Con motivo de la conmemoración del día de las librerías, el 29 de noviembre recordamos a los ejemplos más tempranos de librerías y libreros de Madrid en la segunda mitad del siglo XVIII y repasamos la problemática de este colectivo por aquel tiempo. El negocio librario, en manos de impresores y libreros extranjeros necesitaba una urgente reconversión. Y así es cómo se asocian en diferentes organizaciones corporativas: Compañía de Mercaderes de Libros de la Corte (1758-1763); Real Compañía de Impresores y Libreros de Madrid, (1763-1766). Detrás están los libreros, comprometidos en costear, hacer imprimir y vender en sus tiendas publicaciones rentables. [Seguir leyendo]
En general, nuestros libreros de mediados del siglo XVIII no debieron ser muy "entendidos en su ocupación" ni cumplían con las exigencias que un siglo antes reclamaba Suárez de Figueroa a estos profesionales "saber latín como los extranjeros (...), tener bien ordenadas sus librerías y rotulados los libros, estar informados de las nuevas impresiones y servir con la puntualidad debida a sus clientes". No existía una actividad comercial bien coordinada en torno al libro, y la ausencia de una organización gremial permitía ejercer esta profesión a cualquiera. En definitiva, no hacía falta ser librero para vender libros y la venta podía realizarse libremente en locales, o puestos donde los libros compartían espacio con otros productos.
A la penuria de este colectivo, se suma la precariedad de la tipografía hispana; muchos autores españoles optaron por imprimir en el exterior, con licencia o sin ella, en talleres de Francia, Italia o los Países Bajos, asegurándose calidad, rápidez y precios más económicos. Pero un Reglamento dictado por Juan Curiel en calidad de Juez de imprentas, pone al traste el pequeño, pero fructífero negocio librario; imponiendo trabas a la importación indiscriminada de libros extranjeros, prohibiendo a los autores imprimir fuera de los reinos de España , sin contar con licencia del rey ; y por si fuera poco, comienzan las inspecciones rutinarias a las librerías.
Tras las constantes presiones de los libreros, la década de los años sesenta se estrena con medidas liberalizadoras en el comercio del libro: desamortizar privilegios de impresión y venta, de las comunidades religiosas, llamadas "Manos muertas", como la "Hermandad de San Jerónimo", abaratar el proceso de producción, imperando el principio de libertad de mercado, y poder fijar libremente el precio de libros e impresos. En este marco legal entra en escena La Compañía de Mercaderes de Libros (1758-1763), con el cometido de imprimir en España ediciones salidas de prensas extranjeras que habían alcanzado notable éxito, así como primeras ediciones populares, de venta segura, fomentando la edición e impresión hispanas. Trataban así de editar obras de interés del público.
Eran éstos libros de contenido histórico, religioso, musical y textos clásicos. A esta entidad se asocian editores como Manuel López Bustamante, Francisco Manuel de Mena, Juana Correa ò de la talla de José García Lanza y Joaquín Ibarra.
Todos siguieron el mismo modelo editorial: hacían imprimir a su costa con los fondos de la tesorería; finalizada la impresión, trámites de corrección y tasa, los ejemplares se vendían en las librerías de los socios integrantes de la Compañía. Y aunque su número fue reducido- sólo 14, la presencia de los más influyentes mercaderes, como Francisco Manuel de Mena, Angel Corradi o Francisco Asensio confieren a esta Compañía una posición relevante dentro del comercio librario. En los pies de imprenta se localizan sus tiendas, circunscritas la mayoría a la Puerta del Sol y aledaños, espacio literario desde donde se gestaba gran parte de la vida cultural madrileña. Trazar una topografía de librerías, nos ayudará a entender el papel que jugaron como redes de sociabilidad, conviviendo impresores y libreros con escritores anónimos, satíricos, libreros de viejo, impresores a hurtadillas, carteleros de parquines... tratantes de sátiras:
- Sebastián Tomás de Araujo: con librería "frente a los Peyneros, Puerta del Sol"
- Alfonso Martín de la Higuera: tiene "puesto en las gradas de San Felipe el Real"
- Manuel López Bustamante: tiene librería en la "Puerta del Sol, frente a la Casa de los Correos, a la entrada de la calle del Arenal"
- Francisco Fernández: tiene tienda "frente a las Gradas de San Felipe el Real"
- Juana Correa: librería "frente a las Gradas de San Felipe el Real"
- Francisco Manuel de Mena : tiene tienda de libros en la "calle de Toledo" frente a la portería de la Concepción Gerónima. otra librería está ubicada en la "calle de las Carretas"
- Angel Corradi : tiene librería en la "Calle de las Carretas"
- Francisco Asensio: tiene "tienda en las Gradas de San Felipe el Real"
- Luis Gutiérrez: librería en la "calle de la Montera"
- Juan de Esparza: librería "frente a la fuente de la Puerta del Sol"
- José García Lanza, tiene imprenta y librería en la "Plazuela del Angel" (cerca de la Iglesias de San Felipe Neri)
- Bernardo Alverá: librería en la "Carrera de San Gerónimo, frente a la Calle del Lobo"
- Joaquín Ibarra: Imprenta y librería en la "Calle de las Urosas" (entre Atocha y Magdalena)
- Antonio Sancha: tienda en la "Plazuela de la calle de la Paz"
A este inventario hay que añadir la presencia de dos viudas (la de Sabastián Araujo y la de Lanza), continuadoras del negocio familiar por poco tiempo, en parte motivado por una Ordenanza de 1762 que señalaba: "las viudas e hijas de mercaderes de libros sólo podían mantener su tienda abierta y encuadernar si situaban al frente del negocio un oficial que las gobernase". Constituye un caso singular la mercadera de libros Juana Correa que figura en solitario, al frente de la Compañía, con librería y sin oficial que la gobernara, omitiendo su condición de viuda en listados y pies de imprenta.
En definitiva, la política proteccionista impuesta por Curiel actúa como acicate para la recuperar la edición e impresión hispana, instando a que estos profesionales se movilicen hacía nuevas fórmulas empresariales; como ejemplo, las Compañías de Mercaderes de Libros donde figuran socios de los más diversos oficios: desde el mercader, hasta el encuadernador, pasando por el librero/impresor al librero. La Compañía de Mercaderes de Libros de la Corte creó, una situación de bonanza económica y de empleo sin precedentes. Fue el germen de la Real Compañía e Impresores y Libreros, primera sociedad por acciones con cerca de ochenta afiliados creada en la capital en 1763.De nuevo el asociacionismo empresarial en el sector de libro, se erige como un bloque sólido ante las decisiones que puedan tomar otros de sus negocios.
Hoy corren nuevos tiempo para la edición; también para las librerías, que calan con rápidez los cambios del sector del libro; y en un intento de supervivencia recurren a mutaciones de lo más variopintas: librerías independientes, especializadas, librerías-café, librerías al peso, librerías de fondo, librerías on-line. Pero más allá de mostrar un nuevo escaparate, apostamos por un modelo emergente que busque el encuentro, la complicidad, la interacción entre diferentes agentes, la conversación, la "Compañía" .Y por qué no, recuperar su importancia histórica y vocacional en este tejido social, que tanto necesita a estos templos del libro.
Bibliografía:
- Arroyo Almaraz, Antonio. Literatura y libros: editoras en el siglo XVIII. Tonos, nº 16, 2008. 23 p.
- García Cuadrado, Amparo. La Compañía de Mercaderes de Libros de la Corte a mediados del siglo XVIII. Anales de Documentación, nº 4 (2001) Pp 95-126.