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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 31 de octubre de 2024

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El planeta de los toros

No por un tonto que dice cosas nos van a quitar la fiesta brava. Tendrá que discutirlo y pasar sobre mi cadáver.

Rafael Herrerías, empresario taurino mexicano

 

¿Pero usted vio que el toro se le venía encima? ¿Por qué entonces, no se apartó?

¡Ya lo creo que lo vi! Lo que ocurre es que yo no me aparto de los toros mientras me llame Manolete.

 

 Qué gran torero en la plaza,

qué gran serrano en la sierra,

qué blando con las espigas,

qué duro con las espuelas,

qué tierno con el rocío,

qué deslumbrante en la feria,

qué tremendo con las últimas

banderillas de tinieblas.

Federico García Lorca a su amigo Ignacio Sánchez Mejías

 

Escudriñando la plaza a simple vista, Santori Bejustes, primer comentarista de sucesos deportivos de la Televisión, se dirige a su vasto auditorio:

-Buenas tardes, bienvenidos a la plaza de humanos de Nueva Chicago, fiesta en honor a la Virgen del Peñón de Covarrubias. No podemos faltar a una cita en esta plaza de humanos. Son las cuatro de la tarde. ¡Qué buena amalgama la del calor y color de la Nueva Chicago! Tenemos sed. ¡Qué bien vendría una copita de vino! Saludo con mucho afecto a mi compañero Islero Gabala.

-Gracias, San. Estimado público, hoy vamos a ver aquí una corrida de humanos con reses de Istriate para una terna, pues bonita, activa, joven. Y, sí, San, qué bien nos vendría una copita de vino para calmar la sed. Pero más sed es la que tengo por ver un gran espectáculo la tarde de hoy.

-Tenemos también a la siempre bella y voluptuosa Vetonia en el callejón.

Vetonia se aclara la garganta antes de entrar al aire y dice:

-Efectivamente, San. Muy buenas tardes a todos. Estamos con el alcalde de Nueva Chicago, con Don Gumaro Paparia, que con gentileza nos ha tendido la invitación en una ciudad que ahora está en plenitud festiva y que sólo hay que salir a la calle para sentir esa fuerza que tiene el municipio. Alcalde, buenas tardes.

-Buenas tardes -saluda con amabilidad el alcalde-. Pues así es, Vetonia, Nueva Chicago ha tenido dos fiestas recientes: la de San Torino, muy popular, y la fiesta de la Virgen del Peñón de Covarrubias. En ella se nota mucha alegría, por supuesto, y un excelente clima. Y hoy vamos a tener una fiesta de humanos con un cartel ideal. El número de visitantes ha ido en aumento, con listas de espera. Y gracias a la infraestructura de sus hoteles y comunicaciones Nueva Chicago es una referencia para este tipo de eventos. La importancia de la ciudad se demuestra por la visita que hemos recibido estos días y esa sintonía existente entre las comunidades autónomas y la ciudad, pues yo creo que nos hace sentirnos plenamente orgullosos de ser anfitriones. Muchísimas gracias.

-A usted, enhorabuena. San, regreso al palco de cabina.

-Gracias, Vetonia -Santori gira su descomunal cuello hacia la derecha-. Bueno, Islero, tú has estado antes en Nueva Chicago. ¿Qué nos puedes decir de esta hermosa región del planeta?

-Si yo fuera un guía turístico extrataurino llevando una carga de gente en un viaje de cinco días y cuatro noches por el pequeño y pintoresco Sistema Solar, pondría a Nueva Chicago y sus alrededores entre los tres primeros lugares de Cosas Que Ver. En realidad, a mis turistas les parecerá algo muy arcaico, una primitiva aldea de principios de milenio. Pero para mi vista, nada puede igualar el panorama de Nueva Chicago. ¡Realmente es una copia al calco de nuestros días Preliberación! Sin embargo, (no sé cómo tú lo verás, mi querido Santori) recrea a la perfección la fiesta brava que alguna vez...  

Un sonido musical y autóctono interrumpe a Islero Gabala, tal vez el sonido más estimulante en toda Nueva Chicago.

-Pues ya suenan los clarines y los timbales -dice Santori-, inicio de la corrida en la plaza de humanos de Nueva Chicago.

Las compuertas se abren a los costados. Aparece el primer humano para ser embestido. Es delgado, alto y proporcionado. Lleva el cabello suelto y enmarañado, negro como el alquitrán. Sus ojos inyectados en sangre intentan acostumbrarse a la luz de la estrella que cae sobre la plaza. Espuma comienza a brotar de las comisuras de su boca.

-Un poco nudoso, a mi parecer -comenta Islero-. ¿Qué nombre tiene esta bestia?

-H. Quince -contesta Santori Bejustes en el micrófono que cuelga de su cuello, mientras asiente con la cabeza-. Marcado con el número 202. Humano castaño, bravo, que nació en el mes de la Ternera del año de gracia IV. La cuadrilla le permite que corretee por la plaza de humanos de Nueva Chicago. Vamos a ver, Islero, el comportamiento de este espécimen.

El humano comienza a correr hasta la barda de protección, con la mirada ya acostumbrada al reflejo del sol. Sus testículos y pene se bambolean libremente, mientras que en la mano derecha porta un tubo de hierro. Un grupo de subalternos se acerca a él portando capotes multicolor, a fin de que la sangre del ser humano hierva.

-Mondo Gandalifas, oriundo de aquí de Nueva Chicago, va a ser el encargado de picar a este primero de la tarde.

Mondo se para con altivez dentro de un vehículo gravitatorio, cerca de la barda y espera la llegada de H. Quince. El ser humano se distrae por un momento ante el delantal de una vaquita en el estrado y es apurado por un subalterno que lo dirige hacia donde se encuentra el gallardo Mondo. El humano, cegado por los efectos que desprenden los capotes, tropieza y da una voltereta en la arena ante la mirada burlona del picador.

El vehículo ondula a casi ras de suelo. Cuando se acerca el humano, levanta el vuelo sólo lo suficiente para puyar con la vara y desgarrar los tejidos ubicados en la espada del mismo. Se produce un alarido que es escuchado por todos y cada uno de los asistentes de la plaza. A pesar del sangrado y el dolor de los nervios que recorren su cuerpo, el hombre intenta subir al vehículo, pero la superficie resbalosa le impide sostenerse.

El picador lo empuja lo suficiente para que el humano caiga al suelo y levante una capa de polvo.

-Va a banderillear Antón Halif, todo un experimentado. De nazareno y azabache, chaleco bañado en plata.

Luego de la suerte de capote empleada por el matador, corre un murmullo de tono diferente por la audiencia. Aparece un banderillero enorme, con dos grandes manos tan anchas como su cuello y de facciones talladas como granito. Su aliento resuena por la boca y la nariz con decidido temple, alargando los brazos por encima de su cabeza y sosteniendo dos banderillas electrificadas. A pesar de su vigor da pequeños pasos precautorios a fin de no ser herido por el humano.

Comienza a correr de lado sin dejar de mirar a su objetivo. El humano lo sigue a fin de hacerle un posible daño, pero el banderillero sigue su propia dirección y pincha con las banderillas el hombro y pecho del ser humano. Éste se encabrita y de un manazo se desprende de las banderillas, no sin antes sentir las descargas sobre sus músculos.

-Ya dejó los dos palos, pero al animal no le agradó para nada -comenta Santori Bejustes-. Hasta ahora sigue bien el reglamento. No es que yo quiera sacar a relucir el tema del reglamento, pero de vez en cuando te obligan.

-Pero, Santori -exclama Islero Gabala con tono cada vez más excitado-. ¡Halif lo hizo sin acobardarse! Este H. Quince va a querer desquitarse con los otros dos palos.

-Justificable la fuerza del animal, pero no su pobre inteligencia. Pero el humano me gusta para muleta, eh.

-Vamos a ver, como es lógico y en función de las características del animal por alto, qué tanto espectáculo nos puede ofrecer Qohey-Funk.

Mientras todo el mundo presencia los dos colorados palos en el lomo del humano, Halif ya tiene los dos últimos en sus respectivas manos. El animal trata de desprenderse de los dos palos en su espalda, pero no puede.

-Ahí vemos a Halif con ese par característico para violín.

Halif se pone en punta, con su cuerpo arqueado, preparado para la danza. Da una curva semilenta pero bien llevada a fin de provocar al humano. Vuelve a levantar sus banderillas electrificadas. No se permite quitarle la mirada: cualquier descuido en este punto puede provocar la muerte. Corre hacia atrás seguido del humano. Por un momento las dos velocidades se ajustan hasta que Halif da un salto por encima del animal para dejar los dos palos sobre su espalda.

El banderillero se lleva la ovación del público. Ha dejado cuatro palos sobre el lomo del animal.

Clarines del último tercio. Con la muleta, Qohey-Funk se desprende de su boina negra y saluda a una hermosa vaquilla en las gradas. Coge la espada y la muleta para dar comienzo al tercio de muerte, no sin antes pedir permiso al presidente de plaza.

El matador se acerca sin dejar de sostener la muleta a la vista del humano. Con una mano en la cintura, el matador grita a su enemigo. Es entonces cuando comienza la primera embestida del animal. Empieza a torear; cada pase un sórdido ¡olé! Al cuarto o quinto pase, ya baila y brilla en nuestros ojos la embriaguez que se deriva de lo bello. Los pases se suceden con espacio y tiempo. El humano es embustero, acude rebelde, pero es necesario tirar de él, templarle. El humano tiene su temple; el humanero tiene el suyo. Se unen los dos. Un momentáneo baile de la muerte entre dos. Ni una sola vez una postura forzada o violenta. Toda elegancia y toda bravura se fusionan en un arte por demás acogedor. Ni por asomo hace acto de presencia el mal gusto. Los pases se suceden variados; cada remate es distinto, a cuál más animados y gentiles.

La plaza de humanos de Nueva Chicago está borracha de euforia, que a punto grita ¡ole! ¡ole! Las palmas truenan entre ellas como la más bella pieza de una sinfónica y el matador no es más que el director de orquesta. Los pases naturales y una que otra verónica completa de Qohey-Funk se suceden como fotografías instantáneas. El humano y el humanero a compás giran con parsimonia. Parece que la muleta quiere abrazar al humano. Éste la esquiva no con brusquedad sino con fineza.

El humano ya está casi bañado en sangre. Su lengua fuera y sus ojos frenéticos aún buscan con rabia el cuerpo de su adversario.

-¡Qohey-Funk se queda quieto -dice Bejustes con voz profunda y animada-, desmayando los brazos, y se pasa completo al humano en alces con la lentitud y hondura de una expresión humanera! ¡Impresionante cómo ha hecho su ejecución! ¡Con qué sentimiento! Ya se borró todo lo que no había valido antes, porque este es un momento sublime. Vean ustedes, con qué suavidad.

El humanero da vueltas sobre sí mismo, siempre con la protección de la muleta multicolor. Realiza un lance a dos manos, pero el humano, muy fatigado, apenas responde. Realiza un lance al natural, un derechazo con el paño de la muleta, para extender la superficie óptica, y un pase cambiado. Efectúa un macheteo al pasar la muleta por la cara del animal para fatigarlo.

-Ah, sí, Santorí -dice Gabala con tono satisfecho-. Nuestro matador ha efectuado un juego magnífico de lances y esto ha hecho que el animal responda. Creo que está cansado, pero más enfadado.

-No sé de dónde ha sacado más bríos. No está distraído y tampoco desfallece. Debe tener un pistón en vez de corazón.

-De seguir así, Santori, Qohey-Funk se puede llevar una buena impresión del presidente.

-Me parece que sí, me parece que sí.

El humano mira por el rabillo del ojo, con su cabello terroso y su sangre mezclándose con el polvo de la plaza.

Qohey-Funk pide la espada para terminar con el primero de la tarde. Vuelve a hacer un último macheteo a fin de sacarle más bríos al animal. Al mismo tiempo se asegura de que la posición del humano sea la ideal para la estocada, o sea con las patas delanteras juntas. Entonces Qohey-Funk se acerca al toro, con una precaución medida, nada menguada. Se estira por encima de la cabeza y clava el estoque entre los omóplatos, tratando al mismo tiempo de evitar cualquier sacudida repentina del brazo del humano con el tubo de energía.

La estocada es perfecta: corta la aorta y provoca la muerte casi instantánea del animal; no se requiere el golpe de gracia en la nuca.

Los mulilleros se preparan para arrastrar el cadáver. Qohey-Funk levanta los brazos y es coreado por la multitud. Pide al presidente la oreja; las dos, si se puede.

El humano es arrastrado fuera de la plaza y deja tras de sí un charco de sangre, barrido, rojo, aún caliente, ya sin dos orejas bien ganadas por su ejecutor. 

-Grata presentación de Qohey-Funk esta tarde -comenta Islero Gabala-. Quedan cinco más.

«¿Quién sabe?», piensa Santori Bejustes. Lo único que deseaba era que la tarde terminase cuanto antes. Una copita de vino no caería nada mal.

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