Caminar por las calles de San Ignacio a la salida de los colegios es un momento mágico. El calor, el polvo y la soledad, que inundan las calles de este pueblo, dejan paso a las risas, a los uniformes escolares y a los colores.

Algunos niños, los más afortunados, hacen cola en las pequeñas tiendas para comprar dulces o algún juguete. En cambio muchos niños recorren el pueblo desde el amanecer vendiendo "gelatina de pata" (desayuno moxeño elaborado con carne de pata de vaca).

El centro cultural, siempre acogedor, se llena con un ir y venir de ñiños, mientras los mayores están leyendo o estudiando en la sala, los más pequeños suelen sentarse en el suelo con alguno de los juegos que posee el centro.

Dedicarles una sonrisa supone para ellos una invitación al juego, a soltar sus tableros y fichas y a corretear de un lado al otro, provocándote para continuar con un interminable juego de "pilla pilla".

Las carcajadas inundan el edificio, las carreras y los saltos se suceden. Algunos niños que observan desde la puerta el alboroto, se dejan llevar hasta el interior del centro y participan del juego, olvidando la timidez característica de este pueblo.

Una de las imágenes que nos llevaremos de aquí será, con seguridad, la de estos niños lanzando sus globos al aire y con una sonrisa de oreja a oreja que lo llena todo.