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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Martes, 19 de marzo de 2024

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Entrevista a José María Merino: "La ficción es una manera de intentar entender la realidad, porque no hay quien la entienda"

Al entrar en la casa de José María Merino uno puede hacerse una idea rápida y sencilla de que al dueño de esa vivienda hay una cosa que le enamora: la palabra. La cantidad de libros ha ido ocupando pasillos y habitaciones y finalmente se ha ido desbordando sobre las mesas, incluso sobre esa en la que Merino se enfrasca todos los días para crear su próximo trabajo. El tiempo dedicado a esta pasión sin duda tiene sus recompensas, como el Premio Nacional de Narrativa 2013.

- Toda su vida escribiendo ficción y cuando le dan el Premio Nacional lo hacen por la que se ha considerado su novela más realista, El río del Edén. ¿Le sorprendió?
- Que le den a uno el Nacional siempre es muy satisfactorio, por lo tanto que te lo den por cualquier novela, y en paz (risas). A mí todas mis novelas me interesan lo mismo, pero sí es verdad que sorprende que sea la menos fiel al estilo que yo suelo utilizar. Al jurado quizás le llamó la atención que sea una tragedia contemporánea, con una persona que por un accidente de coche se queda tetrapléjica, con un niño Down... En fin, que había muchos elementos que están en lo cotidiano, y eso es quizás lo que captó la atención.


- Entre tanto realismo y tragedia cada capítulo va encabezado con unos dibujos que luego descubrimos que son mandalas que dibujaba la mujer protagonista. ¿Eso no es también ficción, el hecho de que alguien del libro dibuje en el propio libro?
- Es un recurso para mantener presente a ese personaje que es Tere, que está en la novela porque están sus dibujos. Es como si estuviese personalizándose a través de ellos, de esos mandalas que ella hacía para entretenerse.

- De todos modos, ¿realmente lo que se incluye en una novela no es siempre ficción?
- Hay quien opina, gente que respeto mucho, que la ficción es mentira. Para mí sin embargo está la mentira, la verdad y la ficción, que es una interpretación de la realidad. La ficción proviene del pensamiento simbólico y es una manera de intentar entender la realidad, porque no hay quien la entienda. Yo siempre digo que la realidad es inverosímil, y cada vez más, mientras que la buena ficción intenta ser verosímil, de hecho no nos la creemos si no lo es. Una buena ficción tiene que convencernos de que unos tipos duermen por el día y por la noche salen a chuparnos la sangre a los vivos. El lector tiene que aceptar cosas así. Por lo tanto la ficción es una tercera vía para dar un sentido a esta realidad tan evanescente y tan absurda en la que vivimos.


- ¿Hacer un texto verosímil es quizás lo más difícil para un escritor?
- Yo creo que sí. Muchas veces hay piezas magistrales desde el punto de vista del estilo, pero no te las crees, y si no te la crees esa ficción ha fracasado. La buena ficción tiene que ser siempre convincente y verosímil.


- El protagonista de El río del Edén, Daniel, es un personaje con muchas caras, a veces se dice en el propio libro que son dos, pero en realidad muestra muchas más. ¿Ese es un ejemplo de verosimilitud, de cómo somos los humanos?
- Lo primero que te digo es que el tema del doble me ha interesado siempre mucho, y tengo muchísimos cuentos con ese tema e incluso mi novela La orilla oscura es la historia de alguien que se desdobla. Eso es algo que siempre aparece en mi obra y en este caso quise que el doble fuese Daniel, pero efectivamente Daniel tiene más de dos caras, porque todos tenemos por lo menos dos y seguramente muchas más, así que sí es un ejemplo de verosimilitud. En este personaje quise reflejar ese mundo de contradicciones en que muchas veces estamos porque yo creo que nuestro doble se manifiesta cuando tenemos que tomar una decisión sobre una disyuntiva compleja. Ahí están al menos nuestros dos yoes.


- ¿Son dos yoes que son ángel y demonio?
- Eso no se sabe, porque yo creo que todo ángel tiene algo de demonio y viceversa. Yo no soy nada maniqueo y como algunas escuelas antiguas creo que no puede haber bien sin mal ni mal sin bien, no existe el ser perfecto, eso es imposible.


- ¿Cómo plantea su método de trabajo para hacer sus textos creíbles? ¿Crea una estructura previa?
- Para las novelas voy haciendo esquemas a partir de una idea borrosa. Así como el cuento tienes que verlo entero desde el principio o sino no puedes meterte con él, aunque luego lo cambies, la novela no tienes que verla entera. Hay una idea general, unos personajes, un esquema de lo que puede ser y luego te tienes que poner a trabajar, y se va haciendo según la vas trabajando, lo cual no es una ley general porque yo tengo amigos que plantean una novela desde el principio, hacen un esquema, lo desarrollan y adelante. Yo no, yo voy cambiando cada poco. En mi mesa tengo papeles y el ordenador y muchas veces tomo nuevas notas para replantear el esquema porque lo voy cambiando, voy metiendo lápiz, pluma, quito, esto no está aquí... y la novela va creciendo según se va escribiendo. Para mí es una experiencia estupenda la de ir viendo cómo surge el proceso de ese nacimiento.


- Para el lector también es una buena experiencia porque por ejemplo en su última novela la historia va creciendo como un río que aporta cada vez más información.
- Bueno sí, eso también al lector le puede aportar mucho. Yo siempre digo que la santa patrona de los escritores es Sherezade, porque si el sultán se aburría le cortaba la cabeza al día siguiente. Ella sobrevive porque el sultán quiere saber cómo sigue el cuento. Yo creo que todos somos un poco sherezades en ese sentido, porque si el lector se aburre y dice "fuera", "se acabó", nos han cortado la cabeza y por lo tanto tienes que conseguir interesar al lector.


- En 2009, en su discurso de ingreso en la RAE, aseguró que su pasión por la palabra le venía de un diccionario que tenía su padre, Bonifacio. ¿Continúa usando el diccionario de manera habitual?
- El diccionario siempre es fascinante y tengo muchísimos. A mí el mundo del diccionario me encanta e incluso ahora que en la RAE estamos viendo, en vuelo de helicóptero, la vigésimo tercera edición que ya hemos terminado, descubres cosas maravillosas, como qué hace esta palabra aquí, o por qué se mantiene, o qué hace este localismo, o esto qué significa. Es sorprendrente cómo en el diccionario a lo largo de los años va depositándose un léxico que muchas veces de pronto, en veinte o treinta años, pierde su significado, se olvida.


- ¿La RAE es lo que esperaba? ¿Le roba mucho tiempo?
- La verdad es que este año me está llevando mucho tiempo porque estamos en el tricentenario y yo me he ocupado de algunas de las tareas, pero es un trabajo agradable y entretenido, y desde luego lo que no me esperaba es lo divertido que es trabajar con las palabras. Eso es lo que más me gusta, la comisión en la que nos ponemos a revisar palabras con un estupendo lexicógrafo que está ahí delante y que nos dice "de esto la última vez habló Unamuno" o "esta palabra la utilizó Zorrilla". Eso es apasionante. Luego hay otros aspectos que pertenecen a la vida de cualquier institución, como temas de organización, temas económicos que en este momento no son los más gratos...


- ¿De ese trabajo podría salir una novela o un cuento?
- Posiblemente podrían salir muchos cuentos. En mi comisión, por ejemplo, la definición de calavera va a ser diferente a la anterior, porque cuando la leímos nos dijimos que eso no era una calavera, así que nos pusimos a darle vueltas y le hemos cambiado la definición. Antes sí se entendía, pero a nosotros nos parece raro porque no responde a lo que entendemos hoy en día por una calavera y con eso se podrían escribir cuentos y de todo.


- Usted, al igual que otros escritores como Lorenzo Silva, estudió Derecho. ¿Llegó a acabar esos estudios?
- Sí, aunque no ejercí porque hice unas oposiciones, aunque por lo tanto sí viví del Derecho durante mucho tiempo. Los años de la carrera fueron una época curiosa porque el Derecho te permitía dedicarte a todo, no era una carrera absorbente como las ingenierías, que los que las cursaban eran esclavos de su estudio. Nosotros teníamos una vida mucho más libre, que nos permitía leer mucho, así que tengo un buen recuerdo de aquellos años en la Complutense.


- ¿Ya en aquella época su objetivo era escribir?
- Sí, yo quería escribir, lo que pasa es que escribir en aquella época era muy difícil. Bueno, yo creo que ahora vuelve a ser otra época dura para el que quiera publicar su primer libro. Yo empecé siendo poeta y publiqué un libro de poemas, pero sí tenía claro que tenía que ganarme la vida y no podía hacerlo como escritor, porque la vida es muy azarosa y un libro puede ir muy bien y el siguiente fatal, lo que te hace vivir de bolos y dando conferencias. Yo cuando tuve ya treinta años de servicios en la administración pedí una excedencia sin sueldo y me fue bien, pero ya llevaba un montón de años ganándome la vida como funcionario. Ahora yo creo que la gente joven lo tiene peor que antes, porque las editoriales tienen cada vez más restricciones.


- También parece que hay menos lectores.
- Sí, y no conozco la razón. No sé si es porque se descargan el libro directamente de Internet o porque ya no hay tanto interés por la literatura como hubo cuando yo era joven. Ahora, por ejemplo, hay gente joven, escritores, que presumen de no conocer el siglo XIX, a auotres como Tolstoi, Dostoievski, Stendhal... Son tiempos, como dicen con esa frase que a mí me parece como propia de un cuento de horror, de "cambio de paradigma". A mí se me ponen los pelos de punta cuando oigo hablar de eso.


- ¿La escritura está igual de mal que la lectura?
- No, no. Por ejemplo, en breve voy a presentar un libro de cuentos de Ángeles Encinar que ha aparecido en Crítica con las nuevas generaciones de cuentistas. Y hay un nivel de cuento en España extraordinario, con una diversidad notable y con una estupenda calidad de escritura y de imaginación. Sin embargo, creo que lectores de cuentos hay menos que escritores (risas). Leemos los que nos gusta leer cuentos, que somos muy pocos. Se está produciendo esa especie de paradoja en la que hay un buen nivel de escritura, una afición a la escritura grande por parte de unos cuantos y un desinterés general hacia la lectura.


- ¿Por qué cree que ocurre esto?
- La familia tiene una responsabilidad tremenda en este tema y ya no se les cuentan ni se les leen cuentos a los niños. Luego está el agobio tremendo informático con la cantidad de juegos que hay que absorben muchísimo tiempo y que hacen que los chicos cada vez lean menos y utilicen poco la palabra escrita y cuando la utilizan lo hacen de un modo sorprendente a través de abreviaturas. Ese cambio de paradigma no sé a dónde nos va a llevar. De hecho creo que estamos entrando otra vez en una Edad Media bastante oscura.


- ¿Piensa que es posible amar la lectura si no te lo han inculcado desde pequeño?
- Eso como no entres de joven luego ya es muy difícil, aunque hay quien entra, pero son los menos. Por eso yo me alegro cuando conozco a un chaval que lee. El otro día me llegó una carta de un chico de once años diciendo que le había gustado un libro mío, El oro de los sueños, y me ha emocionado. Le he escrito una carta inmediatamente al chaval animándole para que siga leyendo porque aparte de pasárselo bien va a aprender muchas cosas sobre él y sobre el mundo.


- Lleva ya tiempo sin hacer una novela juvenil. ¿Ha dejado ese género definitivamente?
- En realidad acabo de hacer una cosita que va a sacar una pequeñísima editorial, pero sí, hace tiempo que no escribo novelas juveniles como mi trilogía sobre América o No soy un libro, que se acaba de reeditar. También escribí una trilogía para niños pequeñitos y acerté porque les gusta mucho a los jovencísimos lectores. Lo de ahora es un texto de ciencia ficción un poco loco, porque buscaba algo que sirviese para ser ilustrado y creo que lo van a hacer muy bien.


- ¿La juvenil es una literatura más fácil de escribir?
- En realidad no. Lo que yo aprendí escribiendo la trilogía americana no te lo puedes ni imaginar. Tengo una parte de mi biblioteca dedicada a esos temas porque empecé escribiendo una novela de aventuras y acabé zambulléndome en el mundo de los cronistas de indias, los mitos precolombinos... Incluso me convertí en un aficionado a viajar a Hispanoamérica. Lo bueno para mí de la literatura es que una cosa lleva a otra y me ha permitido conocer otros muchos temas y profundizar en cosas que de otro modo no hubiera conocido.


- Entre sus literaturas preferidas está la del siglo XIX, pero ¿le gusta también la que se hace en la actualidad?
- Vuelvo a leer a ciertos cuentistas americanos como Cheever o como Carver y vuelvo a encontrar literatura de calidad. También hay rusos contemporáneos como Makani que son estupendos, porque los rusos han tenido siempre un nivelazo, pero los estrictamente contemporáneos, salvo mis amigos, a los que leo con verdadero gusto, no consigo que me emocionen. Por ejemplo a mí Coetzee no me dice tanto como Thomas Mann. A lo mejor es que me he hecho mayor y ya tiene uno sus manías. El nivel que tuvo la literatura del siglo XIX fue asombroso, después lo que hemos hecho ha sido muchos experimentos de tipo formal, el cine nos ha ayudado a jugar con la síntesis y hemos redescubierto el gusto de la palabra que ya lo tuvo el Siglo de Oro. De todos modos, sinceramente creo que no estamos ahora en el mejor momento de la historia de la literatura.


- ¿Hay que volver a los clásicos?
- Siempre, porque los clásicos nos han iluminado. Los rusos, por ejemplo, empiezan a hacer una gran literatura entre otras cosas porque Pushkin lee el Quijote. Se fue construyendo una lectura desde la mirada de los clásicos y ahora los hemos perdido. Es raro encontrar entre las nuevas generaciones a alguien que conozca lo de antes. Hay como un olvido de la mirada de los grandes y sin eso es imposible hacer buena literatura. Imagina un mundo de pintores que dijesen que no necesitan conocer a ningún pintor anterior para pintar. Picasso era un gran dibujante y se conocía muy bien a los clásicos y desde luego en su vida habría dicho que pasaba de Velázquez. Lo malo es que estamos cayendo un poco en eso, menospreciando el pasado.


- ¿Qué es lo más importante que ha sacado usted de ese XIX?
- Yo he aprendido a entrar en el corazón humano, porque el XIX es, sobre todo, relacionar a la gente. Galdós será mejor o peor estilista, pero en su obra hay personajes que siguen vivos; o en Dickens, que tiene personajes de carne y hueso que son los únicos que podemos conocer en profundidad en la vida, porque a la gente que nos rodea, en el fondo no la conocemos. 

El peligro de la privatización de los Estados
"Por mucha crisis que haya, eso no se puede utilizar como un subterfugio para rebajar la educación y la investigación", así de claro lo tiene José María Merino. Asegura que lo que estamos viviendo en este momento en España con los recortes en investigación nos llevará a ser un país de camareros "como quería Hitler". El escritor muestra su respeto hacia esa profesión, que le parece "noble y difícil", pero no puede ser única, sino que debe coexistir con otras como la carrera científica, sobre todo cuando de aquí salen "muy buenos investigadores".
De ahí pasa Merino al resto de recortes en el sistema educativo y considera que "en la transición no se afrontó a fondo la reforma de dicho sistema y con los años está haciendo agua por todas partes". Considera además el autor de Cuentos de los días raros que los niños deberían ir educados de casa, sabiendo por ejemplo distinguir la ficción de la realidad, "porque eso es responsabilidad de la familia, y luego hay que potenciar el sistema educativo para que la gente salga bien formada y con gusto por la lectura".
Reconoce que en su época eso no se hacía porque estaba mal visto leer. Él era "un outsider, y con otro amigo, dos sectarios que leían a escondidas". De acuerdo con Merino habría que potenciar mucho el sistema educativo, algo que seguramente sea caro y debido a eso se frenará cualquier intento de mejora, sobre todo en un mundo en el que "no se quiere hacer nada con el dinero público, porque consideran que lo bueno es privatizarlo todo". Según el escritor, en estos momentos "lo público es sospechoso". Recuerda la novela Mercaderes del espacio, de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, una ficción científica en la que "en el mundo ya no hay Estados, hay corporaciones, y a eso parece que es a lo que vamos, con Estados cada vez más endebles, con menos responsabilidades públicas, y que son sustituidos por las grandes empresas, que es algo que estamos viendo cada día más".
Merino reconoce que no es optimista y que además duda de que vaya a haber un progreso infinito. En sus múltiples visitas a colegios lo que ha descubierto, con el paso de los años, es un "profesorado cada vez menos animado, más triste y con menos medios, y un alumnado que tiene mucho menos léxico que hace veinte años". Un ejemplo es que antes los lectores jóvenes de El oro de los sueños no entendían palabras como "jarcia" y "obenque", pero hoy no entienden la palabra "absorto".

 

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