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En el Año Mundial de los Bosques: la literatura forestal en la España de la ilustración (III)

Isabel Corullón Paredes 28 de Noviembre de 2011 a las 14:35 h

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Lecciones de Agricultura explicadas en la Cátedra del Real Jardín Botánico de Madrid en el año de 1815 (BH MED 14804)

Si en la primera mitad del siglo XVIII había aparecido por primera vez en España una literatura forestal diferenciada de la agronómica, y en la segunda mitad se publica la traducción de la obra de los principales tratadistas extranjeros de esta materia, el desarrollo de una literatura científica propia en el campo de la silvicultura no surge hasta los últimos años de la centuria y las primeras décadas del siglo XIX. En la España ilustrada hubo excelentes botánicos, pero prestaron poca atención a la dimensión aplicada en el ámbito forestal. Por ello el desarrollo de un conocimiento científico adaptado a las condiciones del país fue tardío y escaso,  y fue el resultado, fundamentalmente, de las aportaciones de personalidades vinculadas al Jardín Botánico de Madrid. [Seguir leyendo]

 

El desarrollo de una línea de trabajo que condujo a este conocimiento científico se debe, más que a los botánicos, a los jardineros mayores,  interesados por las aplicaciones prácticas de la agronomía. El primero de ellos fue Claudio Boutelou (1774-1842), descendiente de una familia con varias generaciones de jardineros de los Reales Sitios. Estudió botánica, agricultura y horticultura en Francia y Gran Bretaña. Fue nombrado Jardinero Mayor del Jardín Botánico y del Buen Retiro en 1799, y en 1807 fue nombrado profesor de Agricultura, el primero que tuvo el Jardín Botánico, introduciendo las enseñanzas agrícolas mucho antes de que se estableciesen las escuelas especializadas. En 1804 fue nombrado Subdirector del Jardín, ejerciendo como director durante la Guerra de la Independencia. Acusado más tarde de afrancesado, fue destituido de su cargo,y continuó su carrera en Alicante y Sevilla. Escribió varias obras de agronomía, la más importante son los Elementos de Agricultura, (BH MED 14820) escrita en 1808, pero que no fue publicada hasta 1817. De filiación política liberal, Boutelou se apoya en los autores más avanzados de la época y tiene unas bases rigurosamente científicas. Su planteamiento se basa en la relación entre el conocimiento científico que aporta la botánica, con la práctica agrícola. El autor se muestra muy optimista de los resultados de esta alianza, de la puesta en marcha de la ciencia aplicada para lograr el desarrollo económico, que traería a España "abundancia y gloria, riqueza y población". En el terreno forestal opina que resultaría especialmente últil en su aplicación en la repoblación de los bosques, y podría traer un nuevo aspecto a España.

 

Jardinero fue también Antonio Sandalio de Arias Costa (1764-1839), que publicó su primera obra, Cartilla elemental de Agricultura acomodada a nuestro suelo y clima (FH 1727), en 1808, siendo Jardinero Mayor del Real Convento de la Encarnación. En esta obra, que le valió ser nombrado Socio de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, concede gran importancia a la arboricultura. Utiliza como referencia la obra de los botánicos españoles y la Fisica de los árboles de Duhamel de Monceau. En 1814 se incorpora al Jardín Botánico como Jardinero Mayor, pasando más tarde a ser profesor de Agricultura y finalmente Director del mismo. En 1816 publica Lecciones de Agricultura explicadas en la Cátedra del Real Jardín Botánico de Madrid en el año de 1815 (BH MED 14804), que le dieron notable prestigio. Arias Costa  representa la transición entre la silvicultura propia del siglo XVIII y la moderna ciencia forestal del siglo XIX.

 

Boutelou y Arias Costa, junto con otros personajes vinculados al Jardín Botánico (Simón de Rojas Clemente, Mariano Lagasca, Francisco Martínez Robles y Agustín Pascual) participaron en la 28ª edición de la Agricultura General de Gabriel Alonso de Herrera, puesta en marcha en 1811 por iniciativa de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País (BH MED 14807-14810). Se  trataba de una edición crítica de esta obra clásica, editada por primera vez en 1513, que fue  adicionada con los más modernos conocimientos de cada materia. Arias Costa se encargó de las adiciones al libro tercero, dedicado íntegramente a la arboricultura. Ocupa todo el tomo segundo de esta edición, con un total de 466 páginas, en el que las adiciones tienen mayor extensión que el texto original de Herrera.

 

Arias se mueve en el marco intelectual del siglo XVIII, como se aprecia analizando las fuentes que utiliza, pero aporta novedades. La primera es un discurso innovador sobre la necesidad de conservar los bosques como responsabilidad generacional. Esta idea la habían expresado ya otros autores, como Cavanilles, pero no de una manera explícita, y enlaza directamente con la filosofía expresada por los ingenieros de montes en la segunda mitad del siglo XIX. Para Arias la conservación de los bosques no puede depender sólo de su privatización, como defendían Jovellanos y otros autores de ideología liberal, sino que es responsabilidad del gobierno, el cual, al tiempo que protege los intereses individuales, debe impulsar una política de repoblación y fomento de los bosques. La otra novedad aportada por Arias son las influencias de la nueva generación de botánicos, como Rojas Clemente y Lagasca, que colaboraron con él en estas adiciones. La colaboración de Rojas Clemente fue especialmente significativa, en relación a cuestiones de nomenclatura botánica y a la descripción de algunas especies forestales, como encinas y pinos. Simón de Rojas Clemente (1777-1827) impartió clases en el Colegio de San Isidro de Madrid. Entre 1803 y 1804 recorrió Andalucía para escribir una historia natural del reino de Granada, trabajo que ha permanecido inédito en su mayor parte hasta 2002. Arias Costa utilizó el manuscrito de esta obra en el capítulo de la Agricultura de Herrera dedicado a los encinares, en el que reconoció explícitamente en una nota la labor científica de Rojas Clemente.

 

La silvicultura nace como una rama autónoma del conocimiento en el momento en que define su objeto de estudio con precisión. Hasta entonces la arboricultura no había tenido en cuenta la distinción entre árboles silvestres y los frutales o cultivados. Arias Costa establece claramente esta diferenciación en sus adicciones a la obra de Herrera, cuando define la silvicultura como especializada en el estudio de los "árboles de monte", y esto supone el punto de partida de su desarrollo autónomo como disciplina. Mientras la arboricultura basa su conocimiento en la práctica tradicional, la silvicultura es el resultado de la aplicación de la ciencia, sobre todo de la botánica, para el mejor aprovechamiento de los recursos forestales, y precisa de la experimentación bajo criterios científicos. Tales investigaciones estaban en relación con la densidad de las maderas, su grado de dureza, las épocas más adecuadas para la corta, también con la gestión del monte, el estudio del comportamiento de las masas boscosas, y de pautas de distribución de uso del suelo.

 

Arias tuvo una activa participación en la organización y difusión de la enseñanza de la Agricultura en España, y contribuyó también al primer intento de establecer la enseñanza forestal. Redactó el proyecto de reglamento para una escuela de ingenieros forestales, cuya creación establecía un Real Decreto de 1835. Pero la primera escuela de ingeniería forestal no apareció hasta 1848, y fue uno de sus discípulos, Agustín Pascual, el introductor en España la moderna ingeniería forestal.

 

Bibliografía

  • Casals Costa, Vicente. Conocimiento científico, innovación técnica y fomento de los montes durante el siglo XVIII. En : Técnica e ingeniería en España, Vol. 3 : El siglo de las luces, Zaragoza, 2005.

 

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