El libro de cuentos al que hacía referencia en mi post anterior era La última noche, de James Salter, del que supe por una reseña periodística.
Desconocía al autor, pero la nota parecía convertirlo en uno de los necesarios, y los cuentos siempre me han atraído desde aquellos lejanos y repetidos constantemente que me contaba mi tía doble siendo niño, y a pesar de que León Felipe nos previniera de que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos.