Es uno de los poemas más hermosos que conozco y mucho más si se escucha cantado por Amancio Prada y Chicho Sánchez Ferlosio. Es profundo a la vez que claro. Cuando lo escribiera Agustín García Calvo, debió pensar en esas muertes cotidianas que todos llevamos encima, y mucho más, en el abismo que suponen los ojos del otro: ese mundo en el que nunca estaremos, seamos o no seamos el objeto de su pensamiento.
Hoy, después de su muerte, los versos de repente suenan de otra manera. Esta mañana, alguien en Facebook comentaba que cuando nos enteramos de la muerte de algún personaje, normalmente, lo vemos como algo natural: a todos nos llegará, es ley de vida..., pero que ante la muerte de García Calvo sintió verdadera pena.
Descansa en paz, Agustín. Te despedimos con tus versos y una pequeña exposición de tus libros en la biblioteca:
El mundo que yo no viva
lo pensé como cosa extraña,
como arca de maravilla.
Ay de mi vida.
Allí ¿sonará la lluvia
junto al fuego las noches frías?
¿Tendrá Agosto en el río barcas?
Y tú ¿la gentil sonrisa?
¿Durará en el papel que siembro
la negra flor de la tinta?
Ay de mi vida.
¿Será posible que vengan
los amigos y que "Era" digan
"un hombre, y te quiso mucho"
y "Mucho" llorando digas?
Es el mundo que no conozco,
Atlántida sumergida.
Ay de mi vida.
................
Ese mundo no es el mío:
es el tuyo: el que en tus pupilas
hundido está desde siempre
y no lo alcanza mi vista.
A ese mundo quisiera entrar,
antes que suene la hora
-ay- de mi vida.