Siempre me han gustado las biografías y los libros de memorias. Para aquel joven que yo fui, estudiante de historia, era una manera de viajar al pasado a través de los sentimientos y de los puntos de vista de las personas que habían vivido "aquello". Muchos libros de historia me resultaban áridos mientras que las memorias y las biografías me ayudaban a transitar (con el placer de los paseos y las derivas) por periodos del pasado que me interesaban.
Es algo que me sigue ocurriendo. No quiero quitar valor a los sesudos estudios de historia económica y social en los que se analizan datos, cifras, documentos originales de la época y otras fuentes de gran interés. Lo que ocurre es que, en la mayoría de los casos, me aburren o no me dicen nada que me interese. Pero cuando todo ese conocimiento se criba y se articula en torno a la vida de una persona disfruto muchísimo.
Lo biográfico y lo autobiográfico han tenido siempre una presencia en el arte. Es probable que eso haya aumentado en las últimas décadas cuando el individuo y lo experiencial han ido cobrando cada vez más importancia. Un buen ejemplo es lo que cuenta Estrella de Diego en No soy yo : autobiografía, performance y los nuevos espectadores. Pero fuera de las artes plásticas esto también ocurre y la ficción autobiográfica y la autobiografía como ficción no dejan de aportar en el panorama literario actual.
Un libro muy interesante que hace uso de lo biográfico, que además tiene un carácter de proyecto artístico y que, siendo una novela, ha merecido la categoría de fotolibro en la exposición "Libros que son fotos, fotos que son libros", es Los Modlin de Paco Gómez. Esta obra cuenta con ingredientes que hacen que su lectura resulte apasionante: intriga, cierto suspense, muchas casualidades, vidas singulares y unos efectos sobre el escritor/narrador que dan un poco de escalofrío. Porque los Modlin acaban ocupando mucho (quizá demasiado) espacio entre los propios familiares y personas cercanas a Paco Gómez. A fuerza de intentar entrar en esas vidas ajenas el autor ha ido creando una realidad que, a veces, parece que le vampiriza. El escenario donde ocurren la mayor parte de los sucesos (a partir del que da origen al propio libro) es el Barrio de Malasaña, en donde estaba mi casa cuando me vine a vivir a Madrid, y los bares, locales y calles son los mismos por los que yo hacía mi vida diaria. Quizá por eso me ha impresionado especialmente esta obra que, en cualquier caso, es muy recomendable.
Una auténtica delicia, por la empatía que uno crea con los personajes y por cómo está escrito es Los Extraños de Vicente Valero. Aquí los protagonistas son familiares del propio autor, a los que él sólo conoce por historias contadas o con quienes tuvo una relación corta siendo niño. Hay una gran belleza en esa manera, delicada e inflexible, de rescatar del olvido unos fragmentos de vida que han llegado hasta el narrador "disecados". Valero inyecta vida en los restos del recuerdo y nos hace viajar al pasado, a las aventuras de un mundo todavía muy ancho, a las ilusiones de la Segunda República y a las amarguras del exilio.
Hablando con Gonzalo (de Tipos Infames) sobre Los Extraños me puso en la pista de otros dos libros en los que hay referencias al pasado, a la construcción de uno mismo, al ajuste de cuentas con abuelos, padres, tíos... La identidad determinada por unos antepasados que, obviamente, nunca nos pidieron opinión sobre su influencia. En Monasterio, de Eduardo Halfon, el autor se plantea su judaísmo ("soy judío a veces") y su identidad. Polonia, Guatemala, Israel... Historias de afirmación de la identidad pero también de simulación y de ocultación porque, a veces, hay que mentir para sobrevivir.
La otra novela, Tela de sevoya, de Myriam Moscona, tiene la dulzura de los Mamules y mazapanes sefardíes. También la dureza con la que odian los niños. En sus páginas, como pájaros escondidos, revolotean los diminutivos del ladino o djudezmo, que nos hacen viajar con los sonidos de esa lengua arrancada hace tantos siglos de España. Dulces trinos, canciones de amor y nostalgia, que cantaban los judíos sefarditas de Salónica camino del humo en el que los convertirían. Myriam Moscona mezcla con mucho acierto a Proust, divinidad máxima del recuerdo, con un sentimiento de culpa que no tiene consuelo. ¿Quién puede superar la culpa de no estar entre los muertos? Aunque en los sueños no sabemos si estamos del lado de la vida o del lado de la muerte. Es un libro que nos regala la belleza de una lengua que se lee (y se escucha) como uno ve los restos arqueológicos de un yacimiento. ¡Y hasta aparece Elias Canetti como sonriente y benéfica estrella invitada!
Pero en medio de estas cajas chinas, que se abren y se cierran con las autobiografías y la ficción, brilla La lección de anatomía de Marta Sanz. Rafael Chirbes señala en el prólogo que la autora ha escrito su biografía "para que la gente lo lea precisamente así, como novela". Novela o biografía, lo importante es que su lectura es subyugante y que ese mundo que nos cuenta la autora, a través de la niña y la adolescente que fue, nos llega lleno de cosas reales que arrojan luz sobre la condición humana. Hay humor y una capacidad de disección despiadada (por algo es lección de anatomía) muy en su estilo. Marta Sanz tiene la habilidad de entretener y de hacer pensar sin trampas ni traiciones. Es un placer que Anagrama haya decidido volver a publicar esta obra que en su momento no tuvo la repercusión que se merece. Tiene mérito hacerlo en una época en la que sólo parecen interesar las novedades que se atropellan unas a otras hasta convertirse en prematuros vejestorios de sólo unos meses. Esta nueva oportunidad ha permitido a la autora revisar y reestructurar la obra y a nosotros poder disfrutarla junto a su última novela, Daniela Astor y la caja negra. Ambas obras comparten una visión de la Transición muy alejada de los lugares comunes a los que nos han acostumbrado. Os digo que me gusta tanto Marta Sanz que hasta me han entrado ganas de conocer Benidorm.
Acabo de quejarme del imperio de las novedades que esclaviza a editoriales y librerías así que quiero incluir en estas recomendaciones lectoras la primera novela de Paul Auster, La invención de la soledad. Se publicó en inglés en 1982 y en español (en Anagrama) en 1995. Yo la acabo de leer ahora, gracias a la recomendación de mi amiga Pilar Vázquez, y me ha reconciliado con el autor. Es una novela con una fuerte carga autobiográfica que aborda de manera valiente las relaciones entre padre e hijo y el tema de la muerte.
Para terminar, un libro de artista, que es un fotolibro, de Maíra Soares. Este seu olhar es un ensayo, a partir de fotos, sobre la imagen de la madre muerta. Es un trabajo emocionante, delicado, sugerente y hermosísimo.
Buen verano y gozosas lecturas.
¡Ah! Todos los libros sugeridos están en la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes.