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Francis Mójica: El investigador español que vislumbró la técnica genética más importante del siglo

8 de Febrero de 2016 a las 12:55 h

En 2015 la investigadora francesa Emmanuelle Charpentier y su compañera estadounidense Jennifer Doudna recibían el premio Princesa de Asturias de Investigación "por el desarrollo de una tecnología que permite modificar genes, con gran precisión y sencillez". Se trataba de CRISPR, una técnica llamada a cambiar el mundo y que aparece en todas las quinielas al Nobel. También tiene el potencial de generar un mercado de miles de millones de dólares, hasta el punto de que ha desatado una guerra de patentes a su alrededor. Lo que menos gente sabe es que su origen es español. Esta semana, un artículo publicado en la revista Cell recuerda a los héroes olvidados tras este hito que también merecen pasar a la historia.

CRISPR nació en los marjales de Santa Pola (Alicante), donde el investigador de la Universidad de Alicante Francisco Mójica (Elche, 1963) comenzó a estudiar la arquea Haloferax mediterranei, un microorganismo con una tolerancia extrema a la sal encontrado en las costas de la población valenciana. En 1993 publicó su descubrimiento: "Encontré unas secuencias repetidas en su genoma y comprendí que debían cumplir una función importante para la célula", comenta a Teknautas. No podía imaginar que era el comienzo de algo enorme.

El entonces recién doctorado Mójica llevó a cabo los primeros experimentos con estos sistemas, que posteriormente bautizaría como CRISPR, para descubrir su función. "Tenían que ser importantes para las células, porque muchas se morían cuando las manipulábamos", recuerda. Investigaciones anteriores habían demostrado que microorganismos tan distintos a estas arqueas como E. coli (bacteria intestinal) y Mycobacterium tuberculosis (bacteria causante de la tuberculosis) también tenían estas secuencias repetidas. Si estaban tan extendidas por el árbol evolutivo debían ser muy importantes.

En el 2000 las CRISPR todavía no tenían nombre ni función conocida. Mucho menos se sospechaba que derivarán en la técnica genética más importante del siglo. Mójica confirmó que existían en muchos otros microorganismos y bautizó las secuencias repetidas como SRSR. Meses después, un grupo holandés le propuso encontrar un nombre que haga honor a todas las características de estas regiones. El microbiólogo alicantino todavía no lo sabía, pero estaba a punto de hacer historia: clustered regularly interspaced short palindormic repeats. CRISPR. O lo que es lo mismo, repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas.

"Durante esos años nadie trabajaba con estos sistemas ni había nada más publicado, sólo eran las secuencias de unas bacterias cuya función se ignoraba", explica Mójica. No fue hasta el 2003 cuando el investigador español resolvió el puzle: era un asombroso sistema inmunitario con el que las bacterias se protegían de los virus. "Fue ahí cuando muchos grupos comenzaron a trabajar con ello".
Las CRISPR tendrían que esperar años "sin reconocimiento de ningún tipo" hasta poder demostrar al mundo todo su potencial. En 2012, Charpentier y Doudna, junto a un grupo de investigadores lituanos también olvidado que hizo el descubrimiento al mismo tiempo, lanzaron la bomba: habían identificado los elementos mínimos de los sistemas descubiertos por Mójica con los que se podría cortar el ADN y abrían la puerta a la edición de genomas.
La técnica genética derivada de las secuencias CRISPR (llamada a menudo de la misma forma) suele resumirse como un corta y pega genético. Mójica lo considera la herramienta de edición genómica "más eficaz, barata, específica y fácil de utilizar" jamás creada, y defiende todas las expectativas generadas dentro y fuera de la comunidad científica. "Las posibilidades son enormes y las sorpresas que quedan por delante extraordinarias"; las aplicaciones van desde el estudio de defectos genéticos hasta la curación de enfermedades neurodegenerativas y cáncer.

Su funcionamiento es sencillo sobre el papel: el sistema se programa para que vaya a un lugar determinado del genoma de un ser vivo, donde produce un corte. Tras ello, la célula del organismo lo repara, momento en el que se edita. "Puedes poner la información que quieras en el molde y meterlo en el corte", aclara Mójica. Que un sistema bacteriano puede ser transferido a células humanas in vivo y siga funcionando, "incluso mejor", es tan sorprendente como revolucionario.
CRISPR no se ha salvado de las polémicas. En primer lugar por la guerra de patentes desatada a su alrededor, un Juego de tronos entre las investigadoras ganadoras del premio Princesa de Asturias y el investigador del MIT propietario de la mayor parte de la patente, Feng Zhang. Mójica explica que en estos casos son las instituciones, más que los investigadores, los que luchan por la propiedad intelectual, ya que "las universidades extranjeras mantienen su trabajo con las patentes". La pelea es especialmente comprensible en este caso: el alicantino admite que ignora los ceros que hay tras una tecnología capaz de curar a millones de personas.
La curación es sólo una de las aplicaciones de la técnica genética. Algunos de ellos son más oscuros, como la creación de armas biológicas y de niños a la carta. El padre de la CRISPR defiende la creación de una legislación mundial al respecto: "Es prioritario porque ahora está al alcance de todos, cualquier laboratorio puede hacerlo".

Olvidado pero feliz

Mójica puso los cimientos del descubrimiento "que lo cambiará todo", y hoy en día sigue trabajando con CRISPR. Su historia pone de manifiesto como pocas la importancia de la ciencia básica: "Cuando trabajas con algo que nadie sabe para qué sirve, nadie puede apostar por ello. Es todo sacrificio personal, porque les dices que es oro y ellos no lo ven". El alicantino espera que algún día la gente comprenda la importancia de estas investigaciones sin aplicación aparente.

El microbiólogo intuyó rápidamente que era oro, pero no pudo o supo convencer a quien debía: entre 2008 y 2011 no consiguió financiación por parte del Gobierno. En 2012, Doudna y Charpentier lograban la fama. Su papel en el desarrollo de la técnica de edición genética está injustamente olvidado, pero no parece importarle demasiado. "Siento una satisfacción increíble por sentirme parte de esto. Soy muy feliz porque cuando nadie cree en algo en lo que trabajabas y de repente todo el mundo lo ve te das cuenta de que tenías razón". Tampoco le falta el sentido del humor: "Puede hacer tanto bien que fue una buena inversión del dinero público, me he ganado el sueldo de varios años", bromea.

Con más recursos, ¿podría Mójica haber edificado una revolución genética sobre sus propios cimientos? "Sinceramente creo que no. El haber pensado que las CRISPR valían para la edición es un mérito que no se les puede quitar a las dos investigadoras. Supieron ver lo que ahora todos vemos muy claramente, igual que nosotros descubrimos que estas regiones eran un sistema inmune para microorganismos", admite con humildad.
Los colegas de Mójica parecen discrepar con su compañero. En Twitter, otros investigadores de la Universidad de Alicante defienden con firmeza el importante papel del microbiólogo: "Tengan en cuenta que CRISPR fue descubierta en Alicante, España. Francis Mojica lo hizo", escribe uno de ellos en inglés. "Yo les digo que vivo muy feliz haciendo mis cositas, pero ellos me apoyan mucho motu proprio", agradece el científico.
Cuando este investigador de Elche comenzó a estudiar las CRISPR a principios de los 90 nadie podía imaginar que unos microorganismos de las salinas de Santa Pola darían pie a una técnica genética capaz de curar todo tipo de enfermedades. Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna son los nombres que han pasado a la historia, subidas a hombros de investigadores cuyo reconocimiento también debemos revindicar. El primero de todos con apellido español: Francis Mójica.


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