El ritmo está en todas partes. Las cosas cambian, se diferencian y por último, se repiten. Los contrarios sólo se entienden extendidos en el tiempo: ser, no ser, y vuelta a empezar; pero nunca a la vez ser y no ser la misma cosa.
Y no es sólo que el mundo nos parezca rítmico. También nosotros creamos nuestros ritmos y podemos hacerlo con una precisión aritmética. Pero para llegar a ser músicos o bailarines virtuosos, nadie se libra de un aprendizaje machacón, en el que nos hubiera encantado desprendernos de la conciencia y la razón, poco amigas de la gracia del ritmo. Mientras los esquemas no se fijen a nivel inconsciente, no conseguiremos que el baile "salga solo".
Hay situaciones "de fiesta", lejos de las necesidades cotidianas, en las que también el lenguaje se permitirse ser melodioso, natural y rítmico como los latidos de la naturaleza, y así surgen la poesía y las canciones.
Al final de su "Tratado de Rítmica y Prosodia y de métrica y versificación", Agustín García Calvo nos habla de su experiencia como poeta: de como empezó imitando los esquemas de la versificación clásica, hasta que su oído se fue acostumbrando a esas leyes no siempre escritas, asimilables a todas las lenguas.
Y si alguien está pensando que la poesía moderna es otra cosa; que es más importante lo que se dice, que como se dice, García Calvo le dirá, que el principal estorbo del poeta siempre será el poeta mismo, y que "jugando con los esquemas métricos y los del verso, se le puede tener a uno distraído, para que, en tanto, escurriéndose por lo bajo, pueda acaso, sin querer, decirse algo de verdad"
Y para no ser menos, las vacaciones también tienen su ritmo: nos volvemos a marchar hasta el comienzo del curso.