"Bueno, ¡a éste sí que lo conocerás!", digo yo con una sonrisa entre alentadora y triunfal.
Mi hijo me mira. Vuelve a mirar otra vez la foto con aire dubitativo: "No... ¿quién es?
No me lo puedo creer: observo los ojos desorbitados, el característico bigote tieso y brillante con las dos puntas hacia arriba. "¡Es Dalí!"
"¡Ah! ¡El pintor!"
Meneo para mis adentros la cabeza. Cuando yo era niña, cualquier criatura por encima de ocho años hubiera reconocido al primer golpe de vista al histriónico avida dollars. Mi hijo de casi doce años, curioso y leído, no tenía ni idea.
[Seguir leyendo] Vivir para ver