Los inminentes comicios de este otoño llevan a una reflexión sobre el secano de estrategias de comunicación en momentos de crisis global, paro galopante y descrédito como nunca de la política. Mejor dicho, de los políticos, seres omnímodos a quienes se culpa de todos los males presentes y algún otro que llegará sin duda gracias a su existencia. Descontento general que no es precisamente producto de las expectativas que la proximidad de la cita con las urnas concita en sus hipotéticos votantes. Mucho menos en nuestro país. Porque si en algo ha acortado camino nuestra joven democracia ha sido en su equiparación al modelo occidental en su vertiente menos deseable: el recurso a la abstención como remedio a situaciones complejas. Y pocas como la que el final de 2011 nos depara.
Cuestión no menos importante a considerar es si las nuevas técnicas y herramientas electorales de corte digital, podrían modificar sustancialmente tan nefasta tendencia, con una nueva mirada al proceso capaz de interesar a los sectores más reticentes (jóvenes en su mayoría) para así impulsar la participación ciudadana en una decisión clave para cualquier sociedad desarrollada. Lejos quedan en nuestro siglo las entrevistas a fondo o la telegenia que llevó a John F. Kennedy a una nueva era por causa de un verbo y una ausencia de maquillaje que su contrincante no supo lucir con igual destreza. Y es que una década después de que Internet se convirtiera en parte esencial de los sucesos del 11-S (hoy del 15-M), hasta la magia de los debates presidenciales pierde lustre, convencidos los contendientes de que son las nuevas tecnologías de la comunicación las encargadas de hacer y deshacer ganadores a golpe de índices, ya sean bursátiles, del paro o de difusas intenciones de voto. Sin olvidar la efectividad del triunfalismo a priori -la reciente experiencia estadounidense demostró que gana aquél que sabe venderse como presidente sin serlo aún. Lo que podría repetirse este 20 de noviembre. Porque más allá de carismas, lo que importa es el poder de un liderazgo mediático sostenido -abrir o cerrar telediarios queda para los que vaticinan al minuto la capacidad o incapacidad de bancos y naciones para solventar un desastre debido ¿a todos? Comparecencias, programas inexistentes o con insuficientes soluciones aparte, mejor esperar a que las cosas caigan por su propio peso, dejando que el imperativo del cambio haga el resto.
Y es que en nuestra democracia emocional dominada por la visualidad y la urgencia del blogger, el producto político ha trascendido lo tradicional, y desplazado su iconicidad a la credibilidad del mito ubicuo reproducido a click de Blackberry. Poder de YouTube y Twitter versus voto del pocket (bolsillo) es el dilema de las redes sociales para ¿repetir? en 2012 la hazaña de Barack Obama. A sabiendas de que, llegado el momento, movilizar usuarios no significa necesariamente que aquellos ejerzan en el colegio electoral. Algo a tener en cuenta por los que estamos en capilla, con una salmodia mejorada: se puede, y además es necesario. A tal fin nada mas adecuado que esta galaxia de interconectados que canalice los esfuerzos de un electorado dispuesto a asumir responsabilidades, para romper la inacción que caracteriza a las elecciones generales durante las últimas décadas.