Llegamos a Malabo (la capital de Guinea Ecuatorial, en la isla de Bioko) a las 11 de la noche del martes 25 de febrero. Nos recibieron el calor de esas tierras, el aire húmedo con olor a vegetación, los sonidos de la lengua castellana con prosodia africana y la hospitalidad del Centro Cultural de España (CCE) en Malabo. Cuando nos bajamos del avión, Ana Julia Salvador, Directora de la Biblioteca Pública Luis Martín Santos en Villa de Vallecas y yo mismo, nos estaban esperando Pilar Sánchez Llorente, Directora del CCE y Susana Martínez, asesora para la Biblioteca.
El día anterior habían llegado a la isla Carles Cano, Autor de Literatura Infantil y Juvenil y cuentacuentos, y María José Blanco, del Departamento de Comercio Exterior de la Editorial Anaya. Con nosotros se completaba la presencia exterior en el evento que nos iba a juntar con un nutrido grupo de asistentes locales, "El libro y la lectura: Jornada de Trabajo para Docentes", que se desarrollaría entre el viernes 28 de febrero y el sábado 1 de marzo.
Pero antes, nos esperaban dos días de actividades en centros escolares y sesiones de trabajo con el equipo bibliotecario del CCE de Malabo.
El miércoles por la mañana, salimos de la ciudad para tomar la carretera de Luba y acercarnos a Basakato del Oeste, un pueblecito en donde conviven una escuela rural y un internando, "El Dulce Nombre de María". Allí estaba la madre Gervasia, con su vestido africano, su toca blanca y un móvil en la mano, organizando el patio de recreo desde la ventana de la cocina. En muy poco tiempo se convocó a los niños y niñas, unos 80, para escuchar los cuentos de Carles. Una vez más se produjo ese milagro que sucede cuando un contador pronuncia las palabras "erase una vez" y los niños traspasan la puerta de la fantasía. El público participó, riendo y siguiendo los juegos que proponía Carles. Muchos aplausos y muchas peticiones de nuevos cuentos.
Al final de la actividad se hizo una donación de dos lotes de libros, procedentes del CCE, uno para el internado y otro para la escuela. El maestro del internado y la maestra de la pequeña escuela rural estaban tan contentos como los niños porque justo en esos días estaban viendo en clase el cuento en lengua castellana y la llegada de Carles Cano fue la mejor manera de ilustrar con una experiencia práctica lo que estaban estudiando. En Basakato visitamos la futura Casa de Cultura, en una de las casas del pueblo, que está ya cerca de su inauguración, y que cuenta con una pequeña colección bibliográfica de literatura en lengua castellana y sobre Guinea Ecuatorial.
Volvimos a Malabo, para comer y hablar con parte del equipo del CCE, y porque a las cinco nos esperaba otra actividad en la ciudad. Campo Yaundé es uno de los barrios más poblados, se estima que por unas 30.000 personas, y se creó por la afluencia de inmigrantes cameruneses y de gentes procedentes del campo. Estos asentamientos crecieron sin planificación urbanística, con ausencia de alcantarillado y de agua corriente. Las chabolas de madera y lata se extendieron en un tiempo record, hasta tejer una red de calles sin alumbrado público que han rodeado tres colegios, una bonita iglesias colonial y una nueva mezquita (pues cada vez hay más inmigrantes nigerianos de religión musulmana). Teníamos una cita a la entrada del Barrio, también conocido como Niubilly, por New Building dado lo nuevo de los asentamientos, con Fátima del Río, profesora y responsable del Programa de Lectura del centro y con Tina, la Directora del Colegio Virgen María de África. A ambos lados de la calle principal, por la que nos adentramos, reclamaban nuestra atención puestos de venta de alimentos, peluquerías, chiringuitos para comer y beber, sastrerías, tiendas de móviles y todo tipo de negocios que congregaban a multitud de vecinos, todos circulando entre el tráfico de coches que atraviesan esa arteria en un goteo constante.
La primera parada fue en el colegio de Tina y Fátima, Las aulas están distribuidas en la planta baja y en el primer piso, rodeando una galería abierta a un patio. Todas las clases presentaban un aspecto muy cuidado, ordenadas y limpias, y contaban con un armario, o una parte de un armario, con libros (unos cuarenta) que los alumnos utilizan diariamente. Nos enseñaron también el almacén en el que se guardan las cajas de libros, agrupados por niveles de lectura y por temas. Esas cajas salen periódicamente para ocupar las mesas de las ferias de lectura, que funcionan como pop-ups que se abren y cierran, organizadas por Fátima. Allí los niños y niñas encuentran álbumes de dibujos y libros con muchas palabras, novelas y obras de conocimiento, cuentos y poesías. En ese centro escolar hay un trabajo diario para que la lectura esté presente en la vida de estos alumnos que no tienen ningún libro en su casa, ni ven leer a nadie de la familia. En el colegio, aunque saben que el verbo leer no conoce el imperativo, se afanan por conseguir que mejore la destreza lectora de los alumnos y eso exige esfuerzo y requiere disciplina. Al mismo tiempo, se crean ocasiones para que los lectores, y futuros lectores, se encuentren con las historias contadas, leídas en voz alta y a disposición de quienes quieran leerlas por su cuenta. También hay espacio para el libro hablado porque hay alumnos de integración y, ahora mismo, tienen un alumno ciego. En el patio hay carteles con textos y fragmentos de libros y unos anuncios con los nombres de todos los que cumplen años ese día. ¡Las paredes siguen haciendo funciones de red social!
Muy cerca del colegio, en pleno corazón del Campo Yaundé, hay una pequeña biblioteca abierta a toda la comunidad que dirige el señor Patricio, un profesor guineano de la Institución Teresiana. Allí acuden los niños a leer y a hacer los deberes. Para poder utilizar esa biblioteca hay que hacerse socio y cuesta una cantidad simbólica (el equivalente al precio de un refresco) que se paga cada trimestre. Hay mesas, sillas, luz eléctrica (muchas casas de Campo Yaundé no tienen), estanterías y un rincón con esteras para poder leer tumbado o sentado en el suelo. Esa tarde, al caer la luz, la sala se fue llenando de niños y niñas que rodearon a Carles mientras contaba cuentos. Sentado allí, entre esas miradas atentas y esas demostraciones de alegría y asombros, vi con claridad la fuerza del trabajo bibliotecario, la importancia que tiene la literatura en las situaciones más complicadas y marginadas. Esa es la visión que nos transmitieron Tina, Patricio y Fátima. En un medio en el que se considera un triunfo que se termine el curso con todos los alumnos de clase vivos, porque han podido morir por cualquier enfermedad absurda de las que aquí tienen cura, este equipo de docentes se empeña en que la lectura sea una posibilidad real para esos niños y niñas. Porque en situaciones adversas el arte y la cultura nos pueden ayudar a construirnos como personas y además pueden darnos la llave para, quizá, ser un poco más dueños de nuestras vidas.
Al salir, recorrimos de nuevo el barrio, sólo había luz en los puestos de primera fila y, entre las casas de la calle principal, se adivinaban las callejas oscuras que se internaban en el interior de Campo Yaundé. Alrededor de los faroles y linternas la vida bulle. Nosotros dejamos el barrio para ir a cenar no muy lejos, a Abuñasi, un restaurante que regenta Bea, una joven guineana que ha estudiado y vivido en Madrid y en Ámsterdam, y que ofrece comida local junto con platos de cocina española. Todo está muy rico y da gusto comer y beber cervezas bajo los árboles de su patio.
El jueves por la mañana nos encontramos para trabajar en el Centro Cultural de España. La Biblioteca tiene mucha afluencia de público. Jóvenes que van a estudiar, a utilizar el wifi, a seguir las clases de iniciación a la informática, a leer o a llevarse libros en préstamo. El servicio de préstamo domiciliario no está muy extendido en Malabo. Sólo la Biblioteca del Centro del Instituto Francés (ICEF) y la Biblioteca de Campo Yaundé prestaban libros, esta última únicamente para los niños mayores. En el CCE la biblioteca ha establecido el préstamo domiciliario para cualquier persona que se saque el carné de la biblioteca, que es gratuito y se obtiene entregando dos fotos y rellenando un formulario. Desde que la biblioteca reabrió en septiembre de 2013, después de un agosto de remodelación y trabajo interno, se han alcanzado los 700 socios. Ahora la sala de la biblioteca tiene un aspecto mucho más alegre, con las paredes pintadas en dos tonos, las estanterías reorganizadas y muchos libros expuestos en diferentes espacios para mostrar las novedades.
Aprovechamos para participar en la campaña de recomendaciones lectoras y cada uno se hace una foto con el libro que recomienda. Las fotos se expondrán en un panel a la entrada de la biblioteca. Yo elijo dos obras, 2666 de Roberto Bolaño y Pedro Páramo de Juan Rulfo. Mis compañeros se ríen de mi elección porque piensan que habrá muy pocos lectores con el suficiente nivel para adentrarse por esos derroteros pero yo creo que nunca se sabe y si los libros están ahí alguien puede haber que les hinque el diente.
Antes de comer, nos damos un baño en la Playa de los Franceses. La marea está alta y no hay mucha arena disponible pero es un gusto estar bajo las bóvedas que forman los árboles en ese pedazo de selva que llega hasta el mar. Al fondo, se ve la bella bahía de Luba.
El jueves por la tarde, después de comer con el equipo del CCE, continuamos trabajando allí. Ana Julia Salvador dirige una sesión con todo el personal implicado en la biblioteca para resolver dudas sobre catalogación, clasificación y ordenación de los fondos en las estanterías. También tenemos alguna reunión con la dirección del CCE para tratar cuestiones relacionadas con la futura inauguración de la biblioteca infantil. La sala que la acogerá ya está muy acondicionada y ya está casi todo listo para ponerla a funcionar. Hay muchas cajas de libros, muy buenos libros, esperando para llegar a manos de los niños y niñas (¡Gracias a Ana Garralón por el donativo!). A todos nos da pena no poder estar para la inauguración.
Al atardecer el CCE de Malabo alcanza su máxima ocupación. Las clases de español y los talleres de formación están llenos, lo mismo que la biblioteca y las mesas y pizarras que hay en el patio ajardinado, en donde lo mismo se ven grupos preparando sus exámenes de matemáticas que ensayando una coreografía de baile o un desfile de modelos.
(Continuará)