Anaximandro, filósofo griego nacido en 610 a. C. -hace, pues, "exactamente" 27 siglos-, en la ciudad jonia de Mileto (Asia Menor), fue, al parecer, discípulo y continuador de Tales (el que pasa por ser primer filósofo de la historia oficial y del que se cuenta que fue capaz de predecir un eclipse y que acabó cayéndose en un pozo de tanto mirar a lo alto).
A Anaximandro se le atribuye un libro sobre la naturaleza, pero en realidad sólo conocemos su pensamiento por comentarios de otros autores posteriores. Se dice que realizó un mapa terrestre, la medición de los solsticios y equinoccios por medio de un gnomon, así como trabajos para determinar la distancia y tamaño de las estrellas. Afirmaba que la Tierra es cilíndrica y ocupa el centro del Universo.
Para Anaximandro el primer principio (arjé) que dio origen al mundo no fue el agua, tal como había defendido Tales, sino una realidad más sutil, "lo ápeiron", lo indefinido o indeterminado, una sustancia material de carácter divino de la cual se irían separando lo frío y lo caliente. En su cosmología, el fuego ocupa la periferia del mundo y puede contemplarse por esos orificios que llamamos estrellas. La tierra, fría y húmeda, ocupa el centro.
Pero aunque el agua no fuera para él el primer principio de todas las cosas, sí que sitúa en ella el origen de la vida. Los primeros animales surgirían del agua o del limo calentado por el sol y del agua pasaron a la tierra. En cuanto a los seres humanos, descenderían de los peces, idea que es una clara anticipación de la teoría moderna de la evolución.
Se le atribuye también la afirmación de que "los mundos son infinitos en número" y de que "nacen y perecen durante un tiempo infinito".
Muchas de las tesis de Anaximandro, pese a su precocidad y brillantez, nos hacen hoy sonreír con superioridad después de transcurridos 27 siglos. Pero si él oyese hablar a nuestros astrofísicos sobre el origen del mundo, con su sopa originaria a 32.000 grados y su antimateria, ¿no se sonreiría?
¡¡Felicidades, maestro!!