Leopoldo María Panero nació en 1948 bajo el signo de la poesía. Hijo, sobrino y hermano de poetas, las peripecias de Panero comienzan a ser conocidas en los mentideros culturales, incluso antes de que José María Castellet lo incorpore a la nómina de poetas que constituyen la famosa antología "Nueve novísimos poetas españoles" (1970). Más tarde protagonizará junto a su madre y hermanos, "El desencanto" (1976), de Jaime Chávarri, documental donde los Panero narran sus vivencias de una forma descarnada ofreciendo una imagen familiar decadente. Este documental tendrá una especie de secuela en el film, dirigido por Ricardo Franco, "Después de tantos años" (1994).
Sin embargo, a pesar de que Leopoldo María es un magnífico actor de sí mismo, no es conocido por sus escarceos cinematográficos, sino por una obra literaria fundamentalmente poética que también incluye traducciones o relatos cortos. Desde que publicó su primer libro, "Por el camino de Swann" (1968), hasta el último que ha visto la luz, "Traducciones/Perversiones" (2011), Panero se ha dedicado a crear una obra poliédrica -tanto en la forma como en el contenido- que provoca adhesiones y deserciones a partes desiguales por escatológica, delirante, angustiosa y un largo etcétera de epítetos que subyacen en sus versos de ruina y locura.
El propio poeta, más consciente que inconscientemente, se ha encargado de alimentar su poesía a través de su vida y viceversa, forjándose una suerte de biografía legendaria basada sobre todo en su enfermedad mental. Excluido de la burocracia cultural y convertido en un verdadero outsider, encuentra un hueco (a veces repudiado por él mismo) en el malditismo literario alcanzado por años de alcoholismo y drogadicción, encarcelamientos, depresiones, ingresos en manicomios, intentos de suicidios y un tempestuoso vínculo materno-filial que le conducen irremediablemente hacia un camino de autodestrucción.
Hace años encontré casualmente a Leopoldo sentado en un banco de una plaza de Las Palmas de Gran Canaria. Fumaba compulsivamente un cigarrillo y era la estampa exacta de un vagabundo. No dudé un instante en acercarme para saludarle y su primera reacción fue preguntarme si era policía. Contesté que no (aunque confieso que me apetecía interrogarlo) y le expliqué que tan sólo era un admirador de su obra. Cuando se deshizo de la desconfianza inicial comenzó a relatar algunas de sus recurrentes paranoias: la persecución que sufre de la CIA o la historia sobre el crack (una droga creada únicamente para acabar con su vida). Mientras escuchaba sus palabras, me pregunté si Panero personificaba la figura de Narciso frente al espejo o realmente estaba contándome su propia verdad. Después de un discurso caótico y sin previo aviso, Panero se sumergió en el silencio, tal vez anclado en el laberinto de su mente o riéndose para sus adentros de todos aquellos que piensan que está loco.