Estos últimos días, ha sido Bélgica noticia por una manifestación habida en Bruselas para pedir la formación de un gobierno. Muy característicamente, las banderolas portaban mensajes en inglés, con el fin de evitar las lenguas nacionales, símbolos de las diferencias que dividen a los belgas. Entre los mensajes que enviaban se encontraban, por ejemplo, "Shame : no government, great country" ("¡Qué vergüenza! Un gran país sin gobierno")
Como Bélgica es un país pequeño, rico y de esos en los que nunca (o casi nunca) pasa nada, el hecho de que aparezca en los periódicos es siempre una mala señal, que ahora se vuelve dramática, en razón de la crisis económica. Cualquier síntoma de debilidad de un país es aprovechado por los especuladores para cebarse en sus títulos de deuda y hacer tambalearse su economía.
Es cierto que Bélgica tiene una gran deuda pública, pero es un país de solidísima economía, gran competitividad y balanza comercial positiva. Es, en realidad, uno de los países más ricos del mundo.
¿Cómo entonces puede verse en una situación tan peligrosa?
En junio del 2010, hubo elecciones generales en el país, que ganaron (en Flandes) los nacionalistas flamencos. Este partido, que existe desde hace décadas bajo distintos nombres, recoge las exigencias más extremas de los Flamencos, mayoritarios en el país, y cuya meta es reconocidamente la independencia de su región.
Bélgica, como he dicho, es pequeña, pequeña pero muy complicada. Es oficialmente un Estado federal y, aparte de las dos regiones principales, Walonia y Flandes, existe una tercera, la ciudad de Bruselas, capital federal y de Flandes. El estatuto especial de la ciudad hace que sea bilingüe, es decir, que se utilicen las dos lenguas oficiales, francés y neerlandés. Todo aparece en las dos lenguas, los carteles en las calles, los documentos en entidades públicas, todos los funcionarios hablan las dos lenguas, etc.
A primera vista, esta parece una buena solución, pero aunque no deja de plantear problemas, como por ejemplo a la hora de reclutar el personal judicial, la dificultad principal no reside ahí.
Alrededor de Bruselas-ciudad se encuentra un cinturón de ayuntamientos de estatuto lingüístico diverso. Unos, grosso modo en el norte de la ciudad, son neerlandófonos y otros, en el sur, francófonos. Y aquí es donde radica la manzana de la discordia: la región de Bruselas está geográficamente dentro de Flandes y aparte de la ciudad misma (el ayuntamiento) el bilingüismo es sólo una concesión temporal de los flamencos. A cada nueva legislatura, los flamencos piden la retirada de estas llamadas "facilidades lingüísticas" de la periferia de Bruselas (la capacidad de sus habitantes de votar por candidatos francófonos y de dirigirse a la administración en su lengua), los francófonos se niegan y se bloquea el proceso. Naturalmente, este no es el único problema, pero es el leit-motiv que vuelve cada vez.
En el transfondo, las diferencias son mucho más graves. Las dos regiones, Flandes y Walonia, tienen un desarrollo y unos resultados económicos diferentes. El PIB de Walonia es menor y mayor su desempleo. La Seguridad Social, por tanto, tiene un sobrecoste para Flandes que dicha región no quiere seguir soportando. La solidaridad interna lleva ya tiempo haciendo aguas, y la identificación con la idea de Bélgica es mucho mayor entre los walones que entre los flamencos. Los partidos, por ejemplo, nunca son nacionales, se trata de un federalismo llevado al extremo. Además, las tendencias políticas son muy diferentes entre ambas comunidades. Tradicionalmente, en Flandes eran mayoritarios los cristiano-demócratas, mientras que en Walonia siempre ganaban los socialistas.
Así las cosas, como decíamos, hubo elecciones generales en 2010, y el panorama cambió radicalmente. Si entre los walones los resultados seguían dando la victoria a los socialistas, en Flandes hizo irrupción un partido nacionalista extremo, superando en votos a los democristianos. La consecuencia son nuevas exigencias flamencas en materia de reforma del Estado, que se topan con la negativa de los walones, temerosos del empobrecimiento que ello supondría para su región.
Históricamente, Bélgica ha sabido salir de otras situaciones similares pero, en este caso, se diría que el cántaro ha ido demasiado a la fuente: si se analizan los resultados de las elecciones, se ve enseguida que, al menos en teoría, no hay coalición posible. Ya sea por exigencias comunitarias (oposición flamencos-walones) o por sensibilidades ideológicas entre partidos, es difícil imaginar una mayoría viable en el parlamento. Hasta ahora, se han explorado posibilidades entre democristianos, socialistas, verdes y nacionalistas flamencos, sin resultado. Parece que ahora entrarán en liza los liberales, pero todo hace temer un nuevo fracaso: todos los partidos ponen condiciones y pocos están dispuestos a dar su brazo a torcer.
En definitiva, por no ceder ante su electorado, tanto flamencos como walones amenazan la existencia misma del país en un momento en que, con las especulaciones con la deuda soberana de telón de fondo, las consecuencias económicas podrían ser devastadoras.