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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 7 de diciembre de 2024

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Sci·Fdi:
Revista de ciencia ficción, 2017 Octubre 1; (18) Número 18

Editorial

Con este número 18 de Sci-FdI alcanzamos nuestra mayoría de edad. Sí, ya sabemos que algún tiquismiquis pensará que realmente solo han pasado 8 años desde nuestro nacimiento en 2009 y que por tanto seguimos en nuestra más tierna infancia. Ahora bien, como somos nosotros quienes escribimos el editorial, podemos definir nuestra edad como nos dé la gana, y dado que somos unos niños malcriados que quieren hacerse mayores,  pues la definimos así...

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Corazón de melón

¿Quién no ha querido alguna vez tener superpoderes? En las películas los superhéroes tienen poderes como volar, tener supervisión, leer la mente, detener el tiempo o ser invisible. Todo ello muy útil para combatir a los malvados de turno y salvar a la humanidad. Pero claro, esto es lo que pasa en las películas, no en el mundo real, pero... ¿qué pensarían si les digo que yo sí que he tenido un superpoder especial durante toda mi vida? Supongo que no me creerían, no les culpo, y los pocos que me creyeran pensarían que soy un egoísta que no he hecho nada con mis poderes para ayudar a mis congéneres. Ahora bien, la triste verdad es que en el mundo real los poderes no son tan magníficos como en la ficción. Mi poder me ha sido útil, no lo voy a negar, pero no he encontrado ningún modo de mejorar el mundo con él, y no creo que nadie hubiera podido hacer con él mucho más de lo que he hecho yo, porque mi poder es bastante curioso: hago que los melones sepan muy (pero que muy) bien.

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La invasión necesitada

Se creía, por las pistas aportadas, que las habían traído a la Tierra por el hecho de que en un principio fuese en este planeta donde con mayor fuerza y esplendor se habían asentado sus predecesoras. Era bien aceptado que los humanos no habíamos sabido mantener el equilibrio, y agonizábamos junto con todas las especies a las que lentamente y a lo largo de los años nos habíamos encargado de destruir.

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Política galáctica

El pequeño Muddy alternaba su luminiscencia entre el ámbar y el violáceo, en claro gesto compungido. Temía que su padre le reprendiera por hacerle unas preguntas tan sencillas aunque sabía que su progenitor disfrutaba de ponerlo entre sus cilios, acunarlo en su vacuola y adoctrinarle pacientemente sobre las cuestiones que le planteaban en la escuela.

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Hastío

Todo este hastío comenzó con la mordedura de una ardilla.  El pobre excursionista no le dio importancia, se curó la herida y siguió con su paseo.  Quién le iba a decir que esa decisión iba a causar este cataclismo mundial...

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El hombre olvidable

La enfermera recogió el bebé que se había acabado de encontrar en la sala de partos, pero lo olvidó en la sala de neonatos. Otra enfermera, que se disponía a dar biberones allí, no esperaba a ese otro bebé, pero lo alimentó como a los demás y se olvidó inmediatamente del tema, y así un día tras otro. Cuando pasaron los días y fue obvio que el niño ya no era un recién nacido, una doctora que lo encontró lo llevó a pediatría para preguntar por él, pero lo olvidó allí. Al verlo llorar, la recepcionista de pediatría se preguntó qué madre habría olvidado allí a su bebé. Entonces lo alimentó, pero poco después se olvidó de él, hasta que volvió a verlo un rato después y volvió a preguntarse qué madre habría olvidado allí un niño.

 

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La gran disciplina ausente en la literatura de ciencia ficción: la química

Es incuestionable que, al margen de las leyes físicas cuyos efectos todo el mundo experimenta en su quehacer diario, aunque sea de manera subliminal e inconsciente, la química juega un papel igualmente central y relevante, que determina el desarrollo o colapso económico e industrial de los diferentes países, así como marca el bienestar o la miseria material de la  población. Desde las industrias textil y alimenticia, pasando por los fertilizantes usados en la agricultura, la petroquímica, la metalurgia, los polímeros y otros materiales sintéticos, hasta los cosméticos, perfumes y fármacos, prácticamente cualquier sustancia que manipulamos diariamente está íntimamente ligada a la química. El llamado progreso, al margen de otras innovaciones sociales, se basa fundamentalmente en la eclosión decimonónica de la industria química, con todas las connotaciones negativas que dicho desarrollo nos ha legado, de las cuales la más importante es la contaminación medioambiental, un problema probablemente irresoluble debido a sus laberínticas implicaciones políticas y financieras, así como a las contradicciones éticas tan características del antropocentrismo. Todo ello convierte a la química en una disciplina ambivalente, fascinante para unos y minusvalorada e incluso despreciada por otros, aunque indispensable para la subsistencia de todos, o bien, en un contexto más frívolo, para la fabricación, mantenimiento y desarrollo de dispositivos de distracción masiva publicitados como irrenunciables para la realización personal. Ante esta indispensabilidad de la química en la sociedad contemporánea, resulta chocante, o cuanto menos llamativo, que la representación de esta ciencia en la literatura de ciencia-ficción sea, al menos desde el punto de vista formal, sumamente escasa.[1]



[1] No tratamos aquí su impacto en medios audiovisuales, que puede analizarse en la obra de Stocker citada al final.

 

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