Para un país pequeño como Singapur, la población es una de sus principales riquezas. Se intentaba sobre todo aumentar la productividad, y también la inteligencia de sus habitantes. La educación desempeña allí un papel primordial, y los niños están fuertemente presionados para alcanzar buenos resultados en el colegio. Y si la inteligencia es hereditaria, entonces las mujeres con estudios universitarios deberían tener más hijos. Se llegó incluso a incentivar la esterilización entre las mujeres pobres, pues pobreza en Singapur es igual a estupidez.
Según el confucionismo, la obligación hacia los otros es más importante que hacia uno mismo. Pero esta idea puede chocar a veces con los fundamentos de las sociedades democráticas, sustentadas en la igualdad de derechos de los individuos soberanos. Esta contradicción la hace notar la filósofa americana Amy Gutmann, en un artículo aparecido en la prensa recientemente. Las identidades de grupo suelen asignar estereotipos a los individuos, que encasillan a las personas y limitan su libertad. Frente a esta visión, los defensores de la identidad grupal sostienen que los seres humanos son sociales por naturaleza, y que los grupos ofrecen seguridad y mutuo apoyo. Es necesario buscar una situación intermedia en la que el sentido de la justicia garantice la libertad y la igualdad a todos los miembros del grupo, un término medio, que aporte un grado de felicidad individual, a las terribles palabras de Orwell:
“El ser humano es derrotado siempre que está solo, siempre que es libre. Ha de ser así porque todo ser humano está condenado a morir irremisiblemente y la muerte es el mayor de todos los fracasos; pero si el hombre logra someterse plenamente, si puede escapar de su propia identidad, si es capaz de fundirse con el Partido de modo que él es el Partido, entonces será todopoderoso e inmortal”
Singapur /Beatriz Vidal, en: Revista de Occidente Nº 51, 1985 (Ejemplar dedicado a: Ciudades)
Susana Corullón