-¡Venga, arriba! -nos gritó el stalker-. Ya hemos estado tumbados lo suficiente.
Ese era el procedimiento estándar que nos habían enseñado en innumerables ocasiones, tantas que ya me lo repetía en mi cabeza con cantinela y todo: "si una sombra por encima de tu cabeza ves pasar, túmbate boca abajo, quédate quieto y ponte a rezar".
Nos levantamos del suelo casi a la vez. Noté que el agarrotamiento del dedo que tenía puesto en el gatillo de la pistola desaparecía por momentos, así como la adrenalina que hacía un momento me había invadido por completo. También dejé de morder compulsivamente la boquilla de mi máscara antigás.
Hacía casi una hora que habíamos salido del metro en la boca de Ciudad Universitaria y nos habíamos movido de cobertura en cobertura para evitar desagradables sorpresas, como el ser alado que nos había estado acosando en la zona deportiva, llamada Paraninfo según el mapa que nos entregaron.
Pensaba que conseguir la autorización para salir al exterior iba a ser menos problemático. Al fin y al cabo, teníamos la obligación de realizar una expedición como mínimo en nuestra vida para ver con nuestros propios ojos aquello de lo que había estado escondiéndose el ser humano en los últimos 20 años.
El problema es que siendo Ciudad Universitaria la última estación de la línea llamada Universitaria (valga la redundancia) y habiéndose duplicado en el último mes los encuentros con lobos mutados, el jefe de estación quería ser precavido a la hora de abrir las puertas. Ciudad Universitaria es la última estación de la línea que proviene del gran conmutador de Cuatro Caminos. Dicha línea era circular hace 2 décadas, pero las bombas se encargaron de seccionarla por lo menos en Nuevos Ministerios por el norte y Moncloa por el sur. De hecho, la radiación es muy alta en Moncloa debido a que allí se encuentra el Ministerio del Aire... o lo que queda de él.
-Eso sí que ha estado cerca, ¿eh? -me dijo mi compañero, intentando ocultar su nerviosismo con una sonrisa-. Te apuesto lo que quieras a que ese bicho tiene el nido en el CIEMAT, ¡ahí sí que se debe haber puesto tibio de radiación!
El CIEMAT estaba ubicado a 300 metros de nuestra posición y lo que nos explicaron en clase es que se trataba de un centro de investigación relacionado con la energía atómica, la misma que nos ha condenado por generaciones a vivir en el subsuelo.
Pero efectivamente, antes he dicho clase. Y es que tras superar el shock de los bombardeos de 2013, la gente de la sección norte del metro de Madrid comprendió que la situación iba para largo y que pasarían varias décadas hasta que pudiéramos caminar por el exterior sin protección. Una vez asegurada la producción de energía y comida (mis padres son unos de tantos cultivadores de setas en Canal), llegó el momento de pensar en la formación de las nuevas generaciones.
El día de la catástrofe muchos profesores pudieron refugiarse en el metro y fueron éstos los que conformaron el rectorado de la que pasó a llamarse la "Nueva Universidad de Madrid". El rector tuvo inmediatamente poder absoluto en toda la línea Universitaria, incluso por encima de los jefes de estación. De hecho, nosotros pudimos saltarnos el cierre gracias a una orden firmada por él.
Las caras de nuestros compañeros cuando desfilamos ceremoniosamente hasta la compuerta fueron de tanta envidia como lo fue de fastidio la del stalker que teníamos asignado, y que por tanto, haría de nuestra niñera.
-¿Ya hemos llegado? -preguntó mi compañero al stalker que nos habían asignado y que ni se había dignado a decirnos su nombre-. Esas son las facultades del este del paraninfo.
-Eso es -me adelanté yo mirando el mapa y con un cierto aire de superioridad autoconferido, a lo que nuestra niñera se limitó a gruñir-. Ahí está la Facultad de Filosofía, donde estudiaba la mujer del profesor.
-Nunca la llegó a encontrar, y eso que ha ido pidiendo excedencias para recorrer todo el metro en su búsqueda -afirmó mi amigo.
-Yo he oído que llegó hasta Metrosur y allí la gente era caníbal.
-Metrosur no existe -me interrumpió secamente el stalker-. Las bombas cayeron en Cuatro Vientos y la zona de los cuarteles barriéndolo todo. -Y antes de que pudiera replicar, añadió: -He estado allí, yo lo acompañé.
Una vez que el poder académico fue instaurado y sus límites definidos, se proclamó que todos los chicos de 14 años que supieran leer, escribir y hacer operaciones matemáticas sencillas (esto corría a cargo de tus padres) realizarían una estancia de 2 años en la línea Universitaria para formarse. Son 2 años duros porque no ves a tu familia, pero a cambio estrechas amistad con gente de otras estaciones que está en igualdad de condiciones contigo.
Porque claro, solo los llamados "universitarios" podíamos estar en esa línea, a excepción del personal de seguridad cuyos costes son sufragados por el resto de estaciones. Somos unos privilegiados porque disponemos de más espacio que los demás (de camino a esta línea vi cómo dormía la gente hacinada en ciertas estaciones) y nuestras bombillas lucen tanto que a los novatos se les debe dar gafas de sol que no deben quitarse durante los dos primeros días bajo ningún concepto. Además, los alimentos son de primera, cortesía del resto del metro.
A cambio debemos cursar una serie de asignaturas que son impartidas por los profesores y dejarnos la piel en el estudio. Al día tenemos 10 horas de clase, dedicándole el resto a tareas de limpieza y mantenimiento, así como al descanso. La disciplina fuera de las aulas, improvisadas con biombos en los andenes de las estaciones de Metropolitano y Ciudad Universitaria, es muy dura. Para colmo, tenemos algún que otro profesor con mala idea.
Aunque oficialmente íbamos a cumplir con nuestra obligación de salir al exterior para complementar nuestra formación y de paso recoger material que pudiera ser de utilidad para las clases, era de todos conocidos que el rector había firmado aquella orden porque tenía un interés personal en nuestra expedición.
-¿Te acuerdas cuando aquel zopenco le preguntó al profesor a santo de qué debíamos estudiar Informática si la energía disponible en el metro es mínima? -me preguntó mi compañero sonriendo.
-¡Vaya si me acuerdo! -Tuve que contener una carcajada para evitar la reprimenda del stalker por hacer demasiado ruido-. Le respondió que por esa regla de tres, ¿por qué iba vestido? Al fin y al cabo, si estamos abocados a no progresar, el metro acabará en la oscuridad y llevar ropa ya no será necesario para esconder nuestras vergüenzas.
-Lo mismo decía de la asignatura de Filosofía, ¿verdad? -replicó mi amigo.
-Cierto -afirmé solemnemente y citando casi de memoria-: él siempre citaba a un tal Von Braun, el cual escribió que la Filosofía era la reina de todas las ciencias y, por tanto, nuestra mejor arma ante la indeterminación que nos rodea.
-Chicos, cambiad los filtros de aire -nos ordenó el stalker-, hemos llegado.
Nuestra misión oficial era clara: ir a los laboratorios de la segunda planta y recuperar todo el material electrónico que pueda utilizarse para las clases. Chips, cables, herramientas de precisión... Hasta la fecha se había saqueado la Facultad de Físicas por estar más cerca y por tanto, la de Informática era terreno casi virgen.
La misión extraoficial se basaba en una corazonada del rector. Hacía una semana que nuestro profesor de Informática había abandonado la estación y todavía no había vuelto. Esto sería hasta cierto punto normal, considerando que empleó los últimos 20 años en buscar a su familia por toda la red de metro, si no fuera porque abandonó la estación por arriba con un "vuelvo al origen" como única despedida.
Así que ahí estábamos, entrando en la Facultad de Informática, el posible origen mencionado por nuestro querido profesor.
Accedimos a la segunda planta no sin cierta dificultad, puesto que parte del techo se había venido abajo en el descansillo entre la planta baja y la primera y nos tocó quitar escombros. Me di cuenta de que el plan de evacuación había funcionado a la perfección aquí porque no encontramos ni un solo cadáver en nuestro camino. Todo lo contrario de la Avenida Complutense, donde muchos hallaron la muerte en un absurdo atasco de coches o directamente, a las puertas cerradas del propio metro.
Reventamos los armarios de los técnicos de laboratorio y llenamos nuestras mochilas con material. En particular, di con un multímetro que estaba en perfecto estado salvo por el hecho de que la batería necesitaba una recarga. También hicimos el lleno de destornilladores de precisión.
-Bien -nos dijo el stalker-, es hora de marcharnos.
-Un momento -replicó mi compañero-. ¿Dónde puede estar el origen que dijo nuestro profesor?
Enseguida lo entendí.
-¿Esta facultad no tiene un museo? -pregunté al stalker.
-Mmmm... -Se quedó pensativo hasta que de repente se dio la vuelta y corrió hacia las escaleras-. ¡Seguidme!
Embargados por la emoción fuimos corriendo detrás del stalker. Nos dirigimos nuevamente a las escaleras pero esta vez para subir a la tercera planta.
Enseguida recordé que nuestro querido profesor nos hablaba de un museo de la Informática donde descansaba ni más ni menos que el primer ordenador que se fabricó en España. Se trataba del Analizador Diferencial Electrónico y siempre era usado como ejemplo sobre el instinto de superación que teníamos que demostrar en tiempos difíciles.
Nos decía en clase una y otra vez a propósito de tan insigne máquina: "¿Qué hizo el Hombre cuando no pudo resolver problemas a la velocidad que quería? ¿Rendirse y quedarse escondido en el subsuelo de la Ciencia? ¡Jamás! (Aquí se despertaba sobresaltado más de uno.) Decidió usar su ingenio, fabricar sus propias herramientas... ¡su futuro! Porque vosotros, mis queridos alumnos, vosotros sois los vectores del futuro y heredaréis el mundo que hay sobre nuestras cabezas. Cada uno de vosotros está destinado, ¡a algo grande!"
Siempre había alguno que se tomaba a pitorreo estos raptos de nuestro profesor, pero en general se le profesaba un gran respeto y, en mi caso, una enorme admiración.
-¡Venid aquí! -oí al stalker escaleras arriba-. ¡Lo he encontrado!
Mi compañero y yo aceleramos más todavía el paso. Llegamos sofocados a la planta de arriba.
Y efectivamente, ahí estaba.
Reposaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la máquina de la que tantas veces nos había hablado.
Llevaba puesto su birrete de doctor, ya destrozado por el paso del tiempo, pero que siempre se ponía ceremoniosamente para impartirnos su asignatura.
En la mano sujetaba una foto. En ella aparecía la que sin duda era su esposa, una mujer bellísima, que posaba sonriente para quien la había retratado. Su dulce y cómplice sonrisa me cautivó, y eso que nunca la llegué a conocer.
Enseguida entendí la energía innata que había acompañado a nuestro profesor durante su búsqueda infructuosa. Esa imagen de su mujer se la había estado comunicando y él la guardaba como su objeto más preciado, hasta el extremo que nadie conocía su existencia.
Pero la melancolía se había apoderado de él. Años aleccionando a las nuevas generaciones del metro de Madrid sobre el futuro y él había decidido que pertenecía al pasado... un pasado que ya no tenía cabida en el mundo actual, como tampoco su propia felicidad junto a la mujer que tanto amó y jamás pudo encontrar. Por eso, se había arrancado voluntariamente la máscara antigás y había dejado que los gases tóxicos hicieran lentamente su trabajo en este lugar tan lleno de significado.
Nos quedamos un buen tiempo sin apartar la mirada de nuestro profesor y mucho menos sin decir nada.
El stalker fue el primero que rompió el hechizo que nos había sumido, retirándose hacia el descansillo.
Casi a la vez, mi compañero y yo depositamos en los bolsillos del chaleco de nuestro profesor una bala cada uno como acto de ofrenda.
A continuación, nos pusimos la mano derecha en el corazón y mirando siempre a nuestro querido profesor, comenzamos a cantar en su honor el himno de la línea Universitaria:
"Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus..."
MÁS INFORMACIÓN
Portal oficial de Metro 2033
Universidad Complutense de Madrid
Plano interactivo del Metro de Madrid (indispensable en un relato del Universo Metro 2033)
http://prs.metromadrid.es/metro/mapametrofull.asp
Museo de la Informática García Santesmases