Es frecuente en estos tiempos experimentar la sensación apocalíptica de estar al borde del precipicio, en el lugar en que el camino se acaba y miramos con incertidumbre lo que nos espera. Parece que los modelos que conocemos nos hubieran abandonado y nos enfrentáramos a algo nuevo que despierta todo menos ilusión. En un momento así es curioso, esperanzador, o al menos sobresaliente, encontrarse con un libro sobre el futuro, escrito por una figura de prestigio como Marc Augé.
No debemos confundir el futuro con el porvenir, mientras que este es un concepto social y manipulable, el futuro es algo inmediato y personal, la conjugación interior que todo individuo hace del verbo de su vida: "El futuro es la vida que está siendo vivida de manera individual".
Es curioso que el autor identifique la corriente vital con el futuro, cuando parece más intuitivo pensar el presente como el flujo inasible en el que nos movemos. Quizás la clave nos la den estas palabras de Augé en una entrevista: "yo soy definitivamente un moderno. Veo el mundo como los pensadores del siglo XVIII. Creo en el progreso y en la evolución. Estoy convencido de que la historia no ha terminado, que el individuo es la medida de todo y que es capaz de desmontar, con su sola existencia, el carácter ineluctable de la ley del silencio, la evidencia mediatizada y la resignación consumista"
El autor ve en el "presente" un concepto viciado, fruto de la crisis devastadora que atravesamos, que nos aterra y paraliza. Y es que para ser felices, el impulso vital necesita siempre de una proyección hacia el futuro.
El futuro tiene dos patas, una de ellas se ancla en la evidencia de lo que conocemos y nos da seguridad: "Cuando el pasado desaparece, el sentido se borra".
La otra se proyecta hacia el evento desconocido. Para algunas sociedades, lo desconocido produce desconfianza y por eso se afanan en elaborar un mecanismo para integrarlo en una estructura explicativa.
Pero si el futuro suscita miedos, también es cierto que el hombre no puede vivir sin expectativas ni esperanza.
Las sociedades humanas ven el futuro de dos maneras distintas: como una continuidad del pasado (la intriga), o como un nacimiento (la inauguración). En el primer caso, al igual que en una novela policiaca, la sociedad juega con trampa: intenta ofrecer intriga partiendo del final del relato: disfrutamos del suspense pero con la seguridad de que todo está controlado y que de ninguna manera nos saldremos del libro: "la situación es la que es" y todo está escrito de ante mano.
Pero en el ritual también se escenifica la contradicción entre tradición y libertad:
Un rito se arraiga en el pasado por sus reglas, pero la emoción de su celebración reside en la idea de haber conseguido un comienzo. El comienzo es la finalidad del rito y no es repetición. El comienzo nunca pierde su poesía. El arte propone a todos la oportunidad de vivir un comienzo.
Fiel a la mentalidad moderna a la que nos referíamos al principio, Augé cree que el conocimiento es esencial para definir el porvenir. La ciencia es la búsqueda sin fin de certidumbre. Cualquier utopía se proyecta hacia el futuro, pero siempre lo hace por fe en una ideología. La ciencia en cambio es un modelo de modestia, su historia es solo la del desplazamiento progresivo de lo desconocido. Ninguna hipótesis nace con vocación de verdad absoluta, no existe el fundamentalismo.
Las comunidades científicas en las que personas de distintos países participan en el empeño común de avanzar en el conocimiento, deberían ser un modelo para cualquier avance político o social.
El fin de la democracia no es hacer a las personas más felices, sino crear las condiciones de posibilidad para que eliminar las causas de la infelicidad: "Un porvenir deseable para todos es aquel en el cual cada uno pueda administrar libremente su tiempo y dar un sentido a su futuro individualizando el propio porvenir."