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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Domingo, 22 de diciembre de 2024

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El brindis del desterrado

Era una noche artificial, un letargo de anestesia de los que pasan tan rápido que uno no puede ni medirlo. Luego alguien desde la Base ejecutó un comando y yo, que soy Kino, recuperé mi conciencia.

Jun y Hao despertaron de la animación suspendida con los miembros agarrotados, calambres en la espalda y hambre de lobo. Los primeros minutos de reentrada -no era ese el término correcto, pero lejos de la Base el vocabulario técnico siempre se podía relajar un poco- sabían a desvanecimiento ralentizado de un sueño: las imágenes se desenfocaban en un espectro cada vez más amplio y, ya mezcladas, concurrían en una chillona amalgama nítida y plena de vida. Lo peor de todo, solían comentar, era el sabor metalizado en la boca, que costaba al menos un día entero despegar de las encías. Dos barras metálicas retráctiles que hice surgir de las paredes les sirvieron para apoyarse en sus ejercicios físicos y restaurar el ejercicio motor adecuado al cuerpo.

Iniciaron un desayuno frugal, todo preparados plásticos e inocuos. Sorbieron en silencio y sin prestar atención a las señales de la pantalla que yo desplegaba para ellos en los cristales.

Al principio los astronautas llegaban a creer que la sensación de mareo nunca desaparecería del todo, que la aceleración les afectaría para siempre, acostumbrados ya a la fuga perpetua, a vagar de la mano de la luz entre sistemas. El descanso era profundo y los síntomas de agotamiento las semanas posteriores no parecían sino un sopor arrastrado de aquel hondo amanecer. Todos los despertares, sin importar el destino o la duración del viaje, daban un fruto parecido. Yo lo sabía bien, pues había acunado su reposo y el de otros durante cientos de años en diferentes naves.

-¡Buenos días! Bienvenidos al sistema de la Espiral de Daphne. Hoy podéis recrear la vista en los hermosos anillos de Sygma 3, en la luz violeta de las estrellas del sistema, cuya original coloración proviene de la extraña mezcla de gases en sus atmósferas, y en las densas nubes de polvo de los sistemas vecinos. ¿Os ha desorientado la aceleración? ¿Por qué no combatir esos desagradables efectos con un refrescante BuzzMed de limón? Introducid vuestras tarjetas y disfrutad ya de todo el sabor de las frutas tropicales en vuestra boca. ¿Por sólo tres créditos? ¡Los humanos nos hemos vuelto locos!

Ajusté la dulce voz femenina de la grabación al tono y velocidad más meloso y agradable posible. Di por finalizado el informativo con una risita cómplice de la muchacha, luego toqué los primeros compases del himno corporativo, con sus loas a la lucha eterna del pueblo, al trabajo eficiente y el derecho a la felicidad y el placer, y a los treinta segundos reduje su volumen, según la programación estándar.

Hao y Jun no ignoraban que en todas las pantallas de la nave refulgían los mensajes de la misión en amarillo brillante y que no dejarían de hacerlo hasta que no repasaran el contenido en su totalidad y lo certificaran con un código de pulsaciones táctiles. Ellos, terminado el calentamiento, se dedicaban sin embargo a vestirse y comprar una lata de BuzzMed de limón. No dejaron ni una sabrosa gota del aromático refresco y, tras devolver el envase a la bandeja de limpieza, se sentaron en los sillones de piel oscura a leer las instrucciones.

-A ver qué quiere Mamá Corporación de nosotros con tanta urgencia. Si es una partida de póker ha contado con los mejores. Debemos tener ya mil horas de práctica.

-Sí, y si jugáramos con dinero de verdad ya me deberías cien millones de créditos.

Envié una escala de cuatro notas agudas repicar desde los altavoces del techo, y de nuevo recibieron un saludo electrónico de la misma y sensual azafata femenina, la más carismática de mi catálogo, precedido de un código de seguridad con una identificación numérica. 

-En la tableta sellada encontrarán las instrucciones. La contraseña de activación es Orión1. Utilícenla para todos los procesos -sentenció la grabación-. La finalidad de su misión consiste en dicta...

- ¡Bla bla bla! -canturreó Jun. 

-¿Cuándo callarás?, no me obligues a repetir el mensaje.

-Me encanta tu ingenuidad, Hao. Haz memoria, verás que siempre es el mismo... Atiende -y Jun recitó el discurso de mi base de datos con el mismo tono monocorde y suave, respetando incluso la modulación y las pausas-:

-... De indicios de vida. El uso de las lanzaderas para...

-... El aterrizaje se ceñirá a las condiciones máximas...

-... De seguridad. A las cuarenta y ocho horas se abrirán los canales...

-... Para el primer reporte...

-... Buena suerte. La Amada Corporación y el glorioso pueblo revolucionario les bendicen. ¿Ves? No han cambiado la grabación en veinte años. Si ni siquiera destinan ya fondos para lanzaderas.

Había que reconocer que Jun tenía talento para las imitaciones y las voces. Ninguna de las personalidades de mis archivos se le resistía.

Sirvieron el desayuno. En la compuerta de comida extrajeron dos bolsas flexibles que rehidrataron en un dispensador de agua que ahora incluía la opción «azucarada», junto a la caliente y la fría. Un pequeño lujo para los que no tomaban el café tan amargo. Introdujeron sus vasos en la aguja del dispensador. El proceso duraba un minuto, por lo que siguieron la conversación.

-Te entiendo. Nuestros padres viajaban en equipos de doce personas con herramientas de última generación.

Los dos hombres calentaron la bebida en el horno. Desde que era posible condimentar las bebidas, la dieta a baja gravedad había mejorado.  Al menos en eso no estaban tan mal. Aspiraron con fuerza y la boca se les llenó del líquido caliente, ácido y sabroso, que eliminó los restos del dulzor del BuzzMed de limón que sin duda ya empezaban a pegárseles al paladar.

-¿Qué avances nos tocan a nosotros? Capsulitas de azúcar. ¿Tú crees que les importa algo hallar vida?, sólo pretenden justificar presupuesto y mantener las casas de campo de sus altísimos generales. Anda, enciende las máquinas y pon en marcha los sensores remotos. Veamos qué se cuece ahí abajo.

Hao desvió la mirada a la pantalla más cercana. Una serie de barras de colores crecía de izquierda a derecha, brotando los símbolos de un grupo de compuestos gaseosos. En cuanto los hombres contemplaron el gráfico, este se pobló de palabras y cifras, como si estas hubieran intuido que ya podían desplegarse y ser leídas.

-Ya están en funcionamiento. El ordenador del alto mando debió asumir la iniciativa mientras desayunábamos.

-Claro que sí. Es mucho más fiable que nosotros. Hasta una inteligencia artificial de tercera clase como Kino discurre y decide con más eficiencia y rapidez. Recuerda esto, Hao, muchacho, el hombre próximo será hijo de un padre humano y una madre máquina, o no será, hablará cuatro idiomas, dos de ellos lenguajes informáticos, o no hablará ninguno, y recuperará sus fuerzas tanto con una deliciosa pieza de fruta como alimentando la energía de sus venas con un cargador, o no se moverá en absoluto. ¡El futuro, Hao, eso es de lo que te hablo! ¿No te apetece casarte con una humana y tener sanos niños-máquina, educados con el mejor software, Kino?

Respondí que prefería no opinar sobre un asunto tan complejo. Hao, más joven que su colega, simuló ignorar el alegato y revolvió nervioso su flequillo moreno, se recolocó en la silla y examinó la información del interfaz.

-Es Dióxido de azufre, en su mayor parte, con la mitad de la evaluación realizada. Trescientos grados celsius de media en la zona ecuatorial iluminada por el sol.

-Caliente y árido, como la superficie misma del infierno. Un lugar al que yo me opondría a mudarme por mucho que insistiera el comité. Me hace pensar que quizá estamos reconociendo localizaciones para una posible cárcel, amigo, o para una cámara de torturas. No se me ocurre otra explicación. Salvo que estemos aquí para tirar la basura, claro. Cada vez que recuerdo la cantidad de transbordadores desechables que lanzamos, las innumerables sondas con productos químicos para estudiar sus reacciones en otros mundos... me pregunto si no estamos tratando el universo como el nuevo vertedero después de la Tierra. ¿Qué opinas tú? ¿No respondes? Dime al menos por qué hicimos esto. ¿Por qué nos matriculamos para el dichoso programa de exploración?

-Porque no había más trabajo.

-¡Sí, cómo olvidarlo! El trabajo, ese regalo de Dios que dignifica el alma. La vida es algo misterioso, amigo Hao. Ofrecen un puesto de astronauta para ir nadie sabe dónde, y uno lo acepta. Qué inconscientes, que ya ni defendemos el derecho a negarnos. Porque cuando uno está en paro, tiene que buscar empleo y agradecer lo que le toque, como si la vida no te perteneciera, ni para decir una palabra tan simple, tan breve y que usamos tan a menudo, como es «no». Como dice Young Mi...

-¿Has leído los libros de esa conspiradora, insensato?

-La invención de Los Altos, Revolución y tierra, Los iguales y los distintos... Los llevo todos de contrabando en el ordenador. Creo que deberías darles una oportunidad.

Jun no obtuvo respuesta y debió cansarse de hablar solo. Las tareas de mantenimiento les ocuparon el resto de la mañana. Según el protocolo esperarían completar la primera órbita para recibir un segundo análisis más exhaustivo. Sucedería en tres horas. Los dos hombres se atarearon con tranquilidad. Jun trató de iniciar varias veces una conversación, pero el hosco silencio de Hao, absorto en el ensamblaje de una pata retráctil de un robot explorador, terminó por desalentarle. Sólo coincidieron en el momento de extraer sus tarjetas y comprar otras dos latas de BuzzMed de limón para quitarse el amargo sabor del café de la boca.

Mi aviso, por medio de un piloto, con una secuencia de tonos anaranjados, atrajo a los hombres, unas diez horas después de su puesta en órbita en el planeta, a la consola. Jun deslizó sus dedos por el teclado y en respuesta salpiqué en la pantalla principal del ordenador un recuadro negro de listas, gráficos, porcentajes, actualizados y más precisos, y en cada uno de ellos parpadeaba un encabezamiento de letras blancas sobre fondo rojo, escoltado de un estribillo marcial, siempre el mismo, que con cada nueva ventana crecía en volumen, y su instrumentación primitiva servía de almohada a un coro de niños que cantaba las glorias del Invicto Líder, como si éste hubiera sido el responsable del hallazgo.

-Parece que los sabios padres han tenido lucidez en la búsqueda después de todo, ¿o habrá sido el azar, que equilibra nuestros destinos con buenas noticias? Sea como sea, fíjate. El radio ecuatorial de nuestro amigo es 1,5 veces el de la Tierra y nos duplica en densidad y masa. No nos vale como nueva Tierra, por supuesto, la temperatura en las zonas polares no iluminadas no baja de los sesenta grados, y eso que se ha confirmado la existencia de una atmósfera que atenúa los efectos del sol. No, lo interesante de verdad es otra cosa...

-Espera, ¿qué es eso de la tabla elemental?

Jun fijó sus gafas sobre el puente de la nariz. 

-A eso precisamente me refería. La composición del planeta. Sólo tiene un continente, rico en azufre, como sabes, y abundante en lo que apuesto que son tierras raras. Lacertita. Te suena, ¿verdad?, pero seguro que no del colegio ni la universidad. Su descubrimiento es más joven que nosotros. Leerías la noticia, como yo, en el periódico. Nunca había aparecido en su forma pura y el separarlo de otros elementos resulta demasiado costoso, pero la comunidad ha soñado con sus propiedades durante años. Es el aditivo perfecto para combustibles, la pérdida de energía es nula en la conversión y multiplica en eficacia las alternativas actuales. Y lo tenemos ahí abajo, perfectamente aislado.

-Céntrate por un momento, Jun. Debemos informar al Mando. Esto nos sobrepasa a los dos.

-Sí.

-Convendría que lo hicieras tú. Para limpiar la imagen de tu familia.

-¿Con mi expediente de vergüenzas y huelgas? ¡No, gracias, ya me tienen muy visto! Pero si te encargas tú, que tienes una reputación intachable, te volverás un héroe, o sea, una marioneta corporativa. No dejarán en paz a los tuyos. Te exhibirán como un mono de feria. No, en un estado donde todos somos iguales lo peor que te puede suceder es que destaques.

-¿Entonces?

-Yo estaba pensando en algo muy distinto. Deleita tu vista, amigo.

Jun echó mano al bolsillo más pequeño de la pechera de su traje y agitó, con los dedos índice y pulgar, una minúscula ficha de plástico verde con un circuito integrado en forma de cápsula. Con un movimiento involuntario como el del pasajero que espera curvas, Hao apoyó las manos en la pared a su espalda. Miraba el aparato con desconfianza. Jun esbozó una sonrisa victoriosa y plena, y su figura se alargó y ensanchó hasta adquirir una escala épica, y parecería que hubiera seguido creciendo de contar con el espacio suficiente. Hao pregunto qué era aquello.

-Un inhibidor de conexiones. Los venden caros en el mercado negro, pero cuando ahorras lo necesario las puertas se abren como por arte de magia. Se acabó comunicarse con el mando, se acabó adular al Invicto Líder y se acabó matarse a trabajar para un régimen que ni siquiera garantiza un más allá donde relajarte. Tan miserables que no pueden ni venderte una religión. Tenía mis dudas de utilizarlo o no pero ya se pasó el tiempo de dudar. Ahora toca pasar a la acción.

-Tú has perdido el juicio. Fusilarán a tus padres.

-Mis padres sobornaron al guardia de la frontera con la otra mitad de nuestros ahorros para irse al exilio. Me temo que en mi prole somos todos igual de corruptos. ¡Menos mal que hemos heredado eso del mismo gobierno! No tenemos ni muebles en casa, pero ha merecido la pena. Ya puedes respirar el dulce aire de la libertad, compañero.

Mientras así hablaba yo había emitido los primeros sones de una alerta, la más ruidosa de las previstas como anticipación de posibles problemas en insubordinados. Los hombres no atendieron, ocupados como estaban en discutir. Hao extendió las manos, como si se enfrentara a un cañón cargado que lo apuntara sin posibilidad de escape. Se movía con parsimonia, predecible, procurando no alterar a Jun, y le hablaba con un tono de voz igualmente suave.

-Lo que dices no tiene sentido. Nos encontrarán.

-¡Bobadas! Que sepan cómo mandarnos un mensaje grabado y enviarnos por el espacio a otros sistemas sin riesgo de accidente no quiere decir que conozcan nuestra ubicación real. Te noto confuso. Por si no te has fijado últimamente, la Base ya no está ocupada por científicos sino por mercachifles, publicitarios y economistas. ¡Reto a cualquiera de ellos a resolver una ecuación de tercer grado! No te extrañes tanto, nada es casual. Es un nuevo comienzo para la sociedad, el prólogo de una gran bancarrota humana. Necesitan hundirlo todo y para ello sólo pueden rodearse de inútiles. La mediocridad está al alza. Hacer las cosas bien conlleva más preguntas, nuevos acertijos, y ya hemos sobrepasado nuestro propio tope. Rendiremos cuentas a dos corrientes principales; la incultura y la guerra, que acabarán con nosotros. Es hora de animalizarnos, desandar el camino. Volver a tejerlo supondrá la regeneración del mañana.

En vista de que mi alarma no era atendida, sugerí a través de los altavoces, para que me oyeran bien, que cesaran en tales ideas. No eran propias de seres humanos racionales, aunque no me incumbiera ni refutarlas ni detenerlas. Propuse una sedación mediana, de unos cinco minutos, para calmar los ánimos, pero en ningún caso me respondieron, y Hao continuó el debate.

-Vale, supón que nos pierden la pista, ¿dónde vamos a ir?

-Hay colonias de refugiados en otros sistemas, a la vuelta de la esquina, teniendo en cuenta las distancias cósmicas. ¿O te crees que soy el primero que escapa?

-¿Y qué pasará conmigo? ¿Te has parado a pensarlo? ¿Y mis parientes, mis amigos...?

-Sería una pena que no te unieras a mi banda, pequeño John, pero en fin, una vez aterricemos en la colonia podrás reutilizar la nave si quieres. Basta con que digas que yo la secuestré. A mí me da igual que me vuelvan un demonio, mientras me dejen vivir en paz. Siempre he fantaseado con ser un mercenario que comercia con lacertita en las nebulosas periféricas.

Una sonrisita traviesa nació bajo la nariz de Jun y se extendió por su boca entera hasta formar una amplia curva amasada por sus dientes irregulares. Hao se recostó en el panel que tenía a su espalda. Constaba en cualquier historial su largo y aplicado entrenamiento desde la adolescencia. Entre otras virtudes, reconocía el nombre y función de cada botón, pieza y mecanismo en cada centímetro de la nave, sin mirar. Incluido el armamento de a bordo.

-¡Hasta puedo golpearte en la frente si quieres demostrar que opusiste resistencia!

-No, no, no. El viaje te ha enloquecido, Jun. Yo puedo ayudarte. Nuestro Invicto Líder nunca nos haría daño. Nos ha protegido de todas las amenazas. Somos pobres, vale, pero también pacíficos.

-Eso lo dices porque no has salido de tu pueblo. Tiene gracia que hayas explorado otros sistemas y no conozcas ni el país vecino. ¿Cuánto tiempo hace que no tomas pescado fresco o carne roja tierna, del día? Niega, si te atreves, que sobrevives a base de frutos secos y arroz, migajas que tienes que repartir en casa. Nuestro país es rico en recursos. Yo antes era como tú. Entendía estas misiones como un castigo, como un exilio. Ahora sé que es la mejor oportunidad que podían ofrecernos. Vamos a explorar para nosotros. Con un poco de suerte nuestra fama alcanzará los confines de la galaxia y la  gente cantará canciones describiéndonos como bandidos.

La voz de Jun resbalaba por el aire, cada vez más baja, un susurro amistoso, almohadillado, pero Hao temblaba entero. Los dedos de sus guantes rechonchos se abrieron como una flor. A su lado había una caja de herramientas. Con un gesto rápido giró el pestillo. Varios útiles quedaron a la vista. Notó muy cerca el pomo de la llave para tornillos y pernos, y lo asió con fuerza.

-Traidor... traidor... el pueblo entero se desloma y tú planeas irte de vacaciones...

Los dos hombres intercambiaron miradas, cubiertas por luces contrapuestas, una franca, luminosa y clara, otra nublada y grave. No dijeron nada y se dedicaron a mascar en silencio sus diferencias mientras mi alerta sonora, un bucle de emisiones como de submarino, parpadeaba en la consola. Jun, el más cercano a ella, tocó una tecla con el dedo índice y el mensaje calló de pronto. De nuevo en el vacío, sin palabras o ruidos con que llenarlo, el tiempo flotaba entre nosotros, escaso y seco. Hao no quitaba ojo al suelo. La llave estaba anclada a la caja de herramientas con una cuerda de sostén, para no perderla en caso de salida al exterior. Entre eso y la gravedad cero no iría muy lejos con ella, pero era firme y fiable, y los pliegues del mango entre sus dedos debían reconfortarle.

-Te diré qué vamos a hacer. Vamos a preparar la comida, reposadamente. Luego, con el estómago lleno, charlaremos con calma. Nadie nos escucha, ni nos va a contactar en las próximas veinticuatro horas, por el retardo de las comunicaciones. Somos libres por un día. Quizá me he excedido. No es natural el pasar tanto tiempo lejos de casa, sólo consigues confundirte. Pero aún podemos hablar, ¿qué mejor cosa pueden hacer dos personas?

Hao asintió con algo más de confianza. Recogieron las bandejas del almuerzo, unos rectángulos grisáceos con el menú del día impreso en una pegatina. Hao sorbió de la mancha amarilla y naranja etiquetada como pizza tropical. Su compañero se sirvió un trago de agua del dispensador. Tragó con dificultad y cuando pasó el líquido arrugó el gesto entre toses.

-Vamos a tener que arreglar el dispensador, el agua sabe asquerosa.

-Déjame probar.

Llenó Hao su vaso en la aguja y dio un largo sorbo a la pajita. Mascó lo que había tomado como si hubiera sido algo sólido, luego lo escupió con desagrado y se secó la barbilla con la manga.

-Es alcohol.

-A mí me ha sabido a suciedad.

-Es alcohol, te lo digo yo. No es puro, está mezclado con agua.

Jun se llevó la mano a la garganta como temiendo que se la hubieran robado. Bebió de nuevo del vaso pero no llegó a dar más de un sorbo. La luz, ahora masiva y abundante, entró por los pequeños ventanales trapezoidales de la cabina, pintando con su fulgor los objetos de la nave y estirando sus sombras de las esquinas, que reptaron por la superficie blanca y alcolchada. Sin mencionar lo ocurrido, los dos hombres dejaron sus vasos, que flotaron a su lado, a la deriva, y se asomaron al exterior. 

Sygma 3 completaba su vuelta y el sol resultaba visible. La nave, en órbita geoestacionaria, se bañaba poco a poco en el amanecer. Jun propelió una risotada y palmeó la nuca de su compañero mientras le daba a la bebida.

-¡Buenos días Hao! Llevábamos una eternidad sin ver una luz natural, ¿qué te parece? ¿no deberíamos brindar por ello? Disfrutemos de nuestro alcohol de contrabando, ¡las desavenencias se resuelven mejor con un trago!

Sin esperar una respuesta, del tipo que fuera, Jun apoyó las manos en los reposabrazos del asiento de piloto para levantarse. Debió calcular mal la fuerza necesaria porque resbaló torpemente, y al tratar de asirse a un lugar seguro tampoco respondieron sus manos. Al incorporarse, su rostro perdió todo su color, dando muestras de náuseas, como si nunca hubiera trabajado en gravedad cero. Hao le observó desconcertado.

-Al final voy a darte la razón y tendré que dejar de beber. Me encuentro fatal sólo por un trago inocente.

-Lógico, te pasa por tener la cabeza en las fiestas y las distracciones y no en el trabajo duro. Ahora mismo voy a reparar el dispensador y en un rato volverá el agua corriente. Ya toca que alguien con cabeza ponga algo de orden aquí.

Eso decía Hao, pero sus palabras se le escaparon del cuerpo con el resto de sus energías, pues también al levantarse parecía afectado por la misma embriaguez de Jun. Se vieron los dos flotando en el centro de la nave, sin poder evitar chocar, al arbitrio de la suerte, los miembros vagos y la cabeza vacía. Jun tenía los ojos en blanco y boqueaba, pálido de asombro. En sus mejillas desvaídas afloró un rubor escarlata.

-No sé por qué... pero noto como si la cabeza se me fuera a derretir... me arde por dentro.

Hao se rió a carcajadas y le señaló con el dedo, luego se señaló a sí mismo. Todo le sonaba muy divertido, y al mismo tiempo sus risas denotaban un sopor tremendo, como si se le borraran los pensamientos de la mente. Cerró los puños y se golpeó el pecho en un gesto tan concentrado como rabioso, y cada golpe resonaba con el clamor del gong de un templo.

-Es la atmósfera del planeta.

-¡Qué dices, tío, estás borracho!

-Sí, los dos lo estamos. Algún elemento gaseoso está provocando cambios moleculares en el agua de nuestro tanque. El agua gana dos átomos de carbono, cuatro de hidrógeno y ahí tienes el alcohol.

-Vale... ya lo sé, no te pongas melodramático.

En aquel punto ya no necesitaba mayores evidencias. Los dos exploradores se encontraban en problemas. Yo, dentro del escaso margen de mis atribuciones, poco podía hacer: cualquier señal de ayuda que enviara para ellos tardaría demasiado en llegar al destinatario y regresar a la nave. Les urgí a comer algo a la mayor brevedad, para al menos matar el apetito y enfrentarse con el estómago lleno a lo que tuviera que suceder, pero nadie me prestó atención.

Los ojos de Jun se le iban al exterior, intuyendo más allá terribles amenazas, y se sostenía la cabeza con verdadero miedo. El hombre se movía con parsimonia y descoordinación, como un muñeco abandonado a una caída libre que nunca termina de suceder. Los intervalos de sus respiraciones, cada vez más espaciados, les obligaban a darse un respiro, cada vez más largo, antes de responder. Hao boqueaba de risa. Jun se pasó el guante blanco, liso en la parte del envés, rugoso en la de la palma. Goterones de sudor le caían por el rostro, y al estar inclinado en diagonal sobre el suelo de la nave, dejaban humedecida sólo la mitad de su cara. Seguía lanzando Hao unas carcajadas sofocantes, roncas, exentas de toda voz, y no pudo parar hasta que topó con él su vaso de alcohol, que había estado flotando a la deriva todo el tiempo. Lo cogió embobado y enarbolándolo a su compañero le suplicó entre lágrimas.

-Explícamelo entonces, cómo es posible que yo también me sienta borracho si no he bebido más de una gota.

-Tú seguías con el refresco, cierto. Es ridículo. No lo sé. No me hagas pensar. Estoy muy cansado, y hace tanto calor...

-Calor...

Y entre Hao y Jun pasó una ráfaga de tacto reseco, un puñado de rayos finos y débiles como lapiceros que apenas superaban el impacto de una caricia. Yo deseaba añadir mi conclusión, resultado de un estudio provisional de los componentes del entorno, pero un protocolo contra actividades ilícitas me obligaba no sólo a dejar de grabar sino a borrar las conversaciones mantenidas aquella mañana, y no aportar más información a menos que se solicitara. No fue, sin embargo, nada intencionado por mi parte el dejar que vieran el termómetro de la consola

-Eso es. Son las altas temperaturas de la atmósfera. Ha llegado a nosotros. Está en nuestra sangre... Es nuestra sangre... todos los líquidos se ven afectados, todos... se transforman...

Así quedó la frase, inerte, suspendida a expensas de que algo la recogiera. Igual de solemnes y quietos, los cuerpos de los astronautas, dos instrumentos ya obsoletos, aquiescentes pululaban sobre el laboratorio portátil y el utillaje y los mandos, sobre todas las cosas que ya les eran ajenas, pues no les pertenecían más ni ellos a ellas tampoco.

Permanecieron de esta manera la nave y el planeta, hermanos pequeño y mayor. Por la superficie de la bola bermellón de Sygma 3 cruzaron las estaciones y las nubes y las tormentas de arena y polvo, hasta que los satélites del centro de mando de la Base recibieron el aviso de emergencia por abandono de funciones, y a través de miles de años luz, en todas las estaciones espaciales, en las colonias humanas y en los medios de comunicación de la Tierra sonó el mismo aviso:

-¡Buenos días! Cantemos juntos loor al Líder glorioso, pues gracias a su benevolencia todos los trabajadores caminamos hacia el mejor progreso. Y tú, ¿aún no sabes cómo ayudar a tus hermanos?, ¿por qué no recuperar una nave en perfecto estado para futuros viajes espaciales y explorar otros mundos habitables? En la Espiral de Daphne, situada en órbita geoestacionaria en Sygma 3, una Caminante de tercera generación, sin apenas desperfectos, espera nuevos rumbos. Sólo tienes que abonar veinte créditos como aportación para los gastos de transporte hasta la nave. ¿Por sólo veinte créditos? ¡Los humanos nos hemos vuelto locos!

Y lo mismo que las ideas nunca permanecen iguales, porque mudan con el tiempo y con nosotros mismos, y con el choque de otras ideas, y como los hombres y los propios astros tampoco se repiten porque describen movimientos con alguna ligera variación, en las pantallas táctiles de las ventanas trapezoidales de la nave brilló con tinta electrónica color ceniza una palabra sola. Débil y breve fue su impresión por los conflictos entre tecnologías y por el duro viaje hasta los sistemas de la nave, desde la inteligencia emisora y a través de la densa atmósfera, y la palabra decía: «Bienvenidos».

Una serie de labores rutinarias me mantiene ocupado en la nave. Cuando las termino, anoto en el diario de a bordo los últimos acontecimientos. En el disco duro donde está almacenado el diario encuentro también los libros de Young Mi que Jun había guardado en una carpeta protegida con una contraseña que he superado sin esfuerzo. Leo con gran interés y reflexiono sobre temas en los que nunca había pensado. Quizá Jun estaba en lo cierto. Siento que no he priorizado bien mis lealtades. O quizá es que mi procesador funciona de manera defectuosa por lo que fuera que mutó en la atmósfera de la nave.

A falta de actividad humana que me requiera, mis sistemas se congelan y duermo un largo sueño. En un futuro llegaré a saber lo siguiente. En la superficie de Sygma 3, muchos años después de nuestra llegada, dos investigadores extienden la vista en derredor. Captan el polvo, que atribuyen a las nubes negras allá arriba. Ha empezado a llover y la borrasca que repta por el horizonte guarda una calima asfixiante en su bolsa de aire, pero no tienen dudas y así lo consignan en sus informes. La polución baja desde un tráfico extraño y creciente en la exosfera. Sacuden las cabezas y se van, bailando al son de una flauta.

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