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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Lunes, 14 de octubre de 2024

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Nuestras recomendaciones

24 FEB 2011 a las 12:28 CET

Una campaña para apoyar: Salvemos el Serengeti.

Para leer, el libro La reliquia de Rasputín, de William Valtos.

Para pensar sobre el teatro de ayer, de hoy y de siempre.

Salvemos el Serengeti

por Andrés Torrejón

El gobierno de Tanzania está planeando construir una gran carretera comercial que cruce el Parque Nacional del Serengeti, uniendo así el área del lago Victoria con el este de Tanzania. Los expertos advierten de los efectos desastrosos que puede provocar en el ecosistema. Las partes del norte del Serengeti y el adyacente parque de Masai Mara son especialmente relevantes para la migración de más de un millón de cebras y ñus durante la estación seca. Además supone el único lugar donde las manadas pueden tener agua a lo largo de todo el año. Los estudios realizados por científicos advierten de que si se lleva a cabo la carretera la población pasaría de los 1,3 millones de animales actuales a unos 200.000, con lo que eso significaría para la pérdidad de biodiversidad tanto en esa zona del planeta como a una escala global. La iniciativa Serengeti Watch, una organización sin ánimo de lucro, se ha creado para oponerse a la fabricación de dicha carretera y ha propuesto el próximo 19 de marzo de 2011 como el Día Internacional del Serengeti. En su página web  se puede leer información actualizada de estudios científicos y estar al día de todo lo que ocurre en el Parque Nacional. También puedes participar de manera más activa apuntándote al grupo de Facebook "Stop the Serengeti highway". En los foros encontrarás un hilo del "Spanish team" en el que podrás proponer iniciativas para ese día 19 de marzo y unirte a las que propongan otros. Entre todos podremos frenar esta barbarie.

La reliquia de Rasputín

por Pedro Bermúdez

Estaba yo con los exámenes y busqué un libro fácil de leer y que no me complicara demasiado la cabeza, y lo encontré en esta novela de William Valtos. En ella una comunidad rusa que vive en Estados Unidos se encuentra de repente con la maldición de Rasputín que les acecha, o más bien con una mano del viejo monje ruso que parece estar cargada con una maldición y que va matando a todos los que se cruzan en su camino. Reconozco que la novela no es magistral y que no le van a dar ningún premio. De hecho me parece a mí que el escritor no tiene una gran formación literaria, y que más parece estar describiendo un telefilme que haciendo una narración novelesca, pero eso no ha impedido que me divirtiese con la historia. Los elementos son conocidos: un policía de pueblo, una chica maciza, una maldición antigua, una conspiración, un toque místico... Todo eso lo metes en la coctelera y te sale esta reliquia de Rasputín. Lo que tengo claro es que a los que les fascinan las novelas de autores como Dan Brown y Ken Follet les va a gustar también esta novela, porque al fin y al cabo los elementos son los mismos y el estilo literario no difiere demasiado entre unos autores y otros.

Sobre el teatro de ayer, de hoy y de siempre

por la Escuela de Espectadores

Estamos acostumbrados a leer con entusiasmo los comentarios que sobre las obras de teatro hacen los críticos especializados, olvidando que la mayoría de las veces, por no decir casi siempre, lo más importante se lo dejan en el tintero. ¿Está el teatro en unos derroteros donde el fin es cuestionable? Viendo la programación de este año uno se pregunta si lo que busca Beaumarchais son los fuegos artificiales, si lo que pretende La violación de Lucrecia es el lucimiento de la actriz, o si Prometeo, espectáculo de cuestionable vanguardia, quiere demostrar la capacidad de medios del CDN. También las compañías privadas se están empeñando en mostrar propuestas novedosas para que el espectáculo resulte más atractivo, pero tampoco consiguen lo que verdaderamente debería ser el fin del teatro: la atención y la conexión con el alma del espectador. Es el caso de Este sol de la infancia que, reuniendo un loable esfuerzo de producción, interpretación y ambientación, algo le falta para que el público salga realmente satisfecho. Quizá sea oportuno recordar a todos los profesionales del teatro que lo que el espectador quiere es otra cosa. Por lo general, lo que al espectador le satisface y le hace volver una y otra vez al teatro, no son solo la profundidad de los reconocidos textos clásicos, la efectividad de las aparatosas puestas en escena, las desbordantes exhibiciones de un intérprete, etc. El teatro es otra cosa, no es el balance económico del debe y el haber. Para emocionar, satisfacer y enganchar, lo único verdaderamente válido es la autenticidad.

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