"Un libro es el producto de un yo diferente del que manifestamos en nuestras costumbres, en la sociedad, en nuestros vicios" Marcel Proust
Siempre estoy En busca del tiempo perdido, aunque creo que es de lo intangible, lo que menos he perdido.
Y aquellos que dormimos poco o menos de lo necesario, en aquellas horas silenciosas, se sienten alrededor, algunas personas que fueron muy legítimas en mi vida. De ahí a darles un papel sobre el papel, es cuestión de borradores y correcciones.
Las novelas de Marcel Proust me han enseñado a sentarme, a caminar, a decir la verdad, al ritual de la alimentación e incluso a ese desamar, como un proceso que cauteriza la necedad de los afectos, dentro de la coraza de mis cuatro paredes.
En las noches de los último años de Marcel Proust, estuvo una mujer sencilla, Celeste Albaret, casada con su taxista, Odilon y que llego de forma casual a formar parte de la leyenda del último romántico, que en sus obras elevó a la aristocracia burguesa francesa, en un pedestal, para que pudieran ser, como lo fueron, minuciosamente amados y odiados.
Entre los parterres de un acotado paraíso, el escritor, fue celebrando sus costumbres, dejando anotado todo lo que en aquel inaccesible abrevadero de cortesías y cinismos, formo parte de su vida pública. Para la privada tenemos la imaginación y las consignas de sus confidentes.
Para que perdurara eternamente aquel tiempo perdido, creo un fresco renacentista, al más puro estilo de Rafael Palmero, que ha traspasado la realidad, para desmesura del gran lienzo de la literatura francesa.
Y Celeste a su vez nos acerca a los días más importantes que Proust recuerda en voz alta, y con una amable sencillez, aquí ella nos cuenta, desde su humildad, los procesos creativos, en el laboratorio del boulevard Haussman, donde nacio una de las mayores obras de la literatura universal.
Ambos comparan sus infancias, sus pasiones, la visión de la vida, el valor de la amistad y el amor, pues llevaban en su corazón el reposo del amor que disfrutaron, brindado por sus padres, como regalo a unos hijos que les rodearon de felicidad.
Y de los años de juventud, y del aventurero espíritu proustiano de salón en salón, acerco su vanidad para dejar el corazón de sus primeras damas, huella enamorada de su vertiginoso juego de seductor.
Hay algo de ingenuidad y cierta inocencia, relegada en estas memorias, bien pensado, no podría dislocar su amor ciego, por estar al lado del genio, con ciertas afinidades afectivas y un poco como disculpa voyeurista, para poder escribirlas.
Todos los paralelismos se cruzan, aquellas personas que existieron, y su presencia aliñada de perfección lingüística, y las memorias de Celeste, que los veía desde la distancia, y desde la versión de Proust, como algo mágico de lo que como observadora, sólo se le permitía asentir, y almidonar aquella sensibilidad, en el receptáculo del enfermo. Y en las excepciones, tras aquellas esporádicas salidas, pasar a diseccionar, a su llegada, aquellas personalidades y sus actos, en su organizada socialización.
Estas dadivosas lecciones que durante ocho años le fueron impartidas, a su gran cuidadora, convierte estas memorias en una amable e inteligente visión de aquel alma postrada por el asma, los mimos y la acomodadísima situación económica, que le permitía mirar desde los altos hemisferios de la sensibilidad, y desde una educación exquisita, las debilidades humanas y a su lado las cualidades.
Después de su publicación quedaron apagadas todas aquellas manifestaciones que amigos y menos amigos hicieron de su presunción de conocimiento sobre el gran Proust, dejando que la realidad de las noches, y un poco de los días, alrededor de su infatigable pluma, pusieran en el lugar correcto, el incansable espíritu de trabajo, sus pequeñas tiranías, y la verdadera opinión que tenía, de la vida y los habitantes de la sociedad aristocrática y burguesa de París, cambiando su nombre para ser alguno de sus personajes de Swan.
Celeste y su hermana María, que algunas veces la sustituyo, fueron incluidas en dos de los siete tomos de la gran novela de más de tres mil páginas, describiendo su sencillez y su lealtad, dándole su propiedad a una gran señora, para la que trabajaban como "mandaderas".
Este es un recuerdo del muy querido columnista Eduardo Haro Tecglen , sobre Celeste Albaret:
"La dueña del tugurio llamado Hotel de Alsacia y Lorena, de la calle Canettes, de París (hacia San Sulpicio). Me dejaba notas en la habitación. "Le dejo unos impresos, por si viene acompañado durante la noche para que la otra persona deje uno lleno: por si viene la policía". Un día me dejó un escrito mas largo: había ido alguien a visitarme, no recordaba su nombre español, pero me lo podía describir: la precisión de la escritura, el detalle, las observaciones, me hicieron comprender que era Miguel Moya Huertas. "Escribe usted muy bien"; "Es que me enseñó mi señor". Su señor fue Proust, y ella era Celeste Albaret, a la que ahora vuelvo a encontrar en el magnífico diccionario que Mauro Armiño añade al primer tomo de su edición de las obras completas de Proust (Editorial Valdemar), por donde pasan todos los personajes reales e imaginarios, y sus relaciones, de la vida y la obra de Proust. Años después, Celeste Albaret escribió un libro excelente, que se llamó "Monsieur Proust", que esclarece muchas cosas del escritor. Hasta entonces, el ama de llaves, o muchísimo mas -secretaria, acompañante, confidente- vivía inadvertida.
Fue una calle con algunos recuerdos mas en mi vida. Un restaurante al que iba mucho con mi padre: se había inspirado en el nombre de la calle, y en cada mesa había un tubo (canette, cañita) con grifo del que cada uno se podía servir vino sin fin. Una pizzeria en la que almorcé con Semprún, Muñoz Suay y el creador de la escritura neorrealista, Zavattini: en un napolitano velocísimo y gesticulante encargó una pizza especial; yo que no había comprendido nada imaginé que sería la mejor del mundo, y resultó que él estaba a régimen a había encargado una especie de pan ácimo hinchado sin nada más. Otro hotel, no menos tugurio que el de Alsacia y Lorena, donde me refugié una noche de mayo de 1968 de los gases lacrimógenos de la policía contra los estudiantes; Carlos Asura y Geraldine Chaplin me metieron en su habitación. Se metieron en la cama y apagaron la luz; decidí que lo mejor era marcharme. Llegué a lágrima viva a un hotel del Boulevard Raspail, donde el portero de noche me preguntó con una atención profesional: "Est-ce-que monsieur pleure?" "La víe, en ce moment, n'a rien d'agréable", le contesté. Como si no hubiera una batalla en la calle en ese momento. Pero a partir de ahí comienza otra historia larga. - "
El primero en intentar llevar la obra de Marcel Proust al cine, tomando como punto de partida entre otros documentos las memorias de Celeste Albaret fue Joseph Losey, con la ayuda de Harold Pinter y Barbara Bray..Unieron allá por los 70, durante un año sus esfuerzos, para desarrollar un guión de En busca del tiempo perdido, que nunca llego a ser filmado.
El siguiente proyecto que se materializa en 1988, es realizado por Schlöndorff, Volker, con el título de Un amor de Swam, adaptación en tercera persona del primer volumen de la novela, que interpretan Jeremy Irons y Ornella Mutti.
En 1990 se estrena en Roma " El café del señor Proust" una adaptación para el teatro, de Lorenzo Salveti,, de las memorias de Celeste Albaret. Un monologo que interpreta la gran actriz Gigi Angelillo, llamando a la puerta de Celeste, con su máscara, nos va contando esa vida que la acerca desde el después, para mirar los objetos que fueron útiles en vida de Proust. Entra en el escenario un café y un pastel, y quien habla es un hombre, con la sensibilidad de una mujer. Celeste y Marcel entrecruzan sus pasiones con tranquilidad, para contarnos en este monólogo, esos años de pertenencia mutua. Fue un éxito de público y crítica que se representó durante quince años. La escenografía y el vestuario fueron de Bruno Buonincontri.
Raul Ruiz, lleva a cabo en 1999, El tiempo recobrado, adaptando el último volumen de la obra proutsiana, y con el trasfondo de la primera guerra mundial, vuelve a la infancia de Marcel, apareciendo el personaje como más real, exponiendo su sentido del humor. Una buena película.
En el año 2000, Chantal Akerman, lleva al cine La prisionera, adaptación de ese volumen, con una visión bastante particular y diferenciada del universo de la Albertine de Proust, en ambientaciones muy de su estilo, ubicaciones semejantes y mascaradas encubriendo identidades. Un ambiente un poco hipócrita y obsesivo, acercan la película a los destellos de la novela.
La BBC en 2003 emitió una radio novela de seis capítulos, relatando la vida entrelazándola con su gran obra del extraordinario del autor. Protagonizada por James Wilby y Firth Jonatán, acompañados de Harriet Walter, Imogen Stubbs, y Corin Redgrave. En ella se busca las claves de los misterios de la memoria, del tiempo y de la conciencia, desde los momentos de su infancia, paseando por la edad adulta, su tortuoso amor y las huellas de la guerra, envueltos en retazos de su inmensa novela.
También paso por la cabeza de Luchino Visconti llevar al cine la obra de Proust, mientras iba introduciendo en algunas de sus películas, ideas versadas en sus novelas, pero, vio en los intentos una ardua tarea difícil de transportar al cine, en la más absoluta pureza, como lo hizo con otras de sus adaptaciones de obras literarias. Aquellas decadencias que su pluma marcaba, aquellas relaciones sociales y los lugares, habían dejado de existir o era difícil sintetizarlos, fue abandonada la idea.
Añadamos a esto todo tipo de ensayos, artículos, magnas tesis e incluso foros de debate, para deliberar sin su permiso, ¡ya no estaba!, cualquier posibilidad de adaptación de sus obras, siempre con banales resultados.
¿Qué pensaría él? Todo le parecería vulgar, como así ha sido.
Y fue en la que en 1981, el director alemán Percy Adlon materializó, haciendo brotar alrededor de sus novelas, de lo que su lenguaje descriptivo, tiene de cinematográfico, y preciosista, el film Celeste. Protagonizada por Eva Mattes, y Jurgent Arndt, con la música del cuarteto de cuerdas Bartholdy. Este intento es el más completo y cercano a aquel universo opresivo y claustrofóbico.
Esta visión de Adlon es un detallado proceso que pasa sobre las cosas, dándoles toda la importancia, obviando el tiempo que transcurren entre la utilización de una y otras, sin importarle que transcurra. El café y la magdalena, la fumigación de la habitación, el correo, el calentamiento de las camisetas, las botellas de agua caliente, el pegado de notas.
Está traspasada al celuloide la adoración mutua que se transcribe en la biografía de Celeste, su visión. A la vez vamos viendo lo que hay en la cabeza de Proust. La minuciosidad en la exposición de los diferentes tiempos de la creatividad y de los rituales que ambos mantenían, que como cómplices y complementarios, reconociendo ambos que se necesitan y se evocan.
Muchos fotogramas parecen cuadros de Degas, el pintor que Proust adoraba, o habitaciones de Veermer, utilizando la luz para marcar lo que era importante en sus vidas.
Pocas veces se ven espacios exteriores, es en aquel apartamento donde ocurren las cosas importantes. Sin pararse a enumerar los cambios de domicilio, lo importante son las emociones, el minimalismo necesario para las necesidades de su escritura, y un espartano modo de vivir.
Aquel tiempo frente al reloj, esperando que suene el timbre, y llevar el café y las medias lunas. Puede parecer todo lento y estético, pero nos muestra su importante. El agua hierve y susurra. El ruido y el silencia entre las músicas. Todo un trabajo de intuición, siempre reconociendo el director que le faltaba imaginación para recoger toda lo que en la obra se respira.
Entre la plena luz de Celeste y la semipenumbra de Proust, está el mundo subjetivo, pasando por encima de aquel mundo real de los ataques de asma, los procesos de creación literaria y los sutiles juegos de sugerencias.
Una relación encerrada en planos estéticos, dirigidos por el reloj que señala que se acaba la vida, al compas de la obra de Sensación de muerte de Cesar Frank, su compositor favorito.
Nos damos cuenta de que el director se ha puesto límites para llevar a cabo todas las ideas de Proust al cine, por miedo a caer en el error de interpretación de sus ideas.
Los primeros pases de la película se realizaron a base de repartir panfletos, durante la celebración del festival de Cannes de aquel año, anunciando su proyección en la casa de los Adlon. Tras los primeros pases, donde los cronistas no detectaron ni una risa, se comento que "tras contemplar aquella serena dignidad, aquel peculiar sentido del humor, aquellos sonidos originales, y el recital en directo del cuarteto Bartholy, la película había de estar en todos los festivales de cine importantes", y así fue.
Y considerando la obra de Proust anti cinemática, no podemos dejar de apreciar esta cinta como un trabajo excepcional de un director alemán, con subtítulos en inglés, música de un belga, sobre un escritor francés
Céleste Albaret (1892-1984) nació en una familia campesina en la región montañosa de Lozère, Francia. En 1913, se casó con Odilon Albaret, un chofer de París, entre cuyos clientes incluyen a Marcel Proust. Odilon sugirió que su nueva esposa, que estaba solo en la gran ciudad y en una pérdida de algo que hacer, hacer recados para Proust, y antes de Celeste siempre encontró a sí misma empleada a tiempo completo del autor (de hecho durante todo el día) ama de llaves , secretario, y la enfermera, llenando los papeles hasta su muerte en 1922. En años posteriores, Céleste corrió un pequeño hotel en París con su marido y su hija, y después de la muerte de Odilón, en 1960, se convirtió en el vigilante del Museo de Ravel en la localidad de Montfort l'Amaury Proust. Señor fue publicado en 1972. En reconocimiento a su larga década de servicio a Proust, Céleste Albaret fue nombrado comandante de la Orden Francesa de las Artes y las Letras. Ella murió de enfisema a los 92 años. ( datos de new york review book)
Percy Adlon Director, productor y guionista alemán. Estudió arte en la Universidad de Munich. Comenzó su carrera en el teatro y en edición de programas de radio. En 1970 empezó a trabajar en la televisión y realizó numerosos cortos y documentales. En 1978 realizó el telefilm The Guardian and His Poet, sobre la vida del poeta suizo Robert Walser, que fue bien recibido en numerosos festivales y le brindó la posibilidad de dirigir Celeste (1981), una excelente pintura de la relación de Marcel Proust con su ama de llaves. Sus filmes se caracterizan por su preocupación visual, los encuadres y la iluminación artificiosa y una cierta crítica social que pierde sustancia por la excesiva preocupación de la puesta. En 1985 realizó Dulce bebé (Zuckerbaby), con la inmensa Marianne Sägebrecht, protagonista de sus filmes más exitosos y conocidos: Bagdad Cafe (idem, 1988) y Rosalie va al shopping (Rosalie Goes Shopping, 1989), con Brad Davis.
Marcel Proust nació el 10 de julio de 1871 en el número 96 de la rue Fontaine, en Auteuil, París, en el seno de una familia adinerada. Cursó estudios en el Liceo Condorcet, iniciando pronto la carrera de Derecho. Su primera obra, una colección de ensayos y relatos titulada Los placeres y los días (1896), muestra dotes de observador para reproducir las impresiones recogidas en los salones de la ciudad. Desde su niñez padeció asma, por lo que creció bajo los excesivos cuidados de su madre, cuya muerte en 1905 lo alejó por un tiempo de las letras. El resto de sus años los pasó de un modo recluido, sin casi salir de la habitación revestida de corcho donde escribió su obra maestra En busca del tiempo perdido. Se dice que Proust regresó un día a su pueblo natal y, como cuando era pequeño, pidió magdalenas para desayunar. Cuando iba a comer la primera magdalena, el olor y el sabor de esta pasta le evocaron rápidamente esos recuerdos de su infancia que parecían olvidados. Y cuentan que este fue el motivo que lo impulsó a escribir À la recherche du temps perdu. La obra, cuyo eje central es la recuperación del pasado por medio del hilo conductor de la memoria, le pareció genial a algunos, y demasiado extensa y compleja a otros. Hoy se le valora como uno de los trabajos literarios más valiosos del siglo, al tiempo que se le considera un pionero de la novela moderna. Toda ella es un largo monólogo interior en primera persona, y en muchos aspectos es autobiográfica. La primera parte, Por el camino de Swann (1913), cuya primera edición fue sufragada por el propio Proust, pasó desapercibida. Después de cinco años apareció A la sombra de las muchachas en flor (1919), que resultó un gran éxito y obtuvo el prestigioso premio Goncourt. Las partes tercera y cuarta, El mundo de los Guermantes (2 volúmenes, 1920-1921) y Sodoma y Gomorra (2 volúmenes, 1921-1922), también recibieron una excelente acogida. Las tres últimas partes, que dejó manuscritas, se publicaron después de su muerte: La prisionera (1923), La desaparición de Albertina (2 volúmenes, 1925) y El tiempo recobrado (2 volúmenes, 1927). Falleció un 18 de noviembre de 1922, a la edad de 51 años, y se dice que su última palabra fue "madre". Murió de un absceso en los pulmones.
Algunos enlaces importantes:
http://www.youtube.com/watch?v=UQQX-mxQiH8&feature=related
Proust en el cine:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.209/ev.209.pdf
Más de Proust y sobre Proust:
http://www.marcelproust.it/miscel/maini.htm
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.153/pr.153.pdf