D. Manuel Rioz y Pedraja nació el primer día del año 1815 en Valdecilla (Santander), hijo de Micaela Pedraja y el farmacéutico Felipe Rioz. Cursó sus primeros estudios en su localidad natal y más adelante en Villacarriedo, donde aprendió Latín, Historia, Matemáticas, Filosofía y Ciencias Naturales...
Decidido a estudiar Farmacia, llegó a Madrid el año 1831, coincidiendo con un período convulso de nuestra historia política en el que las libertades sancionadas por la Constitución de Cádiz se vieron duramente reprimidas durante la llamada Década Ominosa, iniciada en 1823 con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviados por la Santa Alianza a petición del rey Fernando VII, y que encontrará respuesta en múltiples intentos fallidos de los liberales, como el de José María Torrijos que tiene lugar precisamente en este año de 1831.
A pesar de este ambiente tan desfavorable, Rioz encontraría el modo de centrarse en sus estudios, asistiendo con constancia a las clases y finalizando la carrera con óptimas calificaciones que le capacitaron ante la Junta Superior Gubernativa de Farmacia para el nombramiento de delegado en la inspección a las farmacias de las villas del mar Cantábrico, cometido que realizó con brillante eficacia.
Ya en 1841 sería nombrado Subdelegado de Farmacia del partido judicial de Entrambasaguas, creado en 1835 y ubicado en la comarca de Trasmiera (Cantabria), donde Rioz ejercería su cargo con destacado celo frente a los abusos de intrusismo en los intereses relativos a la salud pública.
En un aspecto más personal de su semblanza biográfica podemos decir que D. Manuel Rioz destacó por su temperamento generoso según el cual siempre se consideró en el deber de compartir sus conocimientos con sus semejantes, lo cual pronto le condujo a la difícil tarea de la enseñanza.
En 1840 el Gobierno le nombró Catedrático de Física y Química del Instituto de Santander, dónde asumió una difícil tarea presidida por la falta de medios que permitieran la adquisición de los utensilios y aparatos imprescindibles para unas enseñanzas de índole puramente experimental. Rioz debió fabricarse él mismo muchos de los instrumentos que utilizó en sus clases prácticas, pero su carácter altruista y generoso no se centraría sólo en sus responsabilidades, sino que le llevaría igualmente a asumir, de forma gratuíta, la docencia correspondiente a la Cátedra de Historia Natural, cuya situación vacante impedía que los alumnos recibiesen dichas enseñanzas.
El 4 de noviembre de 1843, Rioz y Pedraja fue ascendido a Catedrático de la Universidad Central, y destinado a la Facultad de Ciencias Médicas, coincidiendo con el nuevo plan de estudios promulgado por el gobierno de Joaquín María López, según el cual la enseñanza de la Medicina y la Farmacia se reunieron en una Facultad de Medicina y Arte de Curar, donde Rioz ocupará la Cátedra de Química Orgánica a lo largo de los siguientes veinte años, durante los cuales sentará las bases de la enseñanza de dicha ciencia, siguiendo las ideas del químico alemán Justus von Liebig.
En 1865, al quedar vacante la cátedra de Análisis Químico por fallecimiento de su titular, D. Juan María Pou y Camp, Rioz obtendría, previo informe unánime del Consejo de Instrucción Pública, el nombramiento para dicha responsabilidad, en cuyo cumplimiento siempre intentó despertar en sus alumnos el interés por el estudio de dicha asignatura, transmitiéndoles la gran influencia del análisis químico en multitud de ciencias para cuyo avance consitutía un auxiliar fundamental.
Respecto a sus alumnos, Rioz se mostró exigente pero nunca en extremo, consciente de que una exagerada severidad, si bien podría hacer destacar a los sobresalientes, también podría alejar de su asignatura a aquellos menos notables que sin embargo, en un futuro podrían prestar grandes servicios a la Ciencia. Al no haber contraído matrimonio siempre consideró a sus discípulos como si fueran hijos suyos, y entre los más prominentes cabe mencionar a José Rodriguez Carracido, maestro de la Química Biológica en España y a Luis Simarro, primer catedrático de Psicología en España.
Esta visión humanista de la enseñanza unida a sus excelentes dotes como organizador y director de centros docentes, le condujo en dos ocasiones al Decanato de la Facultad de Farmacia (1877 y 1884), así como al cargo de Rector de la Universidad Central, donde a lo largo de cuatro fructíferos años reformó multitud de servicios y saneó la situación económica, obteniendo del Estado mayores fondos que posibilitaran la atención de las necesidades universitarias.
D. Manuel Rioz y Pedraja ocupó también a lo largo de su vida otros estrados científicos que verifican no sólo el reconocimiento de su labor, sino la justicia del mismo en relación con una inmensa capacidad de trabajo al servicio de la Ciencia española. Así, como Presidente del Ilustre Colegio de Farmacéuticos de Madrid, Rioz impulsaría la publicación del Diccionario de Farmacia en el período de 1852-1856, como miembro de la Academia de Ciencias Físicas y Naturales trabajó con ahínco en demostrar la estrecha alianza existente entre la química y las demás ciencias, y como Académico de la Real de Medicina, formaría parte de la Comisión de redacción de las Farmacopeas españolas de 1865 y 1884.
También perteneció a los Ilustres Colegios de Farmacéuticos de Barcelona, Cádiz y Granada, a la Sociedad Económica de Amigos del País de Sevilla y a la Sociedad Española de Hidrología Médica, así como a los Reales Consejos de Instrucción pública y Sanidad del Reino.
Su labor investigadora se centró en multitud de campos, siempre presididos por su dedicación al análisis químico, en ámbitos como el toxicológico, el hidrológico, el bromatológico, la higiene y la salud pública.
A Rioz se le debe el análisis y difusión de uso de multitud de aguas mineromedicinales como las de Ontaneda, Alceda, Liérganes o Loeches, así como el informe científico que permitiría dotar a Madrid de un caudal de aguas suficiente para cubrir sus necesidades, a partir de las procedentes del río Lozoya, en el marco del proyecto abordado por el presidente del Consejo de Ministros, D. Juan Bravo Murillo, que sería el germen del Canal de Isabel II. Como farmacéutico, introdujo en España el aparato de Egrot para la fabricación de extractos al vacío, y como firme defensor de la labor de la Biblioteca, donó a la de la Escuela de Farmacia 176 volúmenes de obras de física, química, historia natural y farmacia, por lo que recibió el reconocimiento público del Ministerio de Fomento.
Su obra científica y docente sería reconocida por el Gobierno español con las condecoraciones de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica en 1864, así como con la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia.
Fallecido el 22 de marzo de 1887 tras una corta enfermedad, la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid rinde homenaje al fundador de la enseñanza de la Química Orgánica en España al denominar a su salón de actos-aula 105 con el nombre de Aula Manuel Rioz y Pedraja.