¿Qué nos está diciendo la tierra?
A propósito de El jardín perdido de Jorn de Précy (Barcelona: Elba, 2018)
Hay un repunte en el gusto por los libros de jardinería (¿será consecuencia del triunfo del modelo de casa adosado en muchas partes de nuestro mundo?) y podría pensarse que este libro es otro más de esa serie. Pero para nada. El jardín perdido tiene muy poco de tratado de jardinería y mucho de autobiografía cargada de pensamiento filosófico. También es un texto precursor porque su autor nos transmite una idea de jardín que más que domar la naturaleza la escucha y atiende a sus enseñanzas. El jardín es el espacio privilegiado para que se produzca un encuentro entre los humanos y lo natural que genera una sociedad más libre basada en el respeto.
Es un libro breve (102 páginas) que escribió Jorn de Précy en 1912. El autor nació en Reikiavik, Islandia, en 1835 pero abandonó muy joven su país natal para viajar por Europa de aquella manera anterior al turismo masivo. Acabó instalándose en Gran Bretaña, en el condado de Oxfordshire, en donde creó un jardín que se convirtió en la materialización de su idea del encuentro entre la naturaleza y los seres humanos. Esa idea hace la lectura de este libro fascinante por lo que tiene de adelantado a su tiempo (entre otras cosas).
Sabemos muy poco de la vida de Jorn de Précy, queda así entre las nieblas de las fabulaciones nórdicas, y no conservamos mucho de su obra, salvo este breve libro, porque su principal realización, el jardín de Greystone, ha desaparecido. Tras la muerte de su fiel jardinero que, como de Précy, no dejó descendencia, el jardín entró en una fase de abandono para acabar convertido en un hotel de lujo. Es muy interesante lo que se intuye de la relación entre estas dos personas que, más que amo y sirviente, comparten la tarea y la visión de ese jardín abrazado a los bosques. Algo nos hace pensar en que ellos también se abrazaban después de las duras tareas al aire libre.
El jardín perdido no es un tratado de jardinería más porque no habla de cómo acomodar plantas a distintas condiciones o qué semillas y productos son mejores para tal o cual tierra. Casi ni describe el jardín desde el que piensa y escribe. Es un libro que tiene más que ver con una filosofía de vida, en el que de Précy habla del jardín, tal como él lo concibe, como el último reducto de los humanos frente a una idea de progreso absurdo que está destrozando tanto el mundo natural como la belleza. Esto lo dice en 1912, mucho antes de que las teorías ecológicas se formularan y terminaran por instalarse en el imaginario común.
En un primer vistazo Précy puede parecernos reaccionario. Bueno, eso a pesar de que fue amigo del socialista William Morris, el diseñador, y de Edwar Carpenter que, inspirándose en Walt Whitman, preconizaba un regreso a la naturaleza y una revolución socialista que implicaba una revolución sexual, naturalizando las relaciones entre personas del mismo sexo. Pero a pesar de esas amistades es cierto que los teóricos comunistas, socialistas y anarquistas no veían clara esa idea de Jorn de Précy en la que el jardín no era un mero espacio de entretenimiento para los obreros sino que era el lugar para "realizar el ideal de sociedad". El quería un mundo en el que "la meta principal del hombre fuera cuidar la vida que crece a su alrededor independientemente de su voluntad". Porque esa es otra, el jardín que defiende, y que materializó en Greystone, un lugar en el que conviven plantas cultivadas con otras silvestres, está tan alejado de los jardines burgueses como de los parques públicos hechos a su semejanza. Jorn de Précy defiende un jardín salvaje o selvático en donde el jardinero se limita a mantener abierto un acceso para el paseante y poco más. Un jardín en el que los humanos ayudamos a la naturaleza y encontramos el placer de descubrir lo que ella nos ofrece.
Nada más leer el libro viajé a Gran Bretaña, a Londres y a Oxford, y algunas de las teorías de Jorn de Précy son fácilmente identificables en algunos jardines y parques actuales. Incluso en los cuidados y retocados jardines de los colleges oxonianos podemos ver partes en las que se ha dejado crecer el césped para que surjan flores silvestres y el jardinero, además de avisar con algunos carteles, se limita a mantener segado un sendero para que los paseantes atraviesen la pradera.
En fin, que El jardín perdido tiene apenas 100 páginas que son maravilla. El libro es una especie de autobiografía trenzada a partir de su visión de lo que es un jardín ideal. No quiero dejar de comentar un pasaje que me ha gustado especialmente cuando cuenta cómo los griegos, y después los romanos, creaban bosques sagrados dentro de la ciudad. Los jardineros se limitaban a dejar alguna vía transitable. Quien se aventuraba dentro, podía encontrarse con un altar en medio de un claro o con una estatua de algún dios aflorando de la vegetación.
En ese viaje a Oxford me dediqué a buscar otros libros de ese autor o algún trabajo sobre él. Allí hay muy buenas librerías y bibliotecas así que mi ilusión era encontrar alguna obra que incluyera fotos de Jorn de Précy y alguna de su jardín y del jardinero con el que compartió sus trabajos y sus días. Bueno, pues fue imposible. No encontré nada. Ni siquiera una edición antigua o actual de El jardín secreto en su idioma original.
Me he dedicado a buscar y parece que la edición original de su libro, The Lost Garden, no figura en bibliotecas, archivos, librerías de viejo, ni anticuarios. Tampoco hay referencias a este nombre exótico, imposible de confundir, en tratados de jardinería ni en la prensa de la época. Ni rastro de Greystone en los textos históricos sobre la localidad de Chipping Norton. ¡Aquí hay un misterio! 1
Pero misterios aparte, hay partes en el libro maravillosas que nos hablan de la escucha y de atender a lo que la tierra nos está diciendo o pidiendo:
"Trabajar con el genio del lugar es crear en el lugar mismo. No se diseña un jardín en la soledad de una oficina, dibujando en hojas de papel con una regla y un compás, sino interrogando constantemente al lugar. Nada hay de místico en todo esto. Interrogar un lugar quiere decir, por ejemplo, comprender de qué está compuesta la vegetación, de qué manera lo azota el sol y lo barren los vientos, a qué tipo de clima está sometido" (p. 75)
Este párrafo me lleva directamente a otro libro, Naturaleza moderna de Derek Jarman, que aparecerá reseñado en esta serie y que tiene mucho que ver con atender a la tierra que habitamos y en la que creamos nuestros jardines. Además, en nuestra "naturaleza moderna", la vida fuera de lo normativo, la lucha social y política, los activismos y la búsqueda de una democracia radical y feminista que nos represente no están al margen del respeto por la tierra que nos sustenta.
1 Bueno, buscando un poco más he descubierto que Marco Martella, el autor del prólogo, editor de la revista Jardins, ha reconocido ser el creador de este personaje y, por lo tanto, el autor también del libro.
Pero, la verdad, el efecto que tiene leerlo, las ganas que te entran de entrar en contacto con la tierra, de cultivar, de pasear por el campo y la forma que tiene de hacernos mirar los jardines con otros ojos no pierde nada sabiendo que este ensayo es, en realidad, un tipo de ficción.