Desde pequeño me ha gustado hacer ramos con flores. Daba igual por donde caminara, fueran los verdes prados del norte o los campos de Castilla, yo veía las flores, las recogía, las combinaba y regalaba ramitos a mis acompañantes o me las llevaba a casa. Mis hermanas, mis tías y mi madre alentaban esa afición. Los hombres de la familia lo debían considerar un gesto de galantería que no había que reprimir a diferencia de otras manifestaciones de mi, digamos, "exaltación estética" que se trataban de reconducir o se censuraban con desconcierto.
Hasta hoy, me sigue gustando improvisar ramos durante los paseos. También los compongo en un jardín cuando lo tengo a mano y me dejan sus dueños. Siempre ha habido en mis casas jarrones, búcaros y otras piezas no necesariamente pensadas para ello (como soperas, salseras, copas, vasos y jarras) con flores frescas o esquejes que están echando raíces. Quizá es por esa presencia de los adornos florales por lo que puedo decir, como Vita Sackville-West, que "nunca supe lo que es vivir en habitaciones feas" (2020). Además, coincido totalmente con ella en que para apreciar algunas flores es mejor verlas muy de cerca, en el interior de casa, colocadas en un recipiente que las acoja y las resalte. Ella sabía hacerlo. Las fotos que se conservan de su estudio de trabajo y de sus salones siempre dejan ver jarrones con flores (Sackville-West 2014).
A pesar de esta pasión por los adornos de interiores uno de mis primeros recuerdos gozosos de flores tiene que ver con ir al campo para recolectarlas con fines medicinales. Eran las excursiones veraniegas, capitaneadas por mi madre, para recoger manzanilla. Ocurrían cuando pasábamos unos días en alguno de los pueblos de la zona de la que procede mi familia, en la comarca de Odra-Pisuerga, al norte de Burgos. Mi madre, en alianza con mi tía Cari, dirigía la comitiva porque las dos tenían muy claro en donde conseguir la mejor cosecha. Por supuesto que se podía encontrar manzanilla más cerca de casa, pero la verdaderamente excelente requería caminar. Eso implicaba llevar la merienda para que diera tiempo a recolectar y volver con tranquilidad. Así que nos poníamos en camino con cestas y bolsas. Mi madre, mis tías, mi prima Esther... También venían los hombres, aunque no tenían posibilidad de opinar sobre los prados a los que debíamos dirigirnos. Ayudaban cargando los enseres y se mantenían cerca del equipo recolector, formado por las mujeres y los niños, hablando de sus cosas y buscando el lugar adecuado para poner los manteles sobre los que se dispondría luego la merienda.
Había un momento del paseo en el que, para mi sorpresa, distraído como iba buscando la flor más deseable, nos encontrábamos frente a unos prados, resguardados por las peñas cercanas, que estaban cuajados de flores amarillas y de saltamontes que escapaban a nuestro paso. "Respirad hondo, decía mi madre, que este es el mejor aire que existe". A mí me daba la sensación de que llegábamos a un lugar que nadie había pisado antes. Todo era perfecto y recoger las flores, con mucho cuidado de no estropearlas, era la mejor ocupación del mundo hasta que llegaba el momento de merendar y mi tía Esperanza nos iba animando a mezclar colores y sabores: "Prueba ese queso de oveja tan blanco con el pimiento rojo crudo, ¡ya veras qué rico!".
Meses después, ya en Santander, todo reviviría al abrir la lata de manzanilla y embriagarme con ese olor que surgía del fondo dorado.
Así que esa afición por cortar flores, ya sea para adornar o para sanar (si es que no fueran la misma cosa) forma parte de mi vida desde que yo recuerdo. Cuando no hay campo ni jardín para surtirme, y eso es lo más habitual, compro las flores. Me gusta escogerlas y luego componer yo mismo los ramos en casa o pedir que se los manden a alguien, desde la floristería, para darle una sorpresa.
Hoy os quiero regalar un ramo de flores contadas que os vais a llevar puesto. Soy consciente del riesgo que corro porque describir flores es una tarea complicada y muy a menudo decepcionante. Hablar del olor, de las texturas y del color puede resultar aburrido y estéril. Además, nunca sabré cómo llegará a vuestras casas, pero espero que os alegre y os acompañe.
Antes de que aparezcan las flores tengo que presentaros a dos maestras jardineras. A Vita Sackville-West ya la he nombrado. Suele aparecer asociada a Virginia Woolf porque fueron amantes, y amigas muy íntimas, y porque Vita inspiró el personaje de Orlando. La vida de Vita daba para novelas propias y ajenas. Venía de una familia tan aristocrática que incluía una abuela española, gitana y bailaora. Tuvo los privilegios de la clase alta y una alegría de vivir bastante ácrata. Con su marido, Harold Nicolson, creó uno de los matrimonios queer (por supuesto avant la lettre) más duraderos de la historia. Juntos hicieron también un jardín, Sissinghurts, que todavía se puede visitar (Sackville-West 2014). Sobre su vida hay un libro, escrito por su hijo Nigel Nicolson, que cuenta sus aventuras lesbianas y la larga historia de amor con su esposo que también tenía amantes de su mismo sexo: Retrato de un matrimonio. De Vita he traído aquí un libro, Mis flores, en donde habla de algunas de sus favoritas como quien describe a sus amistades, destacando virtudes y perdonando defectos, aunque no los ignore.
También me acompaña Santa Hildegarda de Bingen, décima hija de una familia noble, nacida en 1098 cerca de Maguncia. Tuvo visiones místicas desde pequeña y quizá eso ayudó a que sus padres confiaran su educación a una religiosa con la que aprendió a leer y a escribir. Hildegarda se convirtió en una intelectual y en una mujer de acción que fundó el primer convento de mujeres que no dependía de una agrupación de monjes. Ningún saber le resultaba ajeno y fue compositora musical, navegadora de ríos, escritora. Sus cartas tuvieron destinatarios ilustres de toda Europa. Traigo aquí su Libro sobre las propiedades naturales de las cosas porque está lleno de flores que, junto con las de Vita, me ayudarán a componer este ramo que es vuestro.
Voy a empezar con unas varas largas de azucenas (Lilium candidum). Vita (2020 p. 113) dice que de entre los lirios la azucena "es la planta que presenta la más impar de las contradicciones, entre discrepancia y unanimidad, de recomendaciones". Los expertos recomiendan un tratamiento y el contrario. Lo mismo prescriben abono que lo prohíben. Te recomiendan cuidar los bulbos o dejarlos en paz de un año para otro. En fin, esto se traduce en que las azucenas, como el viento, aparecen por donde quieren.
Por su parte, Hildegarda (2009 p. 61) nos recuerda que la azucena es más fría que caliente y que el bulbo puede curar sarpullidos si se toma con leche de cabra. En cualquier caso, a mi me interesa de esta flor algo que va más allá de la farmacopea y que describe muy bien la santa: "El olor de los primeros brotes de azucena hace feliz el corazón". Por ese aroma y por su blancura entran en el ramo unas cuantas azucenas.
A su lado voy a poner otro lirio, esta vez el Lilium regale o Lirio real. Quiero uno bien largo porque va a ser un ramo para un jarrón alto, con una boca que mantenga todos los componentes más bien juntos con algunas ramas sobresaliendo hacia lo alto y otras hacia los lados. Vita (2020 p. 89) disfruta mucho de esta flor originaria de China que alcanza el metro de altura y que suele tener entre 5 y 6 flores en forma de trompeta, por fuera de un blanco con tintes rosados y por dentro amarillas. Además, también es muy aromática. Voy a utilizar una única rama que será la que sobresalga más hacia arriba.
Hildegarda de Bingen dice de los lirios que son calientes, extremadamente calientes y que sanan el bazo, el estómago, las vísceras débiles o que acaban con las dificultades respiratorias (2009 p. 83).
Vita no incluye entre sus flores favoritas el gladiolo, pero Hildegarda sí que los tiene en cuenta (2009 p. 118) y destaca que sus hojas contienen un jugo que es bueno para curar la sarna y otras afecciones de la piel. Es verdad que los gladiolos pueden resultar un poco ostentosos y, en sus colores más chillones, hasta horteras, pero a mi me gustan porque se han convertido en unas flores arriesgadas y out of fashion. Por eso en este ramo van a ir cuatro varas de gladiolos, en este caso blancos, que se dispararán hacia los lados.
También quiero incluir el verbasco o gordolobo una planta muy aficionada a hacer sus propias coreografías en los jardines. Hildegarda (2009 p. 122) dice del gordolobo que es caliente y seco, pero también un poco frío. "Uno cuyo corazón es débil y triste debe cocinar y comer frecuentemente gordolobo con la carne, pescado, o en tortitas, pero sin otras hierbas. Fortalecerá su corazón y lo hará feliz".
Vita escoge las variedades Costwold de Verbasco por sus colores nacarados pero la exigente jardinera se sincera y llega a indultar a la que muchos consideran una "mala hierba", en su versión silvestre (Sackville-West 2020 p. 49) por sus propiedades medicinales, la belleza de sus apariciones espontáneas y los múltiples usos que permite: desde hacer antorchas con sus hojas secas para los aquelarres de brujas a calentar los pies de los campesinos forrando el interior del calzado.
La última variedad que va a entrar en el ramo es la zinnia. Voy a añadir una buena cantidad de zinnias blancas y amarillas para crear una masa de la que sobresaldrán el resto de las flores de esos mismos tonos. Hildegarda no tiene nada que decir de esta flor porque no llegó a conocerla. Procede de México y hasta finales del siglo XVIII no entró en los jardines europeos. Vita (2020 p. 97) defiende a las zinnias de los ataques de quienes prefieren flores "más románticas y exuberantes" porque para ella "pocas flores son tan relucientes sin ser ordinarias".
Como toque final, todo el ramo de flores, blancas y amarillas, estará rodeado de helechos de hoja de cuero (Rumohra adiantiformis). Hildegarda dice de los helechos (Santa Hildegarda 2009 p.73) que tienen tantas propiedades que hasta hacen huir al diablo y espantan de las casas a los truenos. Así que no se me ocurre mejor protección que esa corona de verdor brillante y fresco para abrazar al conjunto de las flores. Este es vuestro ramo, que lo disfrutéis.
Referencias
Hildegarda Santa, 1098-1179. 2009. Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas. I: Libro de medicina sencilla. Astorga (León): Akrón.
Nicolson, Nigel, y Vita Sackville-West. 1975. Retrato de un matrimonio. 1a. ed. El espejo de tinta. Vidas privadas. Barcelona: Grijalbo.
Sackville-West, Vita. 2020. Mis flores. Barcelona: Gustavo Gili.
Sackville-West, Vita, y Sarah Raven. 2014. Sissinghurst: Vita Sackville-West and the Creation of a Garden. First U.S. edition. New York: St. Martin's Press. http://www.netread.com/jcusers2/bk1388/051/9781250060051/image/lgcover.9781250060051.jpg.
Javier Pérez Iglesias, enero de 2021