Cada vez hay más aspectos de nuestra vida digitalizados. Nuestro yo virtual no sólo se mueve por el ciberespacio, también crea contenidos y deja huellas indelebles. El número de personas que acceden a Internet es cada vez más grande, y a veces puede resultar embarazoso que la información personal salga de su contexto, como le ocurrió hace poco a aquel empleado que fue despedido por alardearar en Facebook de haber engañado a su jefe.
La solución más natural parece ser ocultarse detrás un nombre figurado, o poner estrictas condiciones de privacidad a nuestro perfil. Pero eso no siempre se hace. Demasiadas veces, en palabras de María Belén Albormoz: la atracción de obtener gratificaciones inmediatas es mucho más poderosa que el celo por nuestra privacidad.
Más que una tecnología de comunicación, Internet se está convirtiendo en un importante instrumento de representación personal. El yo que tradicionalmente se construía en el anonimato, se representa ahora y es reconocido además en sus prácticas virtuales. Lo virtual y lo real no se viven como categorías opuestas. Nos desenvolvemos con soltura entre ambos mundos. Al igual que nuestro ordenador nos permite trabajar a la vez en varias tareas, nosotros también somos sistemas múltiples, y lejos de experimentar por ello una incómoda fragmentación, parece que una identidad más liviana y flexible produce en el fondo alivio.
Anatole France escribió: Sin la mentira, la humanidad moriría de desesperación y fastidio. No se trata de que las andanzas de nuestro yo virtual sean falsas, pero sí son mentira en el sentido de que su materialización física no nos suele interesar.
Pero además hay otra razón más profunda para que no nos ocultemos. Los sistemas culturales nos ofrecen puentes, según Zygmunt Bauman, para unir la vida mortal con los valores inmunes a la erosión del tiempo. Pero cuando estos valores tradicionales: familia, nación, sentimiento religioso se viven como pilares asentados en arenas movedizas, el camino, no ya de la inmortalidad, sino del sentido de la vivencia personal, pasa por el reconocimiento del individuo: somos lo que otros ven de nosotros, nos comunicamos luego existimos. Internet multiplica nuestra imagen como un caleidoscopio.
Ya podemos respirar con alivio: por fin el hambre de sentido y de inmortalidad consiguieron tener su nicho en el mercado.
Susana Corullón