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Leonardo Dudreville y la recuperación del orden

Alba Gómez de Zamora Sanz 9 de Mayo de 2017 a las 16:30 h

Sentado sobre un cojín estampado y pisando una tela roja de grosor casi palpable, se aparece Giacomino ante el espectador. El niño mira hacia su izquierda con expresión ausente mientras se sostiene apoyando su mano derecha sobre la silla. La postura hace que sus hombros caigan relajados al mismo tiempo que se encorva su espalda, provocando que la piel de su vientre se arrugue en varios pliegues por encima del ombligo. La imagen real de Giacomino está delante del espectador.

Durante el período comprendido entre la Gran Guerra (1914-1919) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el desarrollo del arte europeo experimentó un cambio que le llevaría a la recuperación de la figuración. A pesar de que el camino de la abstracción parecía haberse abierto para determinar la trayectoria del arte europeo en las siguientes décadas, durante el período de entreguerras se comenzó a experimentar una recuperación de las pautas figurativas, protagonizada por algunos de los artistas que habían liderado los movimientos de vanguardia.

Leonardo Dudreville (1885-1975) desarrolló el divisionismo, la abstracción y el futurismo para acabar desembocando, en la década de 1920, en la recuperación de la figuración, aunque con una nueva visión. Y es que, tras el desarrollo que había experimentado el arte europeo desde finales del s. XIX, el retorno al orden debía ser de algún modo diferente al clasicismo de épocas anteriores. Como el propio artista afirmó en una ocasión, "tornare alla realtà, tornare alla rappresentazione oggettiva non significava affatto tornare al passato".

Es por ello que las obras figurativas realizadas en esta etapa representan una realidad diferente a la que tradicionalmente se había concebido, aun estando dentro de la imitación de la naturaleza. Y es lo que sucede en Nudino, representación del pequeño personaje con una adjetivación visual que lo aleja del pasado y lo convierte en un producto de la Modernidad.

La figura ocupa la mayor parte del lienzo y se coloca en la zona iluminada del mismo, contrastando con el fondo de la habitación, que aparece tan solo insinuada. Esto, junto a los contrastes de luces y sombras derivados de la entrada de luz en la escena por la parte izquierda de la composición, provoca que el personaje se conciba con una monumentalidad que se ve potenciada por el propio ángulo que ocupa, perpendicular a la superficie de la madera sobre la cual fue pintado.

La técnica empleada podría recordar al naturalismo que había predominado en la producción pictórica durante la época del Barroco, aunque se diferencia de las obras de aquel período en que no trata de transmitir un mensaje de poder ni de devoción. Lo que consigue Nudino es generar en el espectador una extrañeza que lo convierte en una obra plástica moderna.

La postura, que parece denotar un abandono del personaje hacia sí mismo, o la desproporción anatómica, presente principalmente en las manos y los pies, son síntomas de una nueva visión derivada del camino que habían tomado las artes las décadas anteriores y de la propia concepción artística del creador. También lo son los rasgos faciales, que presentan a un personaje casi caricaturesco con unas facciones demasiado marcadas para su edad, o la acentuada musculatura de la figura, especialmente en la parte inferior de sus piernas, que parece no corresponder naturalmente a la de un niño.

Junto a ello, la propia técnica denota una visión distinta. Algunas zonas de la tabla, sobre todo las que se corresponden con la parte superior del cuerpo del pequeño personaje, tienen un detallismo muy perceptible. Mientras, en otras zonas esa minuciosidad en la representación parece completamente ausente, estando configuradas a través de pinceladas sueltas, sin apenas presencia de una línea que delimite su contorno.

La imagen de Giacomino que se aparece ante el espectador es real. Pero pertenece a una realidad que no se corresponde con la nuestra, ni con la que se había conformado dentro de la producción artística tradicional.

El espectador puede analizar el cuadro hasta el más mínimo detalle, pero no podrá comprender realmente lo que sucede en la escena. Para ello, necesitaría colocarse junto al pequeño y observar con sus propios ojos lo que está mirando. Así es como la obra se convierte en moderna, entrando en contacto con el espectador y evocándole en la mente una pregunta que posiblemente nunca sea respondida.

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