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Reconquista de Jerusalén por Saladino: inicio de la tercera cruzada

Borja Arellano Álvarez 17 de Mayo de 2019 a las 14:54 h

El domingo 20 de septiembre de 1187, Saladino cercó la ciudad de Jerusalén, e instaló su campamento inicialmente al oeste de la Torre de David, ciudadela erigida junto a la puerta de Jaffa, ubicada en el lado occidental de la ciudad.

 

La ciudad Santa estaba abarrotada de refugiados, pero solamente quedaban dos caballeros para combatir bajo el mando del patriarca y de las dos reinas de Jerusalén: Sibila y María (la viuda del rey Amalarico, casada ahora con Balian de Íbelin). Heraclio consiguió reclutar a duras penas unos cincuentas hombres para poder defender las murallas de la ciudad. Mientras tanto, Balian de Íbelin, quien terminó siendo apresado durante la batalla de Hattin, consiguió volver a la ciudad gracias a un salvoconducto establecido con Saladino, para rescatar a su mujer e hijos, tras prometerle al sultán que no lucharía. Sin embargo, imploraron a Balian que se pusiera al frente de la defensa de la ciudad, y, al no poder negarse, este escribió al sultán una carta - de un caballero a otro - en la cual mostraba sus excusas. El sultán lo perdonó. Así, Balian, armó caballero a cualquier joven mayor de dieciséis años, pertrechó a todos los hombres, y organizó varias salidas. Cuando Saladino inició el ataque, las mujeres rezaron en el sepulcro y se raparon el pelo en señal de penitencia. El 29 de septiembre, las tropas de Saladino estaban diezmando las murallas de la ciudad, y los francos estaban concienciados ya de su derrota y muerte, pero, Heraclio les quitó esa idea de la cabeza. Al día siguiente, cuando las tropas musulmanas atacaron la ciudad, Balian visitó a Saladino para negociar. El final de esta contienda se estableció por medio de estas negociaciones. Saladino, en gesto de cortesía, aceptó liberar a la reina, pero el resto debía pagar por su liberación. El día 2 de octubre Jerusalén abría sus puertas.

 

Saladino observó cómo los cristianos latinos abandonaban Jerusalén para siempre, muchos de ellos no pudieron pagar su rescate, por lo que terminaron convirtiéndose en esclavos, y las mujeres enviadas al harén. Bajo la mirada del sultán, las dos columnas de cristianos lloraron la pérdida de Jerusalén.

 

Saladino había completado sus títulos, no solo como rey, sino también como restaurador del mundo y la fe (Salah al - Dunya wa ´l - Din). Se había convertido en la "luz que brilla cada atardecer que trae la noche a los creyentes", y que libera el santuario hermano de La Meca". El objetivo que tenía Saladino ahora era crear una Jerusalén islámica. El sultán exprimió el simbolismo de su triunfo: la cruz que los francos erigieron en la Cúpula de la Roca fue derribada, se restauró la mezquita de Al-Aqsa y, en ese mismo lugar se instaló el púlpito de Nur al - Din, traído desde Alepo. Importantes edificios religioso de los francos fueron convertidos en seminarios islámicos o escuelas. El Santo Sepulcro se estuvo dudando en destruirlo o mantenerlo en pie, al final se optó por la segunda opción, debido a que el sultán pensó que continuaría siendo un lugar sagrado, tanto si la iglesia se mantenía en pie como si no. Saladino derribó algunas iglesias ubicadas en zonas y áreas externas a la muralla, aunque hay que decir que toleró la mayor parte de las iglesias y trató de mitigar el carácter no islámico del barrio cristiano.

 

El sultán llevó a la ciudad a muchos eruditos y místicos islámicos, pero los musulmanes por sí solos no podían repoblar la Ciudad Santa, por lo que muchos armenios regresaron (y se terminaron convirtiendo en una comunidad especial que todavía perdura en la actualidad). También regresaron muchos judíosprocedentes de distintos lugares tales como Ascalón, Marruecos y Yemen.

 

Las noticias sobre la caída de Jerusalén conmocionaron al continente europeo. Los grandes personajes políticos y religiosos del momento, comenzaron a movilizar una poderosa nueva cruzada: la tercera, la cual pasaría a ser conocida como la "Cruzada de los monarcas".

 

En el mes de agosto del año 1189, el rey Guido apareció en las puertas de Acre con el objetivo de dar respuesta a la derrota sufrida en Hattin. Así con un pequeño grupo de soldados inició el asedio de la ciudad portuaria. Saladino le dio muy poca importancia a este acto, y envió un pequeño contingente para que acabase con él. Sin embargo, Guido consiguió repeler a ese contingente militar, convirtiéndose en una amenaza para Saladino. Guido puso en asedio a Acre, y ante este hecho los reyes de Inglaterra y Francia, y el emperador de Alemania, utilizaron este hecho para tomar la cruz, y prepararon sus ejércitos para participar en la batalla de Acre. Se trataba del inicio de una lucha tremendamente violenta y sangrienta que duraría dos años, a la que prontamente se le unieron los más grandes e importantes líderes de las monarquías europeas, todos con un objetivo común: recuperar Jerusalén.

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA: 

 

TYERMAN, C. : Las guerras de Dios: una nueva historia de las cruzadas (2010). Crítica S.L. (Barcelona).


RESTON, J. : Guerreros de Dios : Ricardo Corazón de León y Saladino en la Tercera Cruzada (2003) impreso en Limpergraf. Mogoda, 29 (Barcelona).

 

SEBAG MONTEFIORE, S. : Jerusalén, la biografía (2011) Crítica S.L. (Barcelona).


FLORI, J. : Ricardo Corazón de León: el rey cruzado (2003) Edhasa (Barcelona).


MÖHRING, H. : Saladino, el sultán y su época, 1138-1193 (2010) Publicaciones de la Universitat de Valencia (Valencia).

 

 

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