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Pura y dura incertidumbre

Javier Sierra Soria 3 de Julio de 2014 a las 10:54 h

La historia siempre tiene causas profundas. No existen casualidades unívocas. Ningún acontecimiento es por una única cuestión. Se suele pensar y se suele comparar la crisis actual que se viene sufriendo con el crack de 1929. La idea de historia cíclica viene relacionada con la idea de progreso, en la que toda civilización como dice Spengler, aunque se destruya siempre renace.

 

Se puede aceptar que la historia tiene situaciones análogas, pero en términos hermenéuticos no podemos sostener que ésta se repita. Existen dos elementos que hacen gala de la arbitrariedad de la capacidad de acción del ser humano. Esos dos elementos son las dos guerras mundiales. Se nos fue de las manos el progreso. La realidad actual —y por tanto, histórica— es mucho más compleja, versátil y discontinua de lo que pensamos. España en el 2014, no es que no se parezca a 1929, es que es sencillamente inverosímil que tengan algo que ver.

Se está poniendo en juego doscientos años de lucha por las libertades. Muchos no tienen problema en renunciar a derechos adquiridos en esos dos siglos. No sólo es un tema económico —como nos intentan vender: crisis económica, cuando la definición sería: estafa mundial— lo que nos estamos jugando, sino en términos históricos tenemos en nuestras manos la destrucción de conceptos como libertades o estado de derecho.

¿Esta crisis sistémica —que no financiera— de dónde viene? De 1919/1945 hasta hoy. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos sustituyó a Europa como gendarme global. Ésta última se encuentra destruida, ha perdido completamente su hegemonía política y financiera global y ahora está entre dos bloques totalmente opuestos —capitalismo y comunismo—, justo en el medio, dependiente del dólar, del Fondo Monetario Internacional, y del teléfono rojo.

La nueva situación de 1947 está ligada a 1990-20XX. Las dos superpotencias, la Unión Soviética y Estados Unidos, manejaron el sistema internacional durante esos cuarenta años, con dos ejes, uno Este-Oeste de características político-ideológicas, y otro Norte-Sur, de características económico-sociales. Era casi imposible que un Estado –sobre todo europeo– se declarase neutral sin pedir permiso a los dos bloques. Así, la lucha bipolar se fue mundializando.

La Guerra Fría estuvo condicionada por las diferentes posturas de poder de las dos superpotencias, por las distintas percepciones de uno y otro como potencia enemiga, creando una red de estrategia diplomática-militar con las bases de contención, disuasión y persuasión. Con todo, no fue sólo un tira y afloja militar—en el que el peligro nuclear nunca fue imposible, pero sí improbable por el miedo a la aniquilación mutua—, sino un choque de proyectos sociales, económicos, culturales e ideológicos.

Por eso, la caída de la Unión Soviética fue aún mucho más dura, el vencedor iba a comprender las Relaciones Internacionales de otra manera. Se iba a conformar un nuevo orden, basado en la idea de imperio, de política internacional unipolar.

El proyecto americano a partir de entonces se llamó New World Order. Junto a la descomposición de la URSS se iba a abrir paso una nueva configuración geoestratégica internacional, sumada a la expansión acelerada del capitalismo de nuevo mercado —neoliberalismo—, con pretensiones de abarcar todo —globalización—.

Estos veinte años (1990-2008) de posguerra fría se caracterizaron por desajustes en el puzzle internacional, con resultados inciertos y fenómenos que cambiarían por completo la realidad: desarrollo de políticas de intervención humanitaria, relaciones con Boris Yeltsin, la ONU erosionada por las acciones de las grandes potencias, genocidio en Ruanda, guerras en Argelia, Colombia. Chechenia, Kosovo y África, aparición de nuevos actores —BRIC: Brasil, Rusia, India y China—, construcción de nuevas líneas de globalización cada vez más aceleradas, contradicciones en la política estadounidense en el 2001 con el 11S, etcétera.

Por tanto en el siglo XXI ya no tenemos un mundo eurocéntrico, tenemos una unidad operativa que es la globalización. Con una ruptura de generaciones y una desintegración de las antiguas pautas de relaciones sociales. Todo terminaría de colisionar en 2007-2008, la gran crisis que pondría punto y final al período de la posguerra fría: comienzo del crash financiero que suponía el final de la era neoliberal. Todo sumado a la crisis de Georgia y a la entrada de esos nuevos protagonistas en el juego —en relación con anteriores cortocircuitos de las finanzas capitalistas—: Chindia como potencias emergentes, Islam político como nuevo agente en Oriente, batallas por la energía en Eurasia, y finalmente el fracaso de Bush y llegada de Obama en 2008.

Hoy. Incertidumbres que generan transformaciones cotidianas al minuto, la globalización sigue con los "miedos líquidos" de Zygmunt Bauman. De hecho es casi imposible de calcular los impactos de los nuevos mercados y de las políticas de la comunidad internacional, ahora con un sistema multipolar.

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