Mi intervención del viernes preguntaba si sabemos a dónde vamos para reconocer que yo al menos no lo sabía y que el motivo de hacer la pregunta era encontrar a alguien que lo supiera o al menos intentar conocer dónde nos encontramos para al menos estar preparados para el porvenir. Mencioné la idea que proponía Javier de la Cueva sobre qué impacto había tenido la imprenta a los 25 años de la Biblia de Gutenberg, porque podríamos estar en un momento similar (esto no ha hecho más que empezar).
Y puse como ejemplo a Lorena Fernández que -aunque consciente de la obsolescencia de cualquier predicción- aventuraba 4 para el mundo cultural; entre las que subrayamos la eliminación del anonimato y la concentración de la información (a nivel de datos también) en muy pocas manos que implica sujeción a lo que determinen sus detentadores o exclusión por no aceptar lo que aceptan todos.
La Internet de las cosas es la tendencia general, expresada de múltiples formas. Uno de sus acrónimos M2M (machine to machine) nos explica su naturaleza: objetos interconectados que envían y reciben información. La imagen que utilizo es significativa por cuanto identifica sectores de servicios en los que es aplicable, con sus campos y espacios de aplicación; así como los dispositivos utilizados.
Esta Internet de las cosas se traslada a las ciudades inteligentes, llenas de sensores, cámaras de vigilancia, redes, espacios para compartir, que permiten seguramente racionalizar muchas cosas como los consumos energéticos, el tráfico, etc. Pero que inevitablemente controlan las actividades ciudadanas, incluyendo aquellas que pueden contravenir la norma existente en cada momento. Nos lleva a preguntarnos que si todo es inteligente no seremos nosotros los que progresivamente no lo seamos.
Saltamos después al ser humano. El desarrollo científico de la mano de la tecnología ha permitido cosas maravillosas que reducen el trauma producido por deficiencias cuyo origen es el accidente o la genética; pero cada vez se están creando más elementos que lo que buscan es ampliar las posibilidades del ser humano, llegando -en algunos casos- a plantear descargar el contenido de un cerebro humano o que los seres humanos no deben permanecer unos 9 meses en el lugar que les marcó la naturaleza antes de venir a la vida inteligente.
Esto nos lleva a plantearnos la idea de la vigilancia líquida, que es aquella que existe pero de la que no nos percatamos, en la línea que apuntaba el día anterior Yolanda. Se asocia esta idea con unas cuantas más como la de servidumbre voluntaria, la idea del panóptico (la cárcel desde la que el vigilante puede ver todo lo que hace el encarcelado, convertida ahora en banóptico: hay algunas personas o grupos de personas que son los destinados a ser más estrechamente vigilados), la errónea concepción de que todo lo nuevo es mejorado (y nos aboca a la obsolescencia constante), el alejamiento de la responsabilidad (que puede permitir realizar cualquier cosa sin remordimiento alguno) y la conversión del sujeto en objeto, de consumidor en bien consumido.
Queriéndome referir a la desigualdad entre forma y fondo que nos rodea por todas partes, con predominio de la primera, utilicé la excelente frase que le escuchara a José Luis Sampedro diciéndonos que "Tenemos hipertrofia de medios y atrofia de fines" pero me preguntaba si realmente tenemos. Un reciente estudio reflejaba que 4.000 millones de personas están en las redes sociales. Un error de partida, ya que lo que hacen es sumar los que se encuentran en las diferentes redes sociales como si cada persona sólo pudiera estar en una. La idea que transmití es que si hay 1.100 millones en Facebook (cifra exorbitante para cualquier negocio) hay 6.000 millones de personas que no están en Facebook.
Me detenía después en el uso que se hace de esas tecnologías mostrando un gráfico de Project Information Literacy en que se veía que lo que más utilizados son los buscadores web y cuáles eran las sensaciones desagradables que sentían en el proceso de investigación; añadiendo los resultados de un estudio realizado con la juventud brasileña en el que se apreciaba que el porcentaje de los que "crean" algo en páginas web o blogs es muy reducido.
Después añadía otras características propias de nuestro comportamiento ante la información y lo que le exigimos: que sea inmediata, que esté en movimiento o cambiando, que sea visual o eminentemente visual, que a ser posible sea espectacular, sirva para divertirnos y accedamos conectados. Algo aparente inocuo si no fuera porque nos aboca a la incertidumbre, supone la obsolescencia constante (incluso programada, ¿no llevará a considerar nuestra propia obsolescencia?), la imposibilidad de reflexionar adecuadamente y -como en todo lo humano- la creación de movimientos que lo contestan, como el movimiento slow. Enlazo estas ideas con la de la economía de la atención, según la que tenemos posibilidades limitadas para poder atender a todos los estímulos y que Bauman sintetiza muy bien en una frase que ya utilizara en Comunidad y red: el principio de incertidumbre en la que viene a decir que el precio que pagamos por la disponibilidad de la información es el encogimiento de su significado.
Continuamos con la idea de brecha digital, que ilustramos con un gráfico clásico utilizado por Area, Marzal y Gros en 2008 en el que diferenciaban entre brecha de acceso (no tienen medios para acceder), de uso (no saben utilizarla) y de calidad de uso (usada para cuestiones banales o simplemente de diversión). Y que acompañábamos -como hemos hecho en alguna otra ocasión- con las ideas de brecha generacional de Castells (creemos que se reproducirá cuando las tecnologías den un giro que convierta a los nuevos expertos en novatos), la cognitiva de Monereo (la asunción de las tecnologías como medio de comunicación conlleva diferentes maneras de actuar, comunicarse y aprender) o la paradigmática de Pimienta (la verdadera brecha es económica y social, afectando a todos los demás ámbitos). A las que habría que añadir una nueva brecha que se está abriendo en el ámbito del trabajo sobre todo por el impulso de los big data, que precisa de personas con una formación concreta que no están disponibles en el mercado. Lo apuntaba Maximillien de Costier en unas jornadas en el IE y lo subrayan altos cargos de la UE, se hacen eco de ella periódicos o el propio boletín de la UE muestra la gran inversión dirigida al ámbito de los big data. Entre los perfiles, analistas de datos, expertos en SEO y SEM, Community Managers, Social Media, especialistas en Big Data o en Cloud, Gamificación o Movilidad y muchos puestos relacionados con cuestiones de seguridad informática. Esto no obvia que al mismo tiempo se generen esquemas de trabajo que permitan en pocos minutos sustituir a un trabajador por otro, como nos decía Otte en su obra El crash de la información.
Y ¿cómo podríamos abordar todo esto? Nuestro tema, la ALFIN, podría ser una de las vías útiles, pero se ha enmarañado en establecer divisiones, diferentes nomenclaturas y definiciones que le hacen perder parte de su potencial. En algunos casos se debe una vez más a la confusión de lo que es el fondo y la forma, seguramente también a intereses de destacar como descubridores de un mundo ya habitado o por considerar que es propio y exclusivo de una profesión concreta. Claro, que no hay nada en lo que no haya información. En cierto momento me di cuenta que una de las razones también había sido que el tsunami de la información había dejado destruido el hábitat particular de cada uno y que posiblemente estaban intentando rescatar lo máximo posible de manera independiente en su parcela particular. También ha afectado al propio logo de la ALFIN, una imagen que buscaba identificar el concepto sin diferencia de idiomas y que ha acabado rodeada por una buena parte de ellos.
Para abordar convenientemente nuestro papel es necesario darnos cuenta que tenemos muchos perfiles y que también somos diferentes aunque compartamos los elementos humanos. Por otro lado, que no estamos solos, que -aunque no lo parezca- tenemos al menos intereses comunes entre profesionales de muy diferentes ámbitos que deberían colaborar, especialmente en el ámbito de la ALFIN. Y mencionaba: informáticos, estadísticos, expertos en medios de comunicación, pedagogos, investigadores, conocedores del derecho, expertos en marketing, en el uso de las tecnologías...
Una manera de reafirmarlo eran 3 esquemas traídos de diferentes ámbitos:
- El de Aparici (Informe ITE) centrado en la escuela, con 6 aspectos significativos resaltando los aspectos estéticos, la tecnología y los valores unidos a cuestiones ya tradicionales como la autonomía en el aprendizaje a lo largo de la vida o el pensamiento crítico.
- El perfil del individuo conectado de Dolors Reig (que ya resumiera en este blog) que parte de 8 inteligencias múltiples y se adentra en numerosos aspectos, entre los que destacamos los aspectos éticos, la necesidad de desconectar y la mente del futuro que debe saber filtrar, manejar datos y estadísticas. Fundamental la necesidad de hacernos nuevas preguntas (Piscitelli: cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas). Yo desperdicié la de Jesús Lau para poder decir que debemos cambiar lo que hacemos, cómo lo hacemos y dónde lo hacemos de acuerdo a lo que nos solicitan las nuevas realidades.
- El que utilicé en FESABID Toledo y en el I Seminario Hispano-Brasileño en Información y Documentación queriendo indicar que si no somos capaces de confluir para crear medios conjuntos al menos debemos considerar cada uno en nuestra parcela cuál es el destinatario último de nuestra actividad y tener en cuenta sus necesidades considerando todos los tipos de aprendizaje (incluyendo el informal), todos los tipos de uso, competencias muy diversas (que no se contraponen sino que se complementan), abogar por la resolución de problemas reales, aprendiendo a través de ellos y colaborando para construir conocimiento abierto.
Y como colofón, ya que la UNESCO ha optado por las MIL, traer la voz del SC de ALFIN en IFLA que quería abrir un debate sobre de qué manera se puede lograr que los hacedores de políticas y los responsables de desarrollarlas tengan en cuenta las MIL. Aproveché para enlazar con la Declaración de Lyon que busca incluir la cultura y el acceso a la información en las directrices que sustituirán a los Objetivos del Milenio.
Tras un poco más de 20 minutos, finalice con una bibliografía y con un agradecimiento que incluyó al menos 3 guiños a México (y uno indirecto a Ciudad Juárez).
En el turno de preguntas mencioné una posibilidad, que un reciente escrito de Lluís Anglada en EPI desarrolla (aunque no he tenido tiempo de leerlo): ¿Son las bibliotecas sostenibles en un mundo de información libre, digital y en red? (está en abierto).