De acuerdo a su título, y como si de una composición musical -formada por trozos independientes aunque con cierta unidad- se tratara, Irene Némirovsky nos ofrece una magnífica novela que describe París a punto de caer en manos alemanas durante la segunda guerra mundial. La autora vivió ese mundo en primera persona, y por ello es capaz de transmitirnos con nitidez y fuerza las sensaciones y los sentimientos que atravesaban (utilizo a propósito este verbo) la población francesa.
Heroísmo, interés, compasión y sus opuestos, se entremezclan. Es maravillosa la escena en que, bajo un atroz bombardeo, uno de los personajes repara en el sutil y delicado aleteo de una mariposa. Esto es la vida: crueldad y belleza son compañeros de tren; de un tren que sólo para al final, en una incierta estación que no conocemos ni decidimos siquiera. Por ello quizás, porque Irene Némirovsky acepta que entre el blanco y el negro están el gris, pero también el verde, y el rojo, y el azul,... por ello quizás nos ofrece el lado más humano de un soldado alemán en la segunda parte de la novela.
Es difícil explicar las sensaciones que despierta esta novela; os invito a leerla. De verdad creo que es magnífica.