Por su interés reproducimos el post del Museo Nacional de Ciencias Naturales referido al lémur endémico de Madagascar. Te invitamos a leerlo.
El aye-aye (Daubentonia madagascariensis) es un lémur endémico de Madagascar. Es el único miembro superviviente de un linaje que se separó de los humanos hace unos 70 millones de años. Tiene unos dientes que no paran de crecer, un tercer dedo altamente modificado, que utiliza para buscar alimento, su apariencia recuerda a las ardillas y es tan esquivo que en 1933 se le declaró extinto, aunque sería redescubierto en 1957. El Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) exhibe un ejemplar en la sala de Biodiversidad.
Fue descubierto por el naturalista francés Pierre Sonnerat en la isla de Madagascar hacia 1780, quien lo describió y dibujó en su obra "Voyage aux Indes Orientales et a la Chine, depuis 1774 jusqu'en 1781" publicada en Paris en 1782. El conocido anatomista y paleontólogo británico Richard Owen se interesó por él tras recibir en 1859 un ejemplar en alcohol que le envío el médico inglés Humphry Sandwith, gobernador de la isla de Mauricio por aquel entonces. Las peculiaridades de su morfología y anatomía han generado controversia desde su descubrimiento. No se sabía si encuadrarlo dentro de los primates, los roedores, o incluso los marsupiales. Fue la monografía de Owen, publicada en 1863, la que acabó con el debate sobre su posición taxonómica. Hoy se acepta que es el único representante vivo de la familia Daubentoniidae.
Es un animal realmente curioso, no es extraño que llamase la atención de Owen. Si bien su cuerpo recuerda a un lémur, muchas otras partes de su anatomía resultan más ambiguas. Así, sus prominentes orejas triangulares parecen ser las de un murciélago enorme; su cola recuerda a un zorro y sus incisivos, muy grandes, que crecen continuamente, una característica única entre los primates, semejan a los de un castor. Su hocico es corto y romo, y la nariz es rosada. Tiene una membrana nictitante (tercer párpado), que humedece el ojo cuando se seca. La mano es muy grande para su tamaño corporal, sus dedos son alargados y las garras curvas.
Uno de los rasgos más destacados del aye-aye es su tercer dedo, que es extremadamente delgado, versátil e independiente en el movimiento de los otros dedos. Lo utiliza para perforar la cáscara externa de las frutas y sacar su contenido, así como para extraer las larvas de insectos xilófagos de la madera en descomposición. Se cree que pueden utilizar este dedo para localizarlas; para ello golpean la madera en busca de espacios huecos bajo la corteza, lo que se conoce como forrajeo por percusión. Sin embargo, este punto genera controversia entre los científicos, ya que este comportamiento acústico de forrajeo implicaría un conjunto de especializaciones anatómicas, particularmente en la mano, el cráneo y el sistema nervioso central.
El aye-aye es nocturno y duerme durante el día en un nido arbóreo, que construye en lo alto de la copa de los árboles. Su actividad comienza unos 30 minutos antes del ocaso y puede prolongarse hasta la salida del sol. Durante las horas nocturnas, emplea su tiempo en alimentarse, acicalarse y descansar.
Como los chimpancés y los humanos, los aye-aye tienen la enzima ADH4 que les permite descomponer el alcohol. Un estudio paleogenético que explora la historia de las interacciones entre los primates y el etanol, ha identificado una mutación que se produjo hace unos 10 millones de años, que mejoró sensiblemente la capacidad de metabolizar el etanol. Este cambio ocurrió cuando nuestros antepasados adoptaron un estilo de vida terrestre y puede haber sido ventajoso para los primates que viven en lugares donde es común la fruta fermentada en el suelo del bosque. El estudio señala que es razonable suponer que el aye-aye haya consumido etanol en la dieta en algún momento de su historia natural. Si esto se confirmase, el consumo de etanol podría persistir en nuestros días, lo que se ha comprobado en dos ayes-ayes en cautiverio, que pueden discriminar entre concentraciones variables de alcohol en soluciones que simulan el néctar y prefieren las que tienen mayor cantidad de alcohol.
En Madagascar, algunas poblaciones humanas perciben al aye-aye como un presagio de mala suerte. Un animal fady, como el aye-aye, trae mala suerte si se mata, se toca, o, incluso, si solo se mira. Una anécdota que ilustra este punto es la carta que Humphry Sandwith, escribe a Richard Owen en 1859, en respuesta a su petición de un ejemplar. El médico inglés le comenta que el aye-aye es objeto de veneración en Madagascar y que, si un nativo lo toca, morirá dentro del año, por lo que resulta muy difícil conseguir uno. Sandwith relata que tuvo que servirse de una recompensa de 10 libras para obtenerlo. Lo cierto es que en 1933 lo declararon extinto, porque no habían visto ninguno en mucho tiempo; sin embargo, en 1957 un grupo de científicos de París que visitó Madagascar encontró un par de poblaciones. Actualmente se encuentra en peligro de extinción y la destrucción del hábitat es la principal amenaza.
El espécimen que se exhibe en el Museo figura en el "Catálogo metódico de las colecciones de mamíferos del Museo de Ciencias Naturales" de Ángel Cabrera, publicado en Madrid en 1912. Se trata de un ejemplar adulto comprado a la Maison Deyrolle de París. Del interés que mostraban los museos de historia natural por este fantástico mamífero da fe una carta que se conserva en el archivo del MNCN fechada en 1880, en la que un tal S. Nivière, de Marsella, le ofrece al director del Museo, Lucas de Tornos, un aye-aye conservado en espíritu de vino por 800 francos.
Referencias bibliográficas:
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Fuente: http://www.mncn.csic.es