Los bibliotecarios sabemos desde hace tiempo que estamos ante una nueva forma de concebir nuestro trabajo. Por un lado, los libros en papel siguen estando allí. Mientras la marea de Google no llegue a la gran cantidad de impresos que llenan nuestros depósitos, nuestra labor seguirá siendo la misma de siempre: custodiar y difundir la información contenida en ellos, pero también del libro mismo como objeto valioso en sí; por su materialidad, como una fuente más para comprender la época en la que se publicó, de la misma forma que lo hacen las piezas de un museo.
El problema es que en la actualidad, el libro, como nos dice Luis Javier Martínez es una excepción en el tráfico y la dinámica de la información a la que cada vez estamos más habituados. Según este autor la excepcionalidad debe entenderse aquí como "una deliberada autoafirmación de los heterodoxos". En el caso del libro correspondería a una forma de comunicación intencionada entre el autor y el lector utilizando un canal que se comporta como "pausada reserva de conocimiento" de carácter insular y poco interactivo.
El libro como soporte es largo, rígido y permanente. Nada que ver con los formatos auto actualizables, que equiparan el flujo de la información al de la vida.
Dejando a un lado los romanticismos, los bibliotecarios del siglo XXI debemos tener presente el paisaje en el que nos movemos, si no queremos que la sociedad deje de entender nuestra profesión.
Cuando hace un año creamos un perfil para biblioteca en Facebook lo hicimos por probar, porque había que estar allí - se decía - donde están los usuarios. Hoy los resultados nos llevan a intuir con un poco de imaginación como nuestro trabajo puede encajar en la dinámica actual de los flujos de información.
Todo empezó cuando comenzamos a introducir en Delicious los enlaces a sitios Web de interés que ya metíamos en Complured, la base de datos de la BUC para recursos en Internet. Después creamos un perfil en Twitter, al que vinculamos la cuenta de Delicious y la página de Facebook. ¡Y voilà! de forma automática y a tiempo real, nuestros seguidores en Facebook y Twitter, seguían paso a paso nuestro trabajo, lo que hemos hecho siempre: reunir y clasificar recursos, aunque ya no se trate de libros.
Alguien nos puede acusar de contribuir a la "infoxicación" de nuestros seguidores, que les sometamos a un exceso de información que no son capaces de asimilar.
Cierto, pero la información les llega en formato de canal de noticias, al que nos han ido acostumbrando los agregadores de RSS, que nos permiten otear cada mañana nuestras fuentes favoritas del mismo modo en que leemos los titulares del periódico con el café. ¿Saturación? ¿Superficialidad? Siempre queda la opción de dejar de seguirnos o de ocultar nuestro perfil. Pero por ahora nuestros fans van en aumento.