La imparable evolución informática consiguió logros extraordinarios y terminaría por transformar totalmente a la sociedad. Uno de ellos, el denominado popularmente volcado de memoria que la empresa Lifecom llevaba a cabo, permitía trasvasar toda la información del cerebro, como los recuerdos y el pensamiento, a un soporte informático. Una vez allí, se recreaba un mundo perfecto que, aunque los usuarios sabían que era artificial, esa sensación desaparecía a los pocos días.
Al inicio sólo se permitía realizar el volcado de memoria a los mayores de ochenta años; con ello mataban dos pájaros de un tiro: se lograba la inmortalidad y también se eliminaba de raíz el problema del pago de pensiones a la cada vez más longeva tercera edad.
Más tarde, ante las reiteradas demandas, la edad para poder realizar el volcado se fue rebajando, terminado por desaparecer. Así pues, con el atractivo de un mundo perfecto virtual, la gente fue poco a poco volcándose en soporte informático, quedando cada vez menos personas en el mundo real. Finalmente, el último hombre en el planeta, ante la insoportable vejez y soledad, decidió volcarse también él.
Pero, ¿quién se encargaba ahora de quitar el polvo a los ordenadores? ¿Quién se encargaba de reparar las piezas informáticas defectuosas donde se encontraba el pensamiento de millones de personas?
Gradualmente el óxido se fue comiendo los circuitos, chips y discos duros. Hasta que, finalmente, un contundente mensaje apareció en el monitor de Lifecom: Error del sistema...