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¿Otra vez Stefan Zweig?

Juan Carlos Suárez Quevedo 13 de Mayo de 2014 a las 17:52 h

Pues sí, nuevamente en este blog hablando de Stefan Zweig, esta vez para comentar su novela La impaciencia del corazón, publicada en 1939 como Ungeduld des Herzens, y también conocida en español como La piedad peligrosa.

Varias son las razones que me llevan a escribir este post, algunas un tanto subjetivas pero creo que válidas.

La primera razón sería la altura de la escritura de Zweig. Nadie duda actualmente, y menos entre los asiduos lectores de Sinololeonolocreo, de la calidad literaria de Zweig y de su excelsa prosa, ya sea en sus ponderadas biografías o en sus obras de ficción. Los aficionados a este blog ya contamos con varios post al respecto, de ahí el título de éste ¿Otra vez Stefan Zweig?

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María Antonieta Estuardo

Andoni Calderón Rehecho 8 de Febrero de 2013 a las 07:58 h

La Historia Universal se escribe siempre de forma injusta y asocial, porque casi siempre describe tan sólo la angustia de los poderosos, el triunfo y la tragedia de los príncipes de este mundo.(María Estuardo, p. 309)

"tomando por objeto de estudio un carácter medio que sólo a un incomparable destino debe su irradiación más allá de su tiempo y cuya íntima grandeza nace únicamente de su desmesurada desgracia" (María Antonieta, p. 484)

Llevado por recomendaciones personales y virtuales en las que a veces se mezcla el calificativo "la mejor" acabé leyendo, separadas por dos meses, las dos biografías de Stefan Zweig, una muy de moda por una ya no tan reciente película; la otra, bastante más difícil de encontrar.

Tienen más elementos en común que el mismo biógrafo: ambas fueron reinas de Francia, ambas mantuvieron siempre el orgullo de pertenecer a un mundo superior, el de la realeza; ambas comparten una cierta irreflexión posiblemente ligada a la característica anterior, y a ambas les cortaron la cabeza, aunque fuera por distintas razones. Sin embargo ahí acaban las coincidencias, incluso en el caso de la propia narración biográfica.

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Travesías de agua

Andoni Calderón Rehecho 4 de Diciembre de 2012 a las 14:25 h

Lo que destruimos era más bello que lo que buscábamos. (Ospina, William. El país de la canela, p. 211)

Algunas de mis últimas lecturas se relacionan, sin pretenderlo, con el agua; al fin y al cabo, parte primordial de nuestra constitución humana. Curiosamente ahora mismo leo una obra excelente en el momento en que se cuenta cómo unir dos mares a través de la tierra de Panamá, al mismo tiempo que se desgaja como Estado de Colombia.

Sin embargo, ahora quiero referirme a una biografía y a una novela histórica relatada de manera autobiográfica. Se trata de la vida de Magallanes narrada por Zweig y de una obra ya mencionada en este blog: El país de la canela, de Ospina. Ambas tienen como uno de sus protagonistas un narrador/testigo interno: uno histórico, Antonio Pigafetta; y otro novelado, porque... "Si alguien no lo describe, ¿qué valdrá un hecho?" (Magallanes: el hombre y su gesta, p. 94)

 

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Cambiar no forma parte de mi carácter

Andoni Calderón Rehecho 3 de Mayo de 2012 a las 20:07 h

Sólo cuando la balanza se inclina definitivamente hacia un lado vuelve a entrar en acción la razón después de la pasión, para cobrar las ganancias: sólo cuando la victoria está decidida, Fouché se decide..., así fue en la Convención, así bajo el Directorio, bajo el Consulado y bajo el Imperio. En la lucha no está con nadie, al final de la lucha siempre con el vencedor. (p. 232)

Fouché desprecia tanto a los hombres porque se conoce demasiado bien (Talleyrand) (cit. en p. 164)

Siempre me han gustado las biografías. Mis manos infantiles manosearon hasta oscurecer las páginas cerradas de Dime Quién es. Uno de los primeros libros "de los de verdad" que leí fue la biografía que de Maria Curie escribiera su hija Eva.

Les han seguido muchas otras, autobiografías o no, alguna comentada aquí. Una de las que espera cercana a mi mesita de noche son las Memorias de ultratumba de Chateaubriand, recomendadas como paradigma de las biografías por Alberto Manguel, que abarcan una parte interesante de la historia francesa, con la Revolución como elemento clave. En este sentido, siempre me he preguntado cómo sería la biografía y/o la autobiografía de Talleyrand, que fue capaz de estar casi siempre en primer plano desde Luis XVI hasta Luis Felipe, en un tiempo con no precisamente escasos cambios de poder en Francia. Comentaba esto con una compañera, que me dijo, "Pues entonces... mucho mejor Fouché, de Zweig." Yo sabía que Fouché había sido el policía de Napoleón; pero no que su trayectoria se había parecido a la de Talleyrand. Por eso, hace unos días, cuando estaba buscando un libro de cuentos (que también compré), me acordé de la recomendación, lo encontré y lo leí.

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El mundo de ayer

Javier Gimeno Perelló 4 de Agosto de 2011 a las 05:20 h

En un post de hace ahora dos años en este mismo blog, Ana Isabel Rábade hacía un espléndido recorrido por algunas de las novelas y relatos más significativos del escritor austriaco Stefan Zweig, como La impaciencia del corazón, Novela de ajedrez, o la encantadora novelita Carta de una desconocida. En uno de los comentarios a ese post, alguien señalaba El mundo de ayer como una de las lecturas más vivamente recomendables de Zweig. No puedo estar en más acuerdo con ese comentario y sólo lamento el tiempo que ese libro ha estado empolvándose en un estante de mi biblioteca hasta que un cierto azar lo acaba de poner entre mis manos. No el azar sino la prosa ligera, concisa y a la vez contundente de Zweig nos sumerge en una lectura ávida y sobrecogedora.

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¡Ah...la pasión! (a la austro-húngara)

Ana Isabel Rábade Obradó 11 de Agosto de 2009 a las 14:46 h

Bandera austro-húngara

¡Cómo me gustan los austro-húngaros! Ciertamente no es nada fácil decir en qué consiste la condición austro-húngara (si es que alguna vez existió tal cosa). Por lo mismo, tampoco es sencillo decidir a quién podemos tildar de austro-húngaro. Y no es por falta de candidatos. Si bien el Imperio Austro-húngaro duró menos que un pastel a la puerta de un colegio (desde 1867, hasta su disolución en 1919 como consecuencia de la derrota en la Primera Guerra Mundial), llegó a contar con una población por encima de los cincuenta millones de habitantes y el número entre ellos de científicos, escritores, pintores, músicos, fotógrafos e incluso directores de cine renombrados es para quedarse boquiabiertos. Sorprendería también la variedad de nacionalidades, culturas, idiomas, y religiones. Pero en un mundo que quiere estar firmemente repartido en estados nacionales, la condición austro-húngara sólo puede ser considerada como una anomalía. Incluso retrospectivamente. De ahí el celo por adjudicar a toro pasado a todo austro-húngaro una nacionalidad convencional. Aunque a veces es complicado.

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