Hace tres años, Brian T. Sullivan en un artículo titulado: La biblioteca universitaria: Informe de la autopsia 2050, nos daba una visión distópica sobre el futuro de las bibliotecas:
"La muerte de la biblioteca universitaria ha sido aclamada por muchos como un progreso y el siguiente paso lógico en la evolución de los sistemas de información."
Por un lado estaba la progresiva digitalización de los fondos impresos y por otro, el incierto papel de las bibliotecas en la nueva modalidad de cursos masivos, los ya populares MOOC. El flujo de información en la red se llevaría por delante a la biblioteca como gestora de recursos documentales y como lugar de encuentro.
Cuando ya nos habíamos contagiado de esa visión apocalíptica y empezábamos a vernos como especie en vías de extinción, me encontré de repente con la imagen que ilustra este post.
¿Qué es lo que ha pasado en este tiempo?
En una nota ThinkEPI publicada hace unas semanas en la lista IWETEL, Nieves González nos daba la pista. Los bibliotecarios de las universidades llevamos siendo durante años lo que Daniel Torres Salinas denomina "bibliotecarios integrados en la investigación": formamos a los investigadores en el manejo de las herramientas de gestión documental; asesoramos en los procesos de publicación científica para mejorar el impacto; ayudamos a los profesores en los procesos de evaluación, sexenios y acreditaciones; formamos en la gestión de la identidad digital; editamos sus publicaciones en los repositorios institucionales...
Pero sucede que a las herramientas tradicionales de evaluación de la producción científica, se han sumado una serie de métricas alternativas, que permiten conocer el impacto de lo que se publica en sitios de la web social, sean estos especializados o no.
Repositorios, bases de datos y hasta portales académicos de universidades, ofrecen datos sobre el impacto de publicaciones en Mendeley, Twitter o Google Schoolar. Tanto es así, que los grandes editores científicos han comprado y ofrecen herramientas gratuitas que permiten la difusión de los papers sin pasar por el filtro de la revisión por pares. Estas herramientas permiten monitorizar a tiempo real el impacto de lo que se publica y además favorecen la difusión de la ciencia en toda la sociedad. Son por ello una importante fuente de información a la hora de gestionar recursos o planificar inversiones.
Pero hablamos de herramientas diseñadas para crecer de forma espontánea, alimentadas por los propios autores, que carecen de controles de autoridad o de tesauros, algo que los bibliotecarios llevamos haciendo desde siempre. Es por ello que tanto instituciones como proveedores de métricas alternativas consideren que los bibliotecarios somos el puente más indicado, para que estos datos contribuyan a mejorar el impacto de la investigación.
Por eso y por mucho más, nunca minusvalore a un bibliotecario