"Los maya yucatecos son alabados de tres cosas entre todos los demás de la Nueva España; la una de que en su antigüedad tenían caracteres y letras, con que escribían sus historias y las ceremonias y orden de sacrificios y de sus ídolos" (Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España, 1976, II: 392).
El Códice Tro-Cortesiano
Dentro del extraordinario acervo patrimonial que España tiene el privilegio y el deber de conservar destaca sin duda por su valor e interés el llamado Códice Tro-Cortesiano o Códice de Madrid, uno de los tres libros mayas jeroglíficos que se conservan, junto con los otros dos códices que se encuentran en las ciudades europeas de Dresde y París.
Cuando se dio a conocer públicamente la existencia de este singular documento en la segunda mitad del siglo XIX, se hallaba dividido en dos fragmentos. El primer fragmento pertenecía al archivero y profesor de paleografía Juan de Tro y Ortolano, quien se lo mostró en Madrid a su amigo el sacerdote francés Charles Étienne Brasseur de Borbourg en 1866, quien lo identificó como maya y lo presentó en la Exposición Universal de París de 1867, publicándolo dos años después con el nombre de Manuscrito Troano, en honor de su propietario. El segundo fragmento apareció en Extremadura unos años después, siendo publicado en 1882 en París por Léon de Rosny con el nombre de Codex Cortesianus, por pensarse que había pertenecido a Hernán Cortés. Fue este estudioso francés quien advirtió que el manuscrito Troano y el Códice Cortesiano eran en realidad fragmentos de un mismo códice, el cual pasó finalmente a denominarse Códice Tro-Cortesiano o Códice de Madrid, por ser ésta la ciudad que lo alojó definitivamente, tras ser adquirido por el Estado español mediante compra a sus propietarios, primero en el Museo Arqueológico Nacional y luego en el Museo de América, donde se custodia actualmente.
El Códice Tro-cortesiano de Madrid, como los otros códices mayas conocidos, está confeccionado a partir del liber o corteza interior de una clase de ficus, mediante un procedimiento de fabricación similar al del papiro egipcio, consistiendo en una larga tira de fibra vegetal de 6'7 metros cortada en rectángulo, estucada, alisada y plegada en forma de biombo, sumando un total -en su estado actual- de 56 hojas (de 24 cm de alto por 12 de ancho) escritas por ambas caras, lo que lo convierte en el códice maya más largo de los tres que se conservan.
Siguiendo la costumbre maya, cada página (un total de 112) está enmarcada por una gruesa línea roja que recorre sus cuatro bordes, existiendo, según el caso, otras líneas rojas horizontales que dividen la página en diversas secciones temáticas, secciones que se pueden prolongar a lo largo de varias páginas.
La paleta usada por los escribas-pintores del Códice de Madrid es amplia, con presencia de colores negro, amarillo, ocre, rojo y azul. Es el azul maya, perfectamente conservado en muchas de sus páginas, el que hace del Códice de Madrid uno de los códices mayas más atractivos desde un punto de vista plástico. Para la escritura de los signos jeroglíficos se usó invariablemente la tinta negra, excepto en la escritura de los números, como es habitual, donde la tinta negra alterna con la roja, indicando el color rojo los coeficientes de los días de las fechas del calendario ritual de 260 días (tz'olk'in) y el color negro los coeficientes de suma que separan las distintas fechas. (Continuará...)
Alfonso Lacadena García-Gallo (Universidad Complutense de Madrid)