Como señalan Javier Tusell y Genoveva Queipo de Llano en su obra Los intelectuales y la República (1990), si hubo un momento en la historia española del siglo XX en el que pareció que la totalidad de los intelectuales españoles coincidían en un propósito colectivo de carácter político, ese fue sin duda durante los meses que transcurren desde el final de la Dictadura de Primo de Rivera, hasta la proclamación de la Segunda República.
Prácticamente todo el mundo intelectual del momento se enfrentó con un papel decisivo a la monarquía de la Restauración. De igual manera, la Segunda República nació con un elevadísimo número de intelectuales y profesores en las filas de su clase política.
(En la imagen aparecen Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala con la Agrupación al Servicio de la República en el teatro Juan Bravo, en Segovia, el 14 de febrero de 1931, a falta de apenas dos meses para la proclamación del nuevo régimen).
Todos los intentos de Primo de Rivera de desprestigiar a los intelectuales y separarles de la opinión pública fracasaron. El encarcelamiento de ciertos profesores, las famosas persecuciones contra el estudiante Sbert, el cierre de varias Universidades, entre otros acontecimientos, son vistos por algunos como persecuciones torpes y carentes del radicalismo bárbaro de otros regímenes dictatoriales. Tal es así que Jean Bécarud y Evelyne López Campillo señalan en su obra Los intelectuales españoles durante la II República (1978), que puede incluso considerarse que fue Primo de Rivera quien creó las condiciones sociales y políticas imprescindibles para que un puñado de pensadores, escritores, profesores y artistas pasase de élite del saber a élite del poder.
En La España de Primo de Rivera: La modernización autoritaria 1923-1930 (2005), obra de Eduardo González Calleja, se dice que la escasa energía de la represión desplegada por la Dictadura contribuyó a reforzar la cohesión de los intelectuales y favoreció su capacidad de influencia en la sociedad. Con la “Dictablanda” de Berenguer los intelectuales (Ortega y Azorín, entre otros) dieron el paso definitivo desde una actitud crítica con la Monarquía a un compromiso abierto con la República.