Las palabras tienen vida propia. Y más larga que la nuestra. Estaban aquí 50.000 años antes de que naciéramos y seguirán aquí mucho después de que hayamos dejado de tener una lengua con la que pronunciarlas.
Hay palabras que son como turistas aventureros, que viajan de lugar en lugar cambiando de significado, igual que el turista cambia de ropa en función del lugar que va a visitar. En un idioma del centro de Camerún, “nasry” significa “hombre blanco”. La palabra viene del árabe “nasry” o “nasary” que significa “cristiano”. Y el origen último de ese “nasary” no es otro que la ciudad de Nazareth.
Otras palabras son como turistas norteamericanos, que quieren comer hamburguesa y ver beisbol en la televisión y les da lo mismo que estén en Moscú que en Timbuctú. Julio César era un tipo que mandaba tanto que su nombre quedó en latín y luego en español como “il capo di tutti capi”. Pero no sólo ahí. En alemán dio la palabra “kaiser”, en ruso “zar” (pronunciada “tsar”) y llegó hasta el tibetano, bajo la forma “gesar”. En todos estos idiomas el significado es el mismo: “el que manda”. Por cierto que los rusos debían andar faltos de jefes, porque la palabra para designar al emperador, “zar”, se la tomaron al latín y la palabra para designar al rey, “karol’” se la tomaron nada más y nada menos que al mismísimo “Carlomagno” (“Carolus Magnus” en latín).
Hay palabras usurpadoras, que vienen de la nada y roban el puesto a otras que traían un largo linaje. Quienes investigan a la lengua madre original, que dio origen a todas las demás, han detectado una raíz “kuan” que significaba “perro”. De ahí vienen el latín “canis”, mongol “qani”, el coreano “ka”, el gamergu (lengua de la familia afro-asiática) “kene” y el achomawi (lengua de la familia amerindia) “kuan”. En español la palabra “perro”, de origen desconocido, suplantó a la original “can” que nos correspondía. El chucho pudo con el perro de pura raza. En inglés pasó algo parecido: el expósito “dog” le quitó el puesto al ancestral “hound” que debió conformarse con un nuevo significado restringido a “perro de caza”.
Finalmente está “puta”, que no sólo es la profesión más antigua del mundo. También es la palabra más antigua del mundo. En la lengua madre original “puti” era la vagina. Ahora que lo sé, no puedo llamar a nadie “hijo de puta” sin inclinar la cabeza en señal de respeto.
Tiburcio Samsa