Durante los años que trabajé en el mostrador de préstamo de la biblioteca, no era raro ver llegar a un usuario, que tenía interés por un determinado ejemplar de un libro. Le daba igual que hubiera cinco disponibles en buen estado, porque él quería precisamente era aquel de las tapas azules. Después te explicaba que el lector anterior había subrayado el texto con tan buen criterio, que bastaba con leer los pasajes señalados para ir a lo esencial. Esta conducta chocaba con nuestro interés por mantener los libros impolutos, pero al cabo de los años, en plena efervescencia del libro digital, Amazon y su Kindle dan la razón a aquel usuario.
Leemos en el blog de Enrique Dans, que Amazon presenta una nueva función para el Kindle, que permite acceder a las estadísticas de los textos que hayan sido más destacados por los lectores. El mismo Kindle nos puede avisar, según estamos leyendo, de que ese pasaje ha sido ya seleccionado antes por otras personas.
Para algunos esto puede ser una amenaza para la privacidad y el recogimiento necesarios en el sacrosanto ejercicio de la lectura, pero otros ven la iniciativa con entusiasmo, porque ayuda a convertir la lectura en algo social.
El Kindle permite seleccionar fragmentos de los libros, pasarlos a archivos de texto y compartirlos en las redes sociales. En la misma línea estarían las redes sociales de lectores, cada vez más extendidas. Existen plataformas como Library Thing o Entrelectores, que permiten compartir opiniones y recomendaciones sobre los libros. Estas comunidades virtuales cada vez tendrán un papel más importante para localizar contenidos culturales en la red, de forma paralela a los agentes que hasta ahora lo han hecho de forma oficial como libreros, bibliotecarios o críticos literarios. Las posibilidades pueden ser interesantes si tenemos en cuenta los intereses comerciales y de todo tipo que a veces se esconden detrás de la cultura oficial.