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“Los nómadas no hacen jardines”. A propósito de Una breve historia del jardín, de Gilles Clément (Gustavo Gili, 2019)

Javier Pérez Iglesias 19 de Mayo de 2020 a las 11:01 h

La Villa di Livia

 Gilles Clément es jardinero, paisajista, botánico y además escribe. Escribe ensayos con una prosa cuidada y seductora que se aleja tanto de la literatura académica al uso como de lo que publican las revistas de jardinería.

 

El libro que hoy nos sirve de excusa en #Jardinismos, Una breve historia del jardín, es en realidad una reflexión sobre lo que pueden contar los jardines , sobre lo que nos pueden enseñar. No es tanto una "historia" sino un análisis de las distintas formas de entender el mundo a partir de cómo se concibe un jardín. Atiende, es verdad, a lo que podrían ser los orígenes de los jardines. Ahí es en donde Clément lanza una idea que, de tan obvia, se nos escapa o más bien se nos oculta tras la idea de lo que, por inercia, pensamos que es un jardín:

 

El primer jardín es alimentario. El huerto es el primer jardín. Es atemporal, pues no solo funda la historia de los jardines, sino que la atraviesa y la marca profundamente en todos su periodos.

El primer jardín, es un cercado. Conviene proteger el bien preciado del jardín: las hortalizas, las frutas; luego las flores, los animales, el arte de vivir...(Clément, 2019, p. 15)

 

 De hecho, la palabra jardín vienen de la germánica garten que significa "cerrado". Eso hace que hasta la palabra paraíso (que tan comúnmente se asocia a un tipo de jardín) tenga su origen, vía griega y romana, en la palabra persa pairidaeza, que significa "cercado".

 

Pero para mí lo más significativo de esto es que el origen del jardín no está en la ociosidad, en el placer de relajarse porque el privilegio lo permite, sino en la necesidad. Pero desde esa necesidad se construye un placer. Lo útil y el deseo se aúnan. La naturaleza y la cultura se abrazan. Este abrazo de binarismos supuestamente contrarios nos entrega algo más complejo y bello.

 

Con la sedentarización cambian los modos de procurarse el alimento y esos espacios protegidos se convierten en lo más importante para la comunidad. Pero como la separación entre lo útil y lo placentero es tramposa e innecesaría, las palabras de Clément me interesan precisamente por unir esos dos términos y porque un origen "de trabajo esforzado" le sienta muy bien a un lugar que, como el jardín, ahora nos sirve como espacio de relajación y disfrute. No hay que olvidar que el mismo Versalles, jardín "figurón" y "frivolón" donde los haya, incluye el Huerto del Rey. Clément nos recuerda que hay que esperar al pudibundo siglo XIX para que unos altos muros oculten el huerto y lo separen del jardín exhibición.

 

Este libro se plantea la diferencias entre la concepción occidental y la oriental del jardín:

 

Si bien es cierto que el jardín se dirige al espíritu, entonces el jardín asiático, tendido entre la roca y el cielo, llega a él directamente. Así es el jardín vertical. En Occidente, el excelente paraíso se desarrolla sobre el suelo, repta hasta el horizonte y, solo al final de esta larga perspectiva, las líneas de fuga se yerguen y designan por fin el objeto de toda esperanza, el éter límpido o tumultuoso, el misterio, el sueño, lo desconocido". (Clément, 2019, pp. 35-36)

 

 Y aunque este binarismo de oriente y occidente puede cansar hay algo interesante ahí que me hace recordar a André Haudricourt, y su obra El cultivo de los gestos: entre plantas, animales y humanos, cuando plantea que mientras occidente se ha construido bajo el modelo del aprisco mediterráneo (el pastor que lleva a su rebaño a donde él sabe y que lo protege de los depredadores) oriente es el jardín (2019). Para hablar de ese jardín, por cierto, detalla el cultivo del ñame en Oceanía en donde hay que cuidar la planta, tratarla con mimo, tanto para que crezca, apenas diferenciada de la selva que rodea al fruto, como para recolectarla. A diferencia de nuestros cereales que "(...) no tienen necesidad de la misma 'amistad respetuosa' que los tubérculos tropicales" (Haudricourt & Bardet, 2019, p. 63). En ese sentido también opone la siembra de grano (que se lanza o esparce) a la siembra del arroz en donde es una planta ya nacida lo que se coloca en la tierra, cuidadosamente tratada para crear pequeñas lagunas y de ese modo convertida en jardín1.

 

Volviendo a Clément, su libro no se limita a encadenar jardines famosos, o modas jardineras, a través de las épocas. Es más, rompe lo cronológico para ir, de delante a atrás y viceversa, organizando el relato a partir de pensamientos o imágenes conceptuales. "Los jardines de la noche" es un capítulo que me resulta especialmente jugoso. Una vez más, abre el discurso con una obviedad necesaria: "El jardín de noche pertenece a la noche, a las lechuzas y a las estrellas. Iluminarlo como si fuese de día es quitarle la parte prohibida a la que cada uno debe acceder algún día" (2019, p. 53). ¿Cómo no pensar en todo lo que el exceso de luz, de exposición, puede destruir? Algo muy de nuestra época, sobresaturada de información, de luz, que ahoga lo que necesitamos saber2.

 

Clément habla en estas páginas sobre la noche de las grutas, de las cuevas que se integraban o se construían en los jardines. Ahí están la cueva de Venus en el Castillo de Linderhof de Luis II de Baviera o las grutas de los jardines renacentistas. En todo caso, algo que nos lleva al subconsciente, a la sombra, a lo contranatural.

 

A mí, esas construcciones en el subsuelo me recuerdan a los refugios antiatómicos, cuya construcción tanto proliferó en los 50 y 60 del siglo pasado, y que ahí deben seguir, ocultos, bajo el césped de algunos jardines. La editorial Clase Turista, de Buenos Aires, publicó en 2008 un Manual de Supervivencia para los días del gran desastre. La encuadernación, en tela marrón, está cubierta por un entramado de vegetales de plástico que imita un césped, como si el contenido del libro fuera uno de esos refugios excavados en el jardín. El ejemplar viene guardado en una bolsa transparente de autocierre en la que podemos leer:

 

Convencida de la proximidad del fin del mundo, la Editorial Clase Turista lanza un libro de autoayuda para los últimos sobrevivientes de la especie humana.
El libro presenta, mediante consejos e ilustraciones, técnicas para conservar la vida bajo distintos escenarios de aniquilación. Desde instrucciones para fabricar trampas para comer hasta la construcción de refugios nucleares, pasando por cómo obtener consuelo o de qué manera vencer a un zombi en una pelea cuerpo a cuerpo.

 

Manual de supervivencia para los días del gran desastre

Manual de resistencia para los días del gran desastre

 

Efectivamente, dentro hay capítulos que nos iluminan sobre "Qué sucederá cuando avance la plaga", "Cómo matar a un mutante dentro de una habitación" o "Cómo actuar si uno es la presa". En fin, aquí la utilidad (de las propuestas) y el placer (de la lectura) también se dan la mano. ¡Y con una presentación muy resultona!

 

Pero hay otro punto de encuentro entre lo subterráneo y los jardines que me interesa y que me lleva a una de mis obras de arte favoritas: Los frescos del Jardín de La Villa de Livia en Roma. Lo conocí leyendo una obra de Ángel González, Roma en cuatro pasos, que se sirve de esos murales para hablar de la pintura, de lo que puede la pintura. Lo sorprendente es que esa representación de un jardín, con diferentes árboles frutales, cargado de flores y lleno de pájaros, ocupaba el sótano de la casa. Un jardín para llenar las paredes de una suerte de cueva:

 

(...) se han construido aquí, debajo de la tierra, una réplica de los lugares que más les complacen encima de ella: lugares abundantes en agua y vegetación, adonde vienen en masa toda clase de pájaros. Pero ahí se han dado más prodigios, además de otros que ni siquiera sospecho. Uno estupendo y esencial, exigido por la índole prodigiosa del jardín, es que las plantas representadas florezcan o den fruto fuera de la estación que les corresponde coincidiendo por ejemplo las amapolas y los iris con las granadas y los membrillos. Más aún: estas granadas y estos membrillos conviven con especies que se dan un poco más al sur, como el abeto rojo. ¡Qué prodigiosa y encantadora confusión! (González García, 2011, pp. 23-24)

 

Ese jardín que no es trampantojo -"¿Quién en su sano juicio podría creer que hubiera bajo tierra un jardín tan frondoso?" (2011, p. 22)- pero que juega con el prodigio le sirve a Ángel González "como una prueba más de la superioridad de la pintura sobre las demás artes" (2011, p. 24). Las pinturas se pueden contemplar ahora en el Museo Palazzo Massimo alle Terme.

 

La última vez que estuve en Roma fui visitar los murales con dos amigas y disfrutamos riéndonos de cómo puede haber llegado a contarse la pintura romana de una manera tan ortopédica. La belleza y frescura de ese jardín deja los discursos sobre los estilos de la pintura romana fuera de juego. Pero es que, como el mismo Gozález comenta, "los dichosos estilos no se enseñaban en los talleres de pintura de la antigua Roma, sino que se inculcan en los modernos institutos de arqueología clásica" (2011, p. 20).

 

Salimos de esa visita con mucha alegría y buen apetito y yo con un libro bajo el brazo, lleno de reproducciones del jardín de la Villa de Livia Drusilla, La villa de livia: le pareti ingannevoli (Settis, 2008). Hoy vuelvo a mirar a los pájaros posados en las ramas o aleteando junto a los frutos en esas paredes engañosas (pareti ingannevoli) y querría poder ir allí de nuevo con las mismas ganas con las que, en estos días de reclusión, deseo pasear por el Retiro o el Parque del Oeste.

 

 Notas

1El libro de André Haudricourt, El cultivo de los gestos, está publicado, en esta edición de la editorial Cactus de 2019, junto al texto de Marie Bardet que sirve de epílogo y comentario, titulado "Hacer mundos con gestos".

2Eso me lleva a otras lecturas favoritas. Una es el libro Supervivencia de las luciérnagas de Didi-Huberman, en donde cuenta que en nuestro mundo el peligro no viene necesariamente de la oscuridad sino de los fogonazos que se agitan triunfalmente bajo los haces de la gran luz mientras que los pueblos sin poder vagan por la oscuridad como luciérnagas. Didi-Huberman habla de la televisión pero ahora serían más bien internet y los grandes monopolios de la comunicación (2012).

La otra lectura viene del lado de Pier Paolo Pasolini, que pensó esta relación entre el exceso de luz y la dulzura de las tinieblas. Expresó su desesperación en un texto sobre la desaparición de las luciérnagas que publicó el mismo año de su asesinato (1975).

Pero quizá las luciérnagas sigan ahí y sólo hayan desaparecido de la vista de quienes están demasiado expuestos al exceso de luz. Porque las luciérnagas se vuelven invisibles bajo las luces potentes, necesitan la noche, los cielos despejados sobre el campo sin farolas.

 

Referencias

  • Clément, G. (2019). Una breve historia del jardín. Gustavo Gili.

  • Didi-Huberman, Georges. (2012). Supervivencia de las luciérnagas. Abada.

  • González García, Á. (2011). Roma en cuatro pasos, seguido de algunos avisos urgentes sobre decoración de interiores y coleccionismo. Ediciones Asimétricas.

  • Haudricourt, A., & Bardet, M. (2019). El cultivo de los gestos: Entre plantas, animales y humanos; Hacer mundos con gestos. Cactus.

  • Pasolini, P. P. (1975). El vacío del poder. Corriere della Sera. http://www.elcorreo.eu.org/Pier-Paolo-Pasolini-El-vacio-del-poder-o-El-articulo-de-las-luciernagas?lang=fr

  • Settis, S. (2008). La Villa di Livia: Le pareti ingannevoli. Electa.

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