la realidad. Y los orangutanes, encargados de la política y las leyes, recibirían un semblante más noble y pomposo. Tal vez sin pretenderlo, los violentos gorilas del film reflejan el erróneo mito de su ferocidad. El bulo había sido propagado en el siglo XIX por exploradores como Paul du Chaillu, que consiguió fama y dinero describiéndolos como seres salidos de una pesadilla infernal. No fue hasta los trabajos de los primatólogos Geoger Schaller y Dian Fossey cuando se puso de manifiesto la naturaleza pacífica de los gorilas que viven en su entorno de forma cooperativa, en pequeños grupos familiares. Gracias a los modernos documentales y al ecoturismo, los gorilas son ahora presentados al público como animales tímidos y amistosos.

Tanto la novela de Boulle como la película son una indagación sobre el potencial de la humanidad para destruirse o degenerar a un estado animalesco. La carrera armamentística promovida por la Guerra Fría está presente en el terrible desenlace del film, cuando el astronauta comprueba que el planeta simio es en realidad la madre Tierra tras un holocausto nuclear. Un final aclamado por crítica y público, exceptuando una persona: el propio Pierre Boulle. Su desagrado quedó patente en una nota que escribió a Arthur P. Jacobs, "tengo que considerar [el final] como una tentación diabólica. Me opongo a él desde cualquier punto de vista".

En Planeta de los Simios también se trata el espinoso asunto de la experimentación biomédica con animales inteligentes y sensibles. Uno de los temas centrales de la novela de Boulle es que los simios emplean los humanos en investigaciones anatómicas, especialmente para desarrollar una cirugía cerebral más avanzada. Este aspecto queda ensombrecido en el largometraje, aunque resulta patente en la lobotomización que sufre uno de los astronautas americanos. El meticuloso John Chambers consultó manuales de medicina y cirugía y logró plasmar de forma científica y realista la cicatriz de una lobotomía en la sien del actor. Un pequeño detalle, pero fiel al espíritu perfeccionista de Chambers.

En un sentido profundo, Planeta de los Simios es una lúcida reflexión sobre el ser humano y sus contradicciones. Como ha puesto de manifiesto la escritora Sandy Rankin, el film representa el deseo de un mundo mejor. Una patria de identidad, en la que el hombre no esté en contra del mundo, ni el mundo en contra del hombre. Tal vez así, tampoco se estará en contra de lo que nos resulta extraño, cuya alegoría son los simios. Amenazados permanentemente por la deforestación de los bosques y la invasión humana, los grandes simios ocupan un lugar muy especial en nuestro corazón y en nuestra mente. Según Donna Haraway, de la Universidad de California, tienen una relación privilegiada con la naturaleza y la cultura para los occidentales, al ocupar las zonas limítrofes de ambos conceptos. Los estudios científicos y los relatos sobre antropoides nos ayudan a construir límites teóricos entre naturaleza "salvaje" y cultura "civilizada" y debatir la permeabilidad de tales fronteras. Los primates son nuestros hermanos evolutivos, compañeros de viaje en un planeta sujeto a la permanente amenaza de la extinción.  El verdadero equilibrio consiste en conservar la rica biodiversidad de este singular hogar construido de océanos y continentes, para no ser extraños en nuestro propio mundo.

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Lecturas Relacionadas

  • Boulle, Pierre. El planeta de los Simios. Punto de Lectura, 2001.
  • Eileen Jones, Jeannette. "Gorilla Trails in Paradise": Carl Akeley, Mary Bradley, and the American Search for the Missing Link. University of Nebraska - Lincoln, 2006. Disponible en el enlace:

http://digitalcommons.unl.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1027&context=historyfacpub

  • Greene, Eric. Planet of the dApes as American Myth: Race, Politics, and Popular Culture. Hanover, NH: Wesleyan UP, 1998.
  • The Forbidden Zone. Página con información diversa sobre El Planeta de los Simios. http://www.theforbidden-zone.com/
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Comentarios - 1

Julio

1
Julio - 18-01-2012 - 17:50:33h

He disfrutado leyendo el texto. Me ha parecido muy entretenido y al mismo tiempo me ha revelado datos que desconocía. Siempre me gustó la saga de 4 películas desde la primera vez que las vi, siendo casi un niño en TVE. Después recuerdo seguir las historias en comics y por supuesto he vuelto a ver de nuevo varias veces las películas.
Un estupendo ensayo recomendable para cualquier aficionado a la Ciencia Ficción y al Cine. Un saludo


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