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Ramón Pelayo de la Torriente y el Pabellón Valdecilla

Enrique Rodríguez Pereda 24 de Noviembre de 2022 a las 14:49 h

Ramón Pelayo de la Torriente (Valdecilla, 1850-1932) fue un comerciante, hacendado y hombre de negocios español que acumuló una considerable fortuna en la Cuba del último tercio del siglo XIX y primero del XX. De orígenes humildes, emigró a la Gran Antilla en 1864, asentándose en la ciudad de Matanzas, donde se encontraba parte de su familia. Allí fue prosperando en el comercio hasta que en 1892 adquirió un ingenio azucarero, el Rosario, en el pueblo de Aguacate. Gracias a su interés en los avances científicos y tecnológicos y al conocimiento de las innovaciones procedentes de Estados Unidos, modernizó el ingenio y lo convirtió en uno de los más competitivos de la isla; a la par, su destacada posición entre los montañeses de Cuba y su defensa de la monarquía le valieron la concesión del título de marqués de Valdecilla en 1915. Ramón Pelayo supo ver las alteraciones que se estaban desencadenando en el mercado azucarero y, en 1920, justo antes del colapso del mercado, vendió su ingenio y retornó a Valdecilla, donde pasaría el resto de su vida hasta su fallecimiento en 1932.

Pero si por algo es conocido Ramón Pelayo es por las obras benéficas que realizó a lo largo de su vida, que comenzaron apenas adquirió cierta notoriedad en Matanzas y que continuaron hasta su muerte. Sus frecuentes viajes a Estados Unidos le permitieron conocer el modelo filantrópico de Rockefeller, Carnegie o Ford, y su ideología regeneracionista le llevó a considerar que su deber era el de contribuir a la grandeza de España a través del desarrollo de sus habitantes y la explotación de sus recursos, creando instituciones de las cuales sería el Estado el encargado de mantener. En la Provincia de Santander, actual Cantabria, contribuyó a la construcción de decenas de escuelas, cuarteles de la Guardia Civil, el Palacio Real de la Magdalena y los dos primeros grandes hoteles de Santander, el Real y el Sardinero, así como la que sería su gran obra y por la cual su memoria se perpetúa: la Casa de Salud Valdecilla, hoy convertida en Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.

Alfoso XIII visitando a Ramón Pelayo en su finca de Valdecilla. La Provincia de Santander en el último quinquenio, 1923-1928. Santander: Imprenta Provincial, 1929

 

Dentro de su labor benéfica, cuyo impacto no conocemos en totalidad debido a que Ramón Pelayo rechazó homenajes y reconocimientos y entregó sumas de dinero importantes sin que quedase constancia de ello, un capítulo poco conocido es el de las bibliotecas. Si bien el Marqués no debió ser un gran lector pues, regalos y suscripciones a enciclopedias aparte, no dejó una gran biblioteca personal ni hizo referencia en su correspondencia a la lectura (y pese a su buena relación con la prensa y los periodistas), tuvo un especial interés en financiar el establecimiento de bibliotecas. Dentro de esa concepción de la filantropía que ya hemos señalado, las bibliotecas suponían la posibilidad de que el pueblo accediese a la ciencia, a los conocimientos, y, de este modo, se cultivase y pudiera desarrollar sus naturales talentos.

 

La primera biblioteca que estableció fue la de las Escuelas de Valdecilla. Las Escuelas, uno de los mejores ejemplos de fundación escolar en Cantabria, atendían a niños y niñas del municipio de Medio Cudeyo y les proporcionaban instrucción, alimentación y ocio. En las Escuelas instaló una biblioteca con un buen número de volúmenes correspondientes a manuales escolares, libros de ciencia, historia, geografía y lengua, literatura infantil, etc. Gracias a la labor del Ayuntamiento de Medio Cudeyo, dicha biblioteca se conserva actualmente en el Centro Cultural Ramón Pelayo de Solares. La segunda contribución a una biblioteca fue la realizada a la Biblioteca Municipal de Santander, por aquel entonces edificio conjunto de Biblioteca y Museos Municipales, inaugurado 1925 y construido junto a la Biblioteca de Menéndez Pelayo en la calle del Rubio de la capital montañesa. El edificio fue una obra de Leonardo Rucabado, y Ramón Pelayo entregó la considerable cifra de 750.000 pesetas de su bolsillo para costear el cierre del jardín con una verja de hierro, así como unas estanterías monumentales de cedro que constituyeron el principal mobiliario de la institución hasta su reforma en la década de 1950. Su sobrina María Luisa, marquesa de Pelayo, financió el acondicionamiento y finalización de los interiores de la citada Biblioteca; pero destaca por la donación de 560.000 pesetas para la creación de una biblioteca médica dentro de la Casa de Salud Valdecilla en 1929, biblioteca que, aparte de considerarse en sus inicios como la mejor biblioteca médica de España, conserva hoy en día el nombre de Biblioteca Marquesa de Pelayo.

 

Una de sus últimas grandes donaciones fue en Madrid, y es el motivo que nos ocupa. El llamamiento de Alfonso XIII a colaborar en la construcción de una Ciudad Universitaria propiamente dicha que permitiera a la Universidad Central de Madrid con un campus moderno a la altura de los campus europeos fue secundado por diferentes indianos montañeses, como es el caso de Ramón Pelayo de la Torriente con el Pabellón Valdecilla o Gregorio del Amo González con la Residencia de Estudiantes Del Amo. Esta financiación fue respuesta directa a las peticiones del por entonces rector de la institución, José Rodríguez Carracido, que se lamentaba de la penosa situación de la institución. El Pabellón Valdecilla fue financiado con una primera donación de 924.500 pesetas, que permitió contar a la institución educativa con un espacio en el centro de la ciudad: tres plantas, sótano y dos pisos, que albergaron en sus inicios las cátedras de psicología, un salón de lectura, oficinas y cuartos de aseo para el alumnado, seminarios, salones, cátedras, calefacción central y un depósito metálico de libros a prueba de incendios capaz de albergar 90.000 volúmenes pertenecientes a la biblioteca universitaria. Una instalación moderna y funcional acorde con el estatus de la principal institución universitaria de España.

Esto le valió la aprobación de su doctorado honoris causa el 26 de febrero de 1926, un doctorado que no se llegó a conferir debido a la avanzada edad del marqués y a su posterior fallecimiento (mismo caso que el de Gregorio del Amo). La inauguración se produjo el 10 de octubre de 1928 y, desde entonces, ha albergado parte de la colección de la biblioteca de la Universidad Complutense. En la actualidad es la Biblioteca Histórica de la Universidad, con sus importantes fondos, la que continúa habitando un edificio que cuando fue construido mostró la capacidad de establecer en España instituciones modernas equivalentes a sus homólogas de los por entonces países más avanzados. Una lápida instalada en la fachada de la calle Noviciado recuerda la memoria de quien financiase el Pabellón.

 

 

 

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