Para entender la estrecha relación entre el cine y la Psicología hay que remontarse a sus orígenes. El cinematógrafo y la Psicología científica son dos inventos europeos de finales del siglo XIX que vieron la luz, y se aliaron a ella, en unos años fascinantes en los que se sentaron las bases de buena parte de lo que hoy somos. Cuando Wilhelm Wundt funda en 1879 en Alemania su laboratorio de Psicología experimental para conocer de forma empírica cómo las sensaciones llegan a la conciencia, ya funcionaba la linterna mágica, un rudimentario reproductor de fotografías que asombraban a los espectadores por la sensación de movimiento que provocaba. Encontrar explicaciones rigurosas a fenómenos como este y a otros muchos del campo de la atención, la percepción , la memoria o el aprendizaje dio carta de naturaleza a la nueva Psicología.
Cuando en 1895 los hermanos Lumière hicieron en París su primera proyección pública, ya se podía conseguir en las librerías de Viena los "Estudios sobre la histeria" de Sigmund Freud y Josef Breuer el libro que dio paso al Psicoanálisis. Ese mismo año en las calles parisinas se leía la "Psicología de las masas" de Gustav Le Bon, texto pionero de la Psicología social. El perfeccionamiento técnico del cinematógrafo y las primeras producciones dramáticas filmadas por prestidigitadores como George Méliès coincidieron en la década siguiente con la aparición de las principales teorías y descubrimientos de la nueva ciencia: el funcionalismo de John Dewey, las leyes del aprendizaje de Ivan Pavlov o los primeros test de inteligencia de Alfred Binet.
Cuando el cine dejó de ser un juguete de feria y se descubrió su gran poder de atracción y movilización, los realizadores más imaginativos fueron introduciendo novedades orientadas a influir sobre un espectador cada vez más entusiasta. Todas estas innovaciones: los primeros planos, la música, los movimientos de cámara y muy especialmente el montaje cinematográfico se sustentaban en estudios psicológicos o fueron intuiciones que después confirmaron su efectividad en los laboratorios. El fenómeno autocinético, el efecto Kulechov, la percepción subliminal, el aprendizaje vicario y tantos otros procesos basados en la Psicología aumentaron la fuerza de atracción del cine como activador de necesidades, generador de emociones o movilizador de sentimientos políticos, religiosos o culturales. Todavía hoy, a pesar de los esfuerzos educativos para prevenir a los espectadores del potencial manipulador de la imagen cinematográfica, el viejo invento decimonónico, multiplicado en infinidad de formatos y pantallas, sigue alimentándose de cualquier recurso persuasivo para llegar a las conciencias, modificar actitudes, vender productos o sencillamente cambiar un par de horas de emoción por unos cuantos euros. La aparición de tecnologías baratas y accesibles, la existencia real de redes gratuitas de distribución han abierto en los últimos años extraordinarias oportunidades para seguir profundizando en la universalización de la comunicación audiovisual.
El cine vampiriza cualquier descubrimiento psicológico, pero lo paga a buen precio. Sin su potencia divulgadora hubiera sido muy difícil que la Psicología suscitara el interés planetario del que hoy goza. Directores como Hitchcock, Kubrick, Forman, Buñuel o Allen popularizaron las teorías psicoanalíticas, las terapias psicológicas o los programas de condicionamiento operante. Ávido de argumentos sugerentes casi todos los experimentos sobre el comportamiento estudiados en las universidades, como el de la obediencia de Milgram o las cárceles de Zimbardo se han convertido en la trama central o accesoria de alguna película.
Por las pantallas han desfilado centenares de profesionales de la Psicología curando enfermedades con la mirada, leyendo el pensamiento, asesinando a pacientes, implantando falsos recuerdos, torturando a detenidos, modificando sueños, contactando con extraterrestres...Incluso se han visto películas en las que los psicólogos cinematográficos reflejan lo que hacen los de verdad como Te doy mis ojos. Estrellas internacionales como Ingrid Bergman, Michael Caine, Marlon Brando, Bruce Willis, Robin Williams, Jodie Foster o Dustin Hoffman y docenas de actores de industrias menos poderosas, han participado en tramas en las que el quehacer profesional de los personajes se ha ido adaptando a los tiempos en los que se filmaron las historias: desde la dignidad científica de épocas en las que la sabiduría académica era la clave para resolver los problemas mentales del héroe a la actividad evanescente de psíquicos o mentalistas actuando en los límites entre lo real y lo imaginado, lo vivido y lo intuido.
Al utilizar en sus tramas la figura del profesional de la Psicología, los guionistas dan pistas sobre el potencial de esta ciencia del comportamiento en el bienestar de la comunidad. A veces la confianza de los realizadores es tan alta que suponen que en un futuro en el que el ser humano deje de gobernar la Tierra, como en El planeta de los simios, los nuevos amos del globo tendrán entre sus doctores a "Psicólogos de animales" que experimentarán con nosotros para conocer las leyes que gobiernan nuestra forma de ser y de actuar. Si ese día llegara los simios necesitarían haber visto mucho cine para comprender la naturaleza de nuestros sentimientos y de nuestros sueños.