Cuenta Platón en el Fedro, que el dios egipcio Theuth le presentó al rey Thamus las artes que había inventado para los egipcios. Junto con los números, el cálculo o la geometría, el dios había inventado las letras, y se las presentó al rey con estas palabras:
“Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memora y de la sabiduría”.
Pero este razonamiento no convenció al rey en absoluto, y le respondió de esta guisa:
“Es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memora, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad”.
Sócrates es de la misma opinión que Thamus, y así le dice a Fedro:
“Con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no”.
Sócrates contrapone a este discurso, el que se escribe en el alma del que aprende: un discurso vivo, que sabe defenderse, y del que la escritura es sólo un reflejo.
Al igual que el labrador siembra sus semillas en el terreno adecuado, el sabio no sembrará las suyas en agua, “negra por cierto, sembrándolas por medio del cálamo, con discursos que no pueden prestarse ayuda a sí mismos”. Elegirá por el contrario un alma adecuada para sembrar palabras “capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las planta, y que no son estériles, sino portadoras de simiente de las que surgen otras palabras”.
A pesar de los siglos, Platón sigue siendo moderno.
Para las citas hemos utilizado la traducción del Fedro de Emilio Lledó, que no está nuestra biblioteca, pero sí en otras de la Complutense. Sí que tenemos la de García Bacca, y la de Luis Gil.
Sobre este pasaje del Fedro recomendamos el excelente libro de Emilio Lledó: El surco del tiempo
Susana Corullón